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Lecuona en los latidos de la Isla

El programa ¡Bravo! de la TV cubana (Canal Educativo), que dirige Roberto Ferguson y conduce Ismael Albelo, celebró recientemente sus 25 años en el aire y para ello se vistió de largo, al estrenar la mini serie documental (en cuatro capítulos) Ernesto Lecuona: Siempre en mi corazón

Autor:

Frank Padrón

El español Plácido Domingo interpretándolo en un CD íntegramente formado por canciones suyas, la zarzuela María la O, llevada a la pantalla grande en coproducción cubano-mexicana (1930), Siboney escuchándose durante una escena de Amarcord (1964 ) del célebre italiano Federico Fellini —y también en el CD doble con toda la música que aparece en el filme—, dos piezas instrumentales suyas calzando la banda sonora del filme Fresa y chocolate (1994) de Titón/Tabío… por solo traer a colación pocos ejemplos dentro de cientos que hasta hoy mismo revelan algo indiscutible: Ernesto Lecuona (Guanabacoa, Cuba, 1895-Santa Cruz de Tenerife, España, 1963) es el más universal de nuestros compositores.

El programa ¡Bravo! de la TV cubana (Canal Educativo), que dirige Roberto Ferguson y conduce Ismael Albelo, celebró recientemente sus 25 años en el aire y para ello se vistió de largo, al estrenar la mini serie documental (en cuatro capítulos) Ernesto Lecuona: Siempre en mi corazón, con guion y dirección del investigador Ramón  Fajardo Estrada (Bayamo, 1951), periodista, director radial y estudioso entre otras materias de la música insular, a varios de cuyos íconos ha dedicado libros entre los que sobresalen los de Rita Montaner, Bola de Nieve, María de los A. Santana o el propio compositor y concertista, ahora objeto de estudio desde este texto audiovisual.

Con el auspicio de la Uneac y la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana y dedicada a dos auténticos emblemas de esas instituciones (Alicia Alonso y Eusebio Leal) la breve serie se dividió en cuatro etapas que ocupan cronológicamente los respectivos segmentos (1895-1927, 1928-44, 1945-56 y 1957-63), corresponden a períodos significativos y muy bien delimitados tomando en cuenta la vida y obra del maestro.

Indiscutible cima de la música cubana, Ernesto Lecuona  es apreciado sobre todo por sus aportes al melodismo pianístico del siglo XX, por sus incursiones en las principales raíces africanas y españolas de nuestra identidad mediante canciones, piezas instrumentales y  géneros más complejos como la zarzuela o las bandas sonoras del cine, que suman más de 850 partituras, donde late también el Caribe, pero todo con un sello tan criollo que es imposible no identificar la esencia insular en sus sainetes, danzas, criollas, caprichos o boleros, por mucho que se envolvieran en formas y ritmos foráneos.

Ernesto Lecuona: Siempre en mi corazón detenta un valor testimonial indiscutible gracias a la seriedad de su realizador, su conocimiento profundo de la figura homenajeada, lo cual permitió la fidelidad que trasunta la copiosa información almacenada y compartida en sus imágenes, así como la selección no menos rigurosa de artistas relacionados con Lecuona: cantantes y pianistas que lo interpretaron a lo largo de sus carreras, coreógrafos que lo llevaron a la danza partiendo de la impronta escénica que detentan no pocas de sus piezas —y no solo las que engrosaron el género lírico— e incluso actrices que participaron en estas o en algunos de los filmes que contaron con su exquisito pentagrama.

Sin embargo, aun con la valía del autor en tanto intelectual y ensayista, no estamos ante un cineasta propiamente dicho, y es aquí donde el texto fílmico deja reservas; Fajardo pudo aportar incluso el guion y toda la asesoría necesaria , pero delegar la parte cinematográfica en un profesional del ramo, que acaso hubiera evitado defectos que saltan rápidamente a la vista: lo plano y poco creativo de la imagen, el molesto didactismo que transpira toda la serie, y de un montaje que alterna en todo momento testimonios/música/información, sin olvidar que la propia distribución de la última deja bastante que desear.

