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La gente necesita poesía

La 13ra. Bienal de La Habana le permitió a Gabriel Guerra Bianchini llevar la fotografía y la poesía fuera de los espacios expositivos habituales hasta los sitios por donde caminan los transeúntes. Juventud Rebelde conversó con él sobre su «utopía»

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Desde que Gabriel Guerra Bianchini advirtió la importancia que se le concede a la fotografía fuera de los espacios expositivos en esos festivales que la tienen como centro en Europa, soñó con poder propiciar que también en Cuba llamativas imágenes pudieran decorar una ciudad convertidas en instalación.

La oportunidad se la ofreció la 13ra. Bienal de La Habana donde finalmente pudo poner en práctica «ese concepto que a mí siempre me marcó. Mi primera experiencia con una exposición que salía de los límites de una galería y del papel (Es la esperanza) se produjo cuando el aniversario 498 de la capital. Entonces las piezas fueron montadas en los arcos del Palacio del Marqués de Arcos.

«El resultado fue muy poético: las obras muy coloridas, lejos de verse invasivas, encajaron perfectamente en aquel lugar patrimonial, tan barroco y lleno de magia. El público se tomaba el tiempo de ir a revisarla y de pasearse entre ellas. Fue tan emotivo, que a partir de entonces rara vez planifico una exposición personal para un espacio cerrado.

«Ciertamente cuando aún no pensábamos en la Bienal, soñé Utopía en Prado,  junto a Gabriel Navarrete, para esa populosa arteria de vida constante, que no se detiene.

«Desde el principio quedó claro que allí no funcionaría el sistema de colgar las piezas, entonces Navarrete me puso en contacto con Clorofila Digital, empresa española que ya ha realizado muchas exposiciones al aire libre en su país y podía construir los monolitos que hemos empleado: estructuras pensadas  para la publicidad, pero que se están tomando como soportes para el arte.

«Clorofila los diseñó, mientras la Empresa Metal Mecánica Varona los elaboró. Son unos monolitos inmensos, de casi dos por dos metros. Con la colaboración de la Embajada de Suiza en Cuba y la complicidad de Yorya, esposa del orfebre Jorge Gil, logramos presentar el proyecto (la idea estaba boceteada) al Comité Organizador de la Bienal, que lo recibió con entusiasmo.

«En esta edición encontramos grandes proyectos fotográficos; algunos muy hermosos como el de Danay Nápoles, porque lo cierto es que se trata de arte que ha estado presente en este evento, mas Utopía, a nivel instalativo, salió a la calle como la misma Bienal que nació en espacios cerrados mas en los últimos tiempos ha invadido la ciudad con el propósito de hacerla hermosa, más interactiva, llenarla de fantasía. Ha sido mágico».

—En estos días de Bienal has estado documentando en tu sitio web y en las redes sociales la reacción del público. ¿Cómo lo has vivido tú?

—Eso es superlindo. En un principio los procesos creativos son ideológicos, luego pasan a la producción. Se disfruta tremendamente cuando estás creando, pero para mí el resultado es tan sorpresivo cuando se vuelve tangible como para las personas en el momento en que lo descubren. Por tanto, lo que ellas han experimentado, probablemente yo lo experimenté idéntico de primero. Al ver la estructura, el montaje... tuve que pararme y decir: ¡wao!

«Cuando tengo tiempo libre me siento en el Prado a observar a las personas que no consiguen relacionarme con esas obras. Es precioso porque no hay en mí ningún afán de protagonismo. Nada me alimenta tanto como la pieza en sí, como cuando se detienen a observarla y se hacen un selfie... Es como si de repente les regalaras un sueño; un sueño que me regalé a mí primero, mas la meta final no soy yo, sino el público. La gente necesita los sueños, la fantasía; necesita, sobre todo, poesía.

«Te percatas de ello cuando consigues colocar un proyecto como Utopía en un espacio de tanta efervescencia como el Prado, habitado por no pocas personas que jamás han visitado un museo, que no consumen arte, y, sin embargo, se conectan, le entregan parte de su tiempo, lo cual constituye un acto de pura poesía.

«Es curioso porque se trata de objetos inanimados que hemos colocado en un lugar público, una materia sin vida, pero con la capacidad de generar emociones. Pudieras hacer un experimento: situar una cámara y grabar cómo la gente camina, se detiene, observa la pieza, se tira su foto, y siguen... Sucede así durante todo el día. Si luego lo proyectaras en cámara rápida verías una palpitación, una respiración: la obra deja de ser inanimada para cobrar vida».

