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Gugulandia: parodia de la Humanidad

Hernán Henríquez, reconocido caricaturista e historietista cubano, considera que su humor consiste en obligar a pensar

Autor:

Arturo Delgado Pruna

En 1959, con 18 años de edad, era animador de comerciales para la televisión; sin proponérselo, casi de inmediato, fue uno de los fundadores del Departamento de Dibujos Animados del Icaic. En 1964 creó Gugulandia, historieta que se convirtió en un fenómeno cultural y fue acogida por numerosas publicaciones, entre ellas Dedeté, donde, precisamente, esa serie tuvo su época de esplendor en la década de 1970. Converso con Hernán Henríquez, reconocido caricaturista e historietista cubano, quien considera que su humor consiste en obligar a pensar.

—Usted asevera que todos los niños dibujan, solo que unos lo siguen haciendo y otros lo dejan. ¿Qué lo motivó a no abandonar el gusto por los trazos?

—No recuerdo dibujos de mi infancia, lo que más me motivaba era saber el porqué de las cosas. Mi mente era más científica que artística. Ponía mi atención en saber cómo funcionaba la naturaleza. Mi lectura favorita era los muñequitos de los periódicos, me gustaba ver los dibujos, pero mucho más las cosas que contaban.

«Mi tío tenía un taller de mecánica y cuando él no estaba yo me ponía a construir aviones y cohetes de aluminio; me interesaba la astronomía. Nadie me dijo si yo debía dibujar o no, fue una decisión que tomé a los 17 años de edad. En 1958 comencé a dibujar, y a mediados de 1959 me ofrecieron trabajo en la Publicitaria Siboney, en los dibujos animados comerciales para la televisión».

—¿Por qué abandonó su trabajo en la publicitaria de más alto nivel en el país para irse al Icaic?

—En Siboney me pidieron que me encargara de un comercial. Mi animación quedó bien hecha, por lo cual Jesús de Armas, diseñador y guionista allí, me invitó en secreto, en diciembre de 1959, a que me uniera a él para crear un nuevo estudio de dibujos animados comerciales; en Siboney no lo podían saber porque nos despedían. ¿Debía abandonar la empresa sólida donde comencé a trabajar para irme con Jesús? La razón me decía que aquello era incierto, pero mi intuición me indicaba que ese era el camino. Acepté, junto con Eduardo Muñoz Bach, diseñador ayudante de Jesús, y Pepe Reyes, a quien enseñaría y convertiría en mi asistente.

«Jesús tenía el guion de El maná para venderlo al Icaic, yo comencé a hacer la animación; pero paramos el trabajo porque en el Icaic querían urgente un animado que denunciara a los periódicos. Jesús escribió el guion de La prensa seria, Eduardo hizo los diseños, y yo la animación. Luego Pepe y yo hicimos la línea y el relleno del color.

«En los primeros días de enero de 1960 fuimos todos al salón de proyecciones del Icaic, al terminar Alfredo Guevara nos preguntó: “¿Pueden hacer una como esta al mes?”, y yo, en mi entusiasmo, contesté: “¡Una no, dos o tres!”. Alfredo, muy complacido, dijo: “Desde ahora está creado el Departamento de Dibujos Animados del Icaic”. No fuimos más a Siboney».

—En 1964 nace Gugulandia en Muñequitos de Revolución. ¿Por qué escogió primitivos para su historieta y no personajes quizá más seductores?

—El instinto. Soy muy intuitivo. En 1964, Tulio Raggi y yo, como grupo de trabajo, realizábamos dibujos animados en el Icaic. Enrique de la Osa, director de Revolución, quería publicar un suplemento en el periódico. Nos invitan a una reunión: se publicarían cuatro historietas en colores. Tulio y yo decidimos que haríamos una historieta cada uno. Se buscaron dos creadores más: Heriberto Maza y otro más del cual no recuerdo su nombre.

