Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Prioridades

Autor:

JAPE

El timbre del teléfono despertó a Rigoberto que dormía plácidamente después de un opíparo almuerzo. Disgustado se levantó y se dirigió a la sala mientras refunfuñaba en voz alta:

—¿Quién será a esta hora? ¡La gente no se cansa de joder!

En su trayecto vio en un reloj de pared que apenas eran las dos de la tarde y pensó cuánto trabajo le costaría volver a la normalidad luego de esta pandemia. Le había cogido el gusto a dormir la siesta y tendría que olvidar tan exquisito descanso. Por algo los españoles la defendían a capa y espada —pensó y sonrió mientras sentenció con una máxima filosófica: «Nada mejor que una siesta, y sexo con una jevita nueva, en ese orden». Sonrió, pero su rostro mutó a una profunda mueca mientras tomaba el auricular:

—¡Dígame!

—¡Rigoberto, le habla Lázaro Adán, el jefe de departamento!

— Sí, ¿qué pasó?

—Rigo, me llamaron de la dirección para notificarme que usted ha sido escogido para que asista la semana próxima a un programa de televisión. La idea es que hable sobre el proyecto que están desarrollando usted y otros compañeros de la unidad 5… el que…

—¡El proyecto es mío, ellos solo aportan con la mano de obra! —interrumpió Rigoberto visiblemente molesto.

—Sí, sí, lo sabemos, por eso usted ha sido designado para que lo presente en la televisión. Debe estar el próximo lunes, a las 5:00 p.m., en la esquina de 23 y M, ahí lo recogerá la asistente de dirección del programa, se llama Beatriz, es una joven agraciada.

—Está bien, no se preocupe, ahora mismo lo anoto en mi agenda y allí estaré sin falta.

Rigoberto colgó el teléfono y se dirigió al cuarto mientras comentaba en voz alta:

—¡Menos mal que se acordaron de mí, porque ese Lázaro Adán se las coge todas! Seguro que esta la dejó pasar porque vino de arriba con nombre y apellidos… Déjame buscar desde ahora mismo la ropa que me pondré por si hay que lavarla o hacerle algo. ¡Lleva casi tres meses sin salir del closet!

Sonrió por el supuesto chiste que había hecho. Abrió el escaparate y sacó varias camisas, un par de sacos, dos o tres pantalones y dos guayaberas. Se paró frente al espejo y comenzó a buscar las posibles combinaciones. «En la televisión hay que salir elegante y hablar bonito porque te ve todo el país, más ahora que casi todo el mundo está en su casa a esa hora, viendo lo que haya». Así pensaba, mientras con asombro descubría que las ropas apenas le servían. Las camisas no cerraban, y los pantalones no subían más allá de los muslos. En voz alta reprimió su irritación que iba in crescendo:

—Pero, ¿cómo es esto? ¿Cómo yo he subido tanto de peso? ¿Dónde yo consigo ahora una ropa elegante para ir a la televisión si todo está cerrado?

Se sentó en la cama abatido, y caviló mientras miraba su voluminoso abdomen. «Tendré que hacer dieta, tengo como cuatro o cinco días a favor». Rápidamente su rostro se transformó y con marcada prepotencia se dijo:

—¿Dieta yo? ¿Y dejar que la suegra y el vago descarado de su marido se coman todo el pollo, el queso, el helado y el chorizo que está en el refrigerador? ¿Y la media caja de cerveza que quedó del Día de los padres? La vieja no toma, pero el cara guante de su hijo, si lo dejan, se toma tres cajas, y lo único que sabe decir es: ¡Cuña’o, tú sí suenas!

Rigoberto meditó por unos minutos y finalmente se levantó y apuntó convencido:

—¡La prioridad es la prioridad! ¡Ninguno de ellos ha hecho colas, ni ha dado un centavo, ni se ha arriesgado como yo!

Dejó toda la ropa sobre la cama, y en calzoncillos se dirigió al teléfono:

—¿Lázaro Adán? Mi hermano, hazme un favor, averigua el teléfono de Enriquito, el que está al frente de la unidad 5, y llámalo. Él puede dar más información del proyecto, porque yo hace unos meses no estoy al tanto. Dile que vaya él a la televisión.

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