—Eres de los jóvenes fotógrafos que han tenido experiencias similares en ferias internacionales...

—Resulta genial constatar la repercusión que crea el arte puesto en la vida cotidiana. Permanecí por cuatro años en Francia, y viví el Festival de la Photographie Amateur de Toulouse, MAP, cuyo concepto es adornar la ciudad con fotografías durante ese mes. Gracias a ello me enamoré del trabajo de fotógrafos que no conocía.

«Yo creo de debería halarle un poquito las orejas a mis colegas cubanos. Los fotógrafos en Cuba (jóvenes y no tan jóvenes) somos como una isla, nos quedamos en el molde de nuestra isla y se nos olvida que formamos parte de un planeta, el cual vemos como la siguiente galaxia, como si fuera la vía láctea... Siento que en la fotografía cubana apuntamos muy poco para disparar en esas direcciones. Cuando se organiza una feria internacional las propuestas de nuestra presencia surgen desde allá. Es importante que empecemos a proyectarnos más allá de la isla. Ahí están las convocatorias... Nada nos impide participar.

«En mi caso, por ejemplo, respondí a una convocatoria de una galería y gracias a ello estuve invitado a la feria de arte de Milán nombrada Mia Photo Fair, muy prestigiosa en el universo de la fotografía artística. Luego decidí participar en un concurso online sobre obras que no se hubieran publicado, lo cual me llevó a exponer primero en el Armory Art Week, en Nueva York, y después a formar parte de una muestra colectiva que me volvió a conectar con Italia.

«Lo real es que no son pocos los artistas cubanos con obras maravillosas, sobre todo jóvenes que han logrado llevarla a otros géneros además del reportaje, por el cual se nos reconoce internacionalmente, por el legado de maestros como Korda, Raúl Corrales, Liborio Noval, Raúl Cañibano, Ernesto Fernández..., protagonistas del boom que vino con la Revolución. Sin embargo, se ha quedado ahí agarradísima al fotorreportaje, ¿por qué, si hay creadores apuntando convincentemente a los campos más diversos?».

—¿Cómo fue la selección de las obras que conforman Utopía?

—Ya llevaba cinco o seis meses trabajando en mi serie nueva, El espejo y la mar, de modo que no tenía duda de que justo ella, compuesta por ocho fotografías, debía presentarse en esos ocho monolitos, y la reservé para este momento. Con el otro lado tenía mis dudas: si debía exponer algo que no fuera tan surrealista ni conceptual, pero al final decidí que en verdad mi trabajo se reconoce, sobre todo, por esa atmósfera, utópica, poética, que rodea mis creaciones, de modo que determiné mostrar también las obras que le han ido dando continuidad a Es la esperanza, aquella muestra de la Catedral, y que no se habían expuesto.

«Utopía en Prado está conformada por dos exposiciones: cada monolito (ubicados en diagonal) presenta una lona impresa por ambas caras. Cuando se camina de la calle Colón hacia La Punta, te encuentras El espejo y la mar: una historia de amor entre un espejo y el mar que ocurre en La Habana. Es una muestra que soñé largamente, muy distinta a lo hecho hasta ahora. Nació de un poema que escribí a partir de la idea de que los enamorados se convierten en espejos: si uno extraña, el otro también; igual si está triste o alegre... Ese poema guía las ocho piezas... Me gusta mucho escribir, me parece que es un complemento tremendo para la fotografía...

«Si se avanza en sentido contrario, se podrá apreciar parte de la serie que originalmente se nombró La isla aislada. El título de Es la esperanza me lo inspiró Silvio Rodríguez a quien le regalé una obra y me escribió un mensaje hermoso. Pero para que veas que las obras tienen vida propia, te cuento que cuando la montamos en la Catedral, un señor se me acercó y me dijo: “gracias por traernos el cielo a la tierra”, ello explica por qué he denominado esta segunda propuesta de ese modo: El cielo en la tierra».

—¿Qué sucederá con Utopía en Prado después de la Bienal?

—Estamos haciendo lo posible porque pueda exhibirse en los Paseos de Martí de todos los centros históricos de Cuba. Estos monolitos se adaptan a cualquier espacio... Igual me encantaría verla en la 5ta. Avenida de Miramar. También pretendemos llevarla al Paseo del Prado de Madrid, no solo por la participación de empresas españolas dentro del proyecto, sino porque además tengo mi historia con esa ciudad donde dejé seis años de mi vida, donde me apasioné con la fotografía, donde me compré mi primera cámara y donde nació mi hija, mi obra mayor.

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