«Raggi y Maza, experimentados dibujantes, crearon dos historietas de aventuras: Hindra, el uno; Enrique de Lagardere, el otro; y el por mí no recordado, una historia de piratas sacada de los libros de Emilio Salgari. Hindra recordaba a Tarzán, del dibujante Harold Foster; Lagardere, de Maza, y la que estaba basada en cuentos de Salgari, más o menos por el mismo estilo.

«Yo quería contar algo importante, pero detestaba copiar. Me fui por lo que me dictaba la intuición y en mi primera página partí desde el principio: la creación del planeta Tierra, la evolución de las plantas y los animales: uno se alza en dos patas y surge el hombre; su primera palabra es “gue”, por tanto llamo a su mundo Gugulandia. La página mía, comparada con la de los experimentados, aparece como una simple y pura gota de agua. Y continué con mi creación que, al igual que en la Biblia, pero sin ser yo religioso, es mi génesis, mi mundo en papel, palabra a palabra, personaje a personaje. Intuitivamente van evolucionando hasta llegar a ser no entes individuales, sino símbolos de los elementos humanos que conforman la sociedad».

—¿Cuál fue su materia prima creativa para mantener Gugulandia durante años sin caer en el panfleto o en el chiste fácil?

Gugulandia en sí. Un juego de pregunta y respuesta: el ser humano y su curiosidad. La pregunta nace de la ignorancia, la respuesta da el conocimiento y esto crea el instinto como herramienta de conducta. Partí de cero, el hombre puro y llano al que llamé el Gugu. Por orden lógico, aparece lo que falta: la mujer, a quién llamé la Guga, y entre ellos el amor, que trajo al contrincante, a quien, por belicoso con hueso amarrado al moño, llamé el Guerrero. Se dio la discordia y surgió la ley, a quién llamé el Rey. Luego vino quien podía explicar la naturaleza: el Brujo. Entonces, llegó la primavera; todos, menos el Brujo, amaron a la Guga y vino el recién nacido: con el color del pelo del Gugu, el color de la piel del Rey, el hueso atado del Guerrero y los dientes de la Guga. Por ser muy voraz lo llamé el Piraña, pero no tenía sexo. ¿Entonces qué era, varón o hembra? Ni lo uno ni lo otro, el Piraña era la infancia. Y ahí descubrí que los personajes no tenían nombre propio, eran símbolos de las categorías que componen la sociedad. Para sobrevivir luchan contra la adversidad de la naturaleza y las bestias del entorno, a las que llamé los placatanes. Pero la horda se topó con otro ser: el Artista, símbolo de todas las artes. A partir de este punto en Gugulandia no aparecen nuevos personajes, porque con siete, se completan todos los estamentos que componen la sociedad.

—¿Qué significó haber trabajado en dedeté?

—Primero fue El Sable, luego cambió de nombre: La Chicharra, más adelante dedeté. Gugulandia estuvo en todos y marcó historia, por su estilo, temas y calidad. Esto significó una gran oportunidad para mi desarrollo como historietista, y una gran comunicación creadora con los lectores de la publicación, sobre todo con los de más nivel educacional, que veían en los gugus y en su lema: «Cuando la furia de los placatanes imperaba sobre la faz de la Tierra», una representación ingenua del todo, comienzo que dejó su huella en los que disfrutaron de mi trabajo.

¿Para ser un buen historietista hay que ser necesariamente un buen lector?

—Al principio de trabajar en el Icaic, tenía yo la costumbre de comprar un libro cada vez que cobraba mi salario. Un día compré uno del escritor alemán Herbert Wendt, titulado Tras las huellas de Adán, que trataba sobre la historia de la Paleontología; fue fundamental para mi desarrollo del conocimiento científico y social.

«Gracias a ese y otros que luego comencé a leer, cultivé mi intelecto y me sentí muy motivado para saber más sobre los orígenes del hombre, de la vida y del universo. Mi capacidad mental y creativa creció gracias a la lectura».

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