Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Enlace de nostalgia y felicidad

En sus hermosas crónicas, muchas de ellas publicadas originalmente en este diario, y salvadas para la posteridad en el libro Fiñes —que acaba de reeditar Ediciones Boloña—, Eusebio Leal Spengler rememora sus primeros años en la ciudad que tanto ha amado, las calles recorridas una y mil veces, el asombro de las pequeñas maravillas descubiertas por la mirada infantil: el hielo, el circo, la llegada de la televisión, el culto a los héroes de la independencia patria infundido por la escuela y la familia, el respeto a los valores universales como la solidaridad, la honradez y la templanza, las alegrías y angustias cotidianas compartidas por una generación pronta a empinarse a la altura de los acontecimientos que, a partir de 1959, revolucionaron desde su sustrato a la sociedad cubana. Bajo la advocación de los imperecederos relatos de Edmundo de Amicis, estas páginas —suerte de pálpito generacional donde, al decir del Historiador de La Habana, «nostalgia y felicidad se enlazan al llamado irresistible de la evocación»— convocan a sus lectores para, junto al autor, aprender o recordar, que es, ni más ni menos, volver a pasar por el corazón. Por su vigencia, y en ocasión de las jornadas de tributo de las cuales merecidamente es objeto Eusebio Leal, hoy este diario reproduce la crónica aparecida el 7 de mayo de 1989, sobre una prenda que es símbolo de la cubanía

Autor:

Juventud Rebelde

La Guayabera

Recuerdo los pequeños talleres donde se confeccionaban las guayaberas de hilo. Ninguna prenda de vestir entalló tan bien la figura viril cubana, como ella. Se resume en este vestuario una antiquísima tradición que tuvo su cuna en las chaquetas chinas, llevadas a las Islas Filipinas que eran, a la sazón, posesión de la colonia española.

Los tejidos empleados fueron los más diversos, hasta que la filipina —que así comenzó a llamarse— dejó de ser una prenda de seda de cuello levantado, botonadura cubierta por una pestaña y mangas anchas, para convertirse –en su tránsito al Caribe– en la guayabera.

De madreperla de ciertas conchas y también de hueso se labraron los botoncillos. El hilo de olán o de Irlanda, tan preciado y costoso, o el dril crudo para las versiones más populares, hicieron su aparición en el ajuar criollo. Hace siglos se impuso, bajo las radiaciones de un sol ardiente, el clima húmedo y caluroso de las Antillas, la ropa blanca. Bastaría observar los testimonios antiguos de archivos cubanos para asegurar que la bata femenina y la indumentaria popular del hombre eran esencialmente blancas.

Las guerreras militares del mambí nos ofrecen los más bellos modelos de camisas filipinas y guayaberas. Así, por ejemplo, las del Generalísimo Máximo Gómez o las del Lugarteniente General Calixto García, que han llegado hasta nosotros conservadas, pueden ser apreciadas en las urnas del Museo de la Ciudad.

Recuerdo a las planchadoras escaldando sus hierros al fuego de carbón de leña, pasar el paño húmedo para borrar el tizne y hallar el temple del calor; luego, magistralmente, perfilar las costuras, las alforcitas y las partes lisas del tejido almidonado para que llevásemos a las casas, primorosamente acabadas, las guayaberas.

En los cuadros de costumbres y en la fiesta campesina viose siempre al guajiro luciendo, como parte de sí, la guayabera, y anudar por sobre su cuello pulcro el pañuelo, con gran prestancia y belleza; veíase también al hacendado y al colono proclamar en sus ropas estos aires indudablemente cubanos.

He visto a los campesinos y labradores, en Islas Canarias, llevar nuestra guayabera, influidos por los inmigrantes que recuerdan con amor y gratitud nuestra tierra.

En el conjunto de los pueblos hispanoamericanos, cada cual se presenta a la fiesta con el traje nacional. ¿Qué prenda luciremos con mejor orgullo los cubanos, hombre y mujer? Ellas, la bata blanca de pasacinta y labores que con prestancia lucieron Cecilia, Rosa, Amalia, Lola… y todos esos nombres que tanto dicen a la poesía y a la música cubanas; y ellos, la guayabera, que fue el atuendo de Liborio, símbolo de la sabiduría innata del pueblo sencillo y del austero caballero cubano: Quijote revivido que contra viento y marea persiste en cada uno de nosotros.

Si alguien me preguntara cómo se ha de ir vestido en las grandes ocasiones, yo respondería, sin vacilar, de blanco y de guayabera. Si alguna vez se ha usado sin sentido de cubanía, ahí están para rectificar la imagen, Benny Moré y Joseíto Fernández.

Esto no lo escribo para los viejos, sino para los jóvenes, porque es muy reaccionario y anticuado tratar de despojarnos de lo nuestro, cuando es en la reafirmación de lo que nos identifica donde está la verdadera grandeza. Es verdad que se ha de usar en contadas ocasiones y que, como todo traje, requiere saber llevarla, pues mucho la han desacreditado aquellos que burocráticamente toman del armario, para salir del paso, una comercial y de colorines.

Ahora lo importante es desear que, excitado el orgullo, centavo a centavo, se reúna el dinero necesario para que cada cual pueda, llegado el momento, adquirir la suya.

Los más elegantes no tendrán a mal cerrar el cuello con el lazo, porque esto es lo que hoy se usa, como se llevó en los años 20 y 50, pero sépase que abierta es como la vistieron generaciones de cubanos.

La guayabera es un pequeño detalle que expresa sentimientos nacionales, históricos y legítimamente populares. Que todo lo que arme, levante, enaltezca y dé vida a nuestra identidad es conveniente en estos años de batalla y forja.  (Eusebio Leal)

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