Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ana Irma quiere dejar su huella

La joven directora le cuenta a Juventud Rebelde cómo surgió el sueño de crear la orquesta danzonera Cubaclamé

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

A Ana Irma Pérez Perelló le daba lo mismo ser bailarina que cantante. Era tan evidente, que su mamá decidió llevarla a la Escuela Profesional de Arte El Cucalambé, en Las Tunas, su ciudad natal, para que su princesa fuera más que feliz, y a los ocho años ya estaba adentrándose en el universo del piano. «Pero cosas de la vida: ese instrumento no me gustaba para nada y le hice rechazo», reconoce la joven directora de la orquesta danzonera Cubaclamé, entre los más destacados representantes de la Empresa de la Música y los Espectáculos Barbarito Diez.

«Fue una maestra de coro quien, atendiendo a mis aptitudes, le aconsejó a mi familia que me dejaran en la escuela hasta quinto grado, a ver si así podía llegar al canto. Por supuesto que luego el piano me resultó muy útil, sobre todo cuando encaminé mi carrera hacia la dirección coral, en el Conservatorio Esteban Salas, de Santiago de Cuba».

—¿Cómo pudiste soportar hasta quinto grado?

—Te confieso que fue supercomplicado, eso tiene que ver también con los maestros que le tocan a uno. Por tal motivo, años después, cuando me llegó el turno de convertirme en maestra, cumpliendo el servicio social, traté siempre de que mis alumnos se sintieran atraídos por la asignatura que impartía, que no la vieran como un castigo, sino como un momento en el cual se podía aprender y divertirse al mismo tiempo... Hay que ponerle mucho amor al trabajo que se realiza, porque de lo contrario puedes convertirte en el motivo de que tus estudiantes se sientan frustrados. Yo también me encontré en el camino con maestros que fueron mi paradigma, quienes consiguieron que el piano me fuera llamando poco a poco la atención.

—La decisión de estudiar Dirección coral no fue tan complicada entonces.

—En lo absoluto. No había que ser adivino para percatarse de que adoraba aquello. Y es que aun siendo la más chiquita, me fascinaba ponerme frente al coro de la primaria para «dirigirlo». Hacía unos movimientos supercómicos... Eso de ser líder, de querer llevar el mando, lo traigo desde que nací (sonríe), así que me vino de maravillas no solo lo de la carrera de Dirección coral, sino que pudiera cursarla en Santiago, cuna de excelentes coros, la tierra del maestro Electo Silva.

«Me siento afortunada por haberme formado en una ciudad llena de música (allí nació la trova, el bolero, el son) y de espléndida cultura. Ese contacto directo con ella me aportó mucho. Porque te enriquece no solo lo que aprendes en la escuela, sino también todo lo que ocurre a tu alrededor.

«La del Conservatorio fue una etapa fantástica. Le tengo que agradecer a Daria Abreu, directora entonces del coro Orfeón, y a Magali Sánchez, líder del Madrigalista: mis dos inolvidables maestras de Dirección coral. Ellas me enseñaron, me prepararon; eran buenas, y muy rectas. Recuerdo asimismo con mucho cariño a mi profesora Gotelinda Solís, quien consiguió que finalmente amara el piano».

—¿Qué ocurrió cuando te graduaste?

—Retorné a Las Tunas a cumplir con el servicio social. Comencé dando clases de Dirección coral en la Escuela Profesional de Arte El Cucalambé y en la agrupación Vocal Melisma, que se desintegró cuando su directora dejó el proyecto. Luego me uní a Vocal Ancore y formé parte, por un tiempo, de la orquesta Son Lyvis, como tecladista y cantante.

«Lo cierto es que deseaba dirigir un coro, pero no podía porque ya existía uno. Estaba atada de pies y manos, y no quería quedarme solamente impartiendo clases o cantando en una agrupación vocal. Entonces decidí hacer algo diferente: fundé una orquesta».

—Una orquesta danzonera... ¿Por qué el danzón?

—Porque en Las Tunas solamente escuchábamos hablar del danzón de diciembre en diciembre, cuando se desarrolla el Festival de Música Popular Barbarito Diez.

«Sucedió también que quien se desempeñaba en aquel momento como directora de la Empresa de la Música Barbarito Diez, Ileana Mustelier (mucho le agradezco por su confianza en mí) me propuso que enfrentáramos de conjunto una investigación (se llamó Así por el danzón) para el coloquio de dicho festival. Acepté con tremendo placer porque siempre me ha gustado investigar. Cuando comencé a leer, a informarme, pensé que con ese estudio podía ser útil presentar una orquesta, como parte del análisis del fenómeno musical. Surgió con la idea de que solo sería para el evento, pero ya después no hubo marcha atrás.

