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Las teatristas hacen la diferencia

La octava edición del Festival Internacional de Teatro Femenino 2018 se desarrolla hasta el 10 de junio en salas capitalinas

Autor:

Frank Padrón

La octava edición del Festival Internacional de Teatro Femenino 2018 se desarrolla hasta el 10 de junio en salas capitalinas. Organizado por nuestro país e Italia, intervienen creadoras principalmente de América Latina aunque también de España. Primero se procede a un concurso de dramaturgia donde un jurado de expertos selecciona una obra por cada nación participante, las cuales después se publican y llevan a escena por compañías del patio o foráneas que nos visitan motivadas por el evento.

Titulado, a propósito, La escritura de la/s diferencia/s, muestra en cada entrega la energía y buena salud que en términos generales tiene el teatro hecho por mujeres en el área y mucho más allá.

Adicta al dramón fue la obra elegida del Ecuador. Su autora, María Beatriz Vergara, discursa en torno a la fémina madura, asaltada por la incómoda menopausia pero más aún por los prejuicios, los clisés y convencionalismos, muchos de estos paradójicamente incorporados por ella y padecidos entonces por doble partida.

Resuelta con sentido del humor y dinamismo, la pieza que dirige Yerski Caballero no exhibe, sin embargo, un discurso orgánico respecto a tales virtudes; con frecuencia las extravía cediendo a frecuentes concesiones al facilismo, obviedades y redundancias, como si pretendiera ganar el favor del público, lo que consiguió en el caso del asistente al Café Brecht, pero sacrificando una mayor profundización en el tema y, sobre todo, una mayor coherencia dentro de su propia dramaturgia.

Giselle Martínez, la actriz que asumió este unipersonal (con ligeras intervenciones animando ciertos personajes), no carece de condiciones histriónicas que le permiten el desdoblamiento y la comunicación, pero se mantiene casi todo el tiempo sobreactuada, desajustada respecto al tono de una obra que, siendo como decíamos extrovertida y energética, se torna lamentablemente saturada, desbordante respecto a sus posibilidades.

La sagradita, de la argentina Selva Palomino, resultó un interesante ejercicio posdramático, partiendo de un montaje sobre Eva Perón, mediante una actriz que se cuenta entre sus furibundas admiradoras, su marido, su madre y el afocante director del espectáculo; las confluencias entre ambas mujeres, colegas en el mundo artístico, incluso contemporáneas, da paso a una incursión interteatral que incluye el (des)montaje de la pieza en un paralelo discurso metanarrativo.

Solo que uno se pregunta hasta qué punto es necesaria la ruptura que ello implica, cuando más bien genera una especie de ruido en el discurso principal, que fluye bien, e incluso muestra eficaces diálogos entre el audiovisual y la actuación en vivo, junto a otros méritos como el diseño de vestuario y la cambiante escenografía, ambos a cargo de Vladimir Martínez.

Por otra parte, el texto muestra una saturación de temas que se rozan apenas, que no se desarrollan, desde el machismo a los conflictos de la radio y el teatro, los de pareja, el ejemplo de la líder peronista quien luchó por los humildes hasta su muerte… demasiado para una sola pieza que, además, finaliza con imágenes de otras mujeres ejemplares, luchadoras en América Latina por los derechos humanos, que en verdad se ven forzadas.

Otro defecto de la puesta (que asumió Yelenis Peña con el grupo cubano Gestus) es el énfasis superfluo en el erotismo: escenas algo largas y explícitas, desnudos… sin posturas mojigatas por nuestra parte, sinceramente sobran, incluso enturbian la narración.

Respecto a las actuaciones, Elizabeth Legrá exhibe madurez y riqueza de matices en sus caracterizaciones; a su compañero Leodanis Sánchez le va mejor cuando encarna al director artístico, no tanto cuando se viste del amante, especialmente cuando trata en vano de imitar el acento porteño, el cual le queda caricaturesco. En fin: una obra perfectible pero hasta ahora irregular en su alcance.

En el momento de redactar estas notas, lo mejor visto por el crítico fue Papel con letras, que representó a Venezuela en este festival femenino.

Escrita y codirigida por Aravinda Juárez, quien también actúa, sigue a dos mujeres que en una oficina rescriben cartas que nunca llegan. El papel de la palabra que para los hebreos una vez echada a andar toma vida propia, es vital en esta delicada obra donde el     mundo epistolar remeda vidas, frustraciones, mundos diversos en los cuales la fantasía y la realidad se (con)funden sin que a veces ni los personajes ni el público logren diferenciarlas; está  escrita con vuelo e imaginación y logra equilibrar perfectamente su tono entre momentos de jugoso humor y otros dramáticos, muy bien      combinados.

La escenografía es muy funcional y con agilidad logra el movimiento escénico; las actuaciones, empezando por la autora, también convencen.  

Con dirección artística y general de la italiana Alina Narciso y coordinación nacional a cargo de Daisy Sánchez, La escritura de la/s diferencia/s contempla además encuentros teóricos y exposiciones; en esencia, constituye un termómetro que permite comprobar la temperatura del teatro internacional hecho por mujeres: al margen de alcances puntuales, nos enfrentamos a un imaginario con el que hay que contar en la escena contemporánea. Se trata, por tanto, de un evento que hay que seguir y apoyar.

La sagradita.

Papel con letras.

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