«Nació en la edición de 2013, el 2 de diciembre. Presenté la investigación en la sala Raúl Gómez García, del Teatro Guiñol. En cuanto terminamos de exponer, se abrió el telón y apareció la orquesta. Inmediatamente el maestro José Ramón Artigas y Pablo Diez, hijo de Barbarito y director del Festival, nos invitaron a participar en las galas. Esa misma noche actuamos en Manatí, y al día siguiente en Las Tunas. Una experiencia súper, porque no nos imaginábamos que fuera a gustar tanto. Todos sus integrantes éramos jóvenes egresados de la enseñanza artística y decidimos darle forma a un sueño».

—Ya son más de cinco años. ¿Cómo has logrado mantenerte?

—La orquesta nos ha unido, somos una familia; existe entre todos nosotros mucha confianza, respeto. Trabajamos siempre en colectivo, todos apostando por el mismo camino. Algunos son profesores de la escuela de arte, otros tocan en la Orquesta de Cámara, pero todos somos uno. Es un gran desafío tratar de llevar adelante en Las Tunas una agrupación con estas características. Es complicado, pero no imposible. Estamos resueltos a defender lo que consideramos que vale la pena. En ello creemos».

—Me llama la atención que Ethiel Failde se ha convertido en un abanderado del danzón allá por Matanzas, mientras tú le das vida en Las Tunas; Alejandro Falcón los compone... Gente joven defendiendo un género que la juventud ni siquiera tiene en su mente. ¿Por qué?

—Mira, uno se sacrifica muchísimo cuando está estudiando en la enseñanza artística para pasar por esta vida sin dejar una huella. Mi mamá me enseñó que es esencial dejar una huella. Si hiciera música popular en alguna orquesta, tal vez sería una más. Tengo la esperanza de que cuando pasen los años y se haga el recuento, digan: en tal fecha, en que el danzón no era un género consumido por jóvenes, existían unos muchachos que se propusieron cambiar esa realidad, y lo consiguieron…

«Bueno, eso pudiera suceder si nuestra orquesta consigue actuar. O para ser más exacta (porque donde quiera que se nos convoca ahí estamos), si el trabajo le permite a sus integrantes ser remunerados, lo cual no ocurre desde el mes de abril en que participamos en el IV Encuentro Internacional Danzonero Miguel Failde in memoriam, en Matanzas... Ojalá y no decaiga ese espíritu que nos impulsa cada día».

—Esperemos que solo sea una cuestión coyuntural. De todos modos me gustaría saber cómo funciona la orquesta danzonera ante un público joven.

—Pues funciona muy bien. Yo digo que eso va también en el carisma con que interpretemos los temas en la escena, por tal razón nos siguen no solo personas mayores, sino también nuestros contemporáneos: amigos, compañeros de trabajo y los integrantes de otras orquestas; los estudiantes de nivel medio nos buscan, se acercan y nos piden tocar con nosotros... Es algo muy hermoso...

«Hemos sido capaces de crear un repertorio para nuestras peñas, para cuando tocamos en la Plaza Cultural, pero también tenemos uno para las fiestas populares. Al principio estaba un poco reacia, decía que no quería ser una charanga de carnaval, pero no tardé en entender que es muy importante ser una charanga del pueblo, sin hacer concesiones».

—¿Qué ha pasado con el disco Un pedacito de amor?

—Espera porque se pueda realizar el proceso de masterización. El disco contiene 11 temas, que en principio iban a ser registrados por interés del Ministerio de Cultura. Nos sentimos en verdad felices cuando el sello Unicornio se interesó por el producto y decidió comprarlo y comercializarlo. Lo grabamos en los Estudios Abdala, en 2017. Pensamos que lo íbamos a presentar en febrero, cuando cumplíamos cinco años ya como profesionales, pero no fue posible.

—¿De dónde salió el nombre de la orquesta?

—Queríamos encontrarle un nombre especial que tuviera que ver con nuestra provincia. Le dejamos esa tarea a José Ramón Artigas, nuestro padrino número uno. Y el maestro, una persona de vasta cultura, investigador profundo, me lo propuso un día en el patio de la Uneac, en La Habana: Cubaclamé. Me encantó pero no tenía idea de dónde había salido, entonces me explicó: «Juan Cristóbal Nápoles Fajardo firmaba sus obras como Cucalambé, anagrama de “Cuba clamé”, porque clamaba por su patria, y ustedes claman también por Cuba, por la música cubana». ¡Nos retrató!

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