En ese sentido, era preferible hasta el socorrido recurso de la voz «in off» para transmitir los textos escritos, pues al menos estos hubieran llegado de una forma más segura, mientras que del modo en que están plasmados, desde una letra pequeñísima, es imposible seguirlos ni siquiera con una visión 20-20 y aun cuando el ritmo es bastante lento al pasarlos,  se trata de demasiada información, mucha de la cual se pierde debido a este método sin dudas fallido. 

Sin embargo, con los créditos respecto a nombres de los entrevistados o títulos de las canciones e intérpretes ocurre  todo lo contrario cuando, paradójicamente, no los necesitaba: no solo aparecen en letras de puntos medianos, sino que, como para que no quedaran dudas, estos se recortan contra un fondo mucho mayor que amplifica innecesariamente las palabras, las cuales ocupan casi la tercera parte de la pantalla, generando un recurso tan efectista como hiperbólico e innecesario.

Para destacar, la mayoría de los testimonios aporta luz y contribuyen a armar el retrato no solo artístico, sino humano del gran músico, además de complementar el conocimiento pormenorizado de su trayectoria en las diversas etapas que la formaron, siempre dentro de un quehacer incansable y provechoso que lo lanzó tempranamente a la fama internacional, algo que fue consolidando a medida que transcurría su diverso trabajo en los no menos variados géneros y manifestaciones en que incursionó.

Lo mismo puede considerarse de la selección musical, con segmentos interpretativos que van de Rita Montaner y Gladys Puig a Lucy Provedo y Miriam Ramos; de Huberal Herrera y Nelson Camacho a Jorge Luis Prats y Frank Fernández, la Opera de la calle y la Orquesta Sinfónica Nacional, pasando por verdaderas embajadoras de su cancionística como María de los Ángeles Santana o Esther Borja, diferentes estilos de interpretación y orquestación que demuestran la ductilidad y posibilidad de ser proyectado desde variados géneros y registros.

En esto no obstante, hay también desbalances: no fueron los más afortunados los momentos elegidos de María de los Ángeles Santana, mientras se echa de menos una presencia más protagónica de Esther Borja. La eterna «Damisela encantadora» aparece en los primeros capítulos, incluso participando como cantante en un filme rodado en Argentina durante los años 40 (Adiós, Buenos Aires), o con sus grabaciones dentro de la coreografía que realizó el Ballet Nacional de Cuba homenajeando al maestro, pero no debió faltar en el cuarto y último capítulo, teniendo en cuenta su «testamento» con tres discos basados en la cancionística casi íntegra del compositor, con notas de Miguel Barnet (además del que hizo dirigido por Luis Carbonell, esa maravilla que constituye Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces, lanzado originalmente en 1953 pero reeditado por la Egrem en el año 68), y la importancia del espacio Álbum de Cuba, que centralizó durante mucho tiempo, en la difusión de su obra. Borja fue, evidentemente, «la voz de Lecuona», por lo que tal impronta debió alcanzar mayor relieve en la serie, sobre todo en el segmento final.

Hablando de este, muy importante resultó analizar desde la voz del propio Fajardo y otros intelectuales y músicos, la imperdonable y mal intencionada campaña que generó el abandono del músico de su patria ante calumnias envidiosas de ciertos colegas (que también alcanzaron nada menos que a Gonzalo Roig y Rodrigo Prats), pero a la vez  resultó impreciso, al culpar solo a nombres puntuales (César Portillo de la Luz y Rosendo Ruiz Quevedo en primer término) que en todo caso fueron la «punta del iceberg» de una errada política cultural la cual tuvo en el CNC (Consejo Nacional de Cultura) y funcionarios dogmáticos y estalinistas como la tristemente célebre Edith García Buchaca, a los verdaderos culpables. Afortunadamente, al menos el pianista Nelson Camacho pone las cartas sobre las íes, y expresa esto con pelos y señales, algo que la mayoría de los entrevistados eluden o disfrazan.

Pese a sus limitaciones y defectos tanto morfológicos como conceptuales, Ernesto Lecuona: Siempre en mi corazón es todo un archivo, una serie de incuestionable importancia, material de consulta para estudiosos y estudiantes de la música cubana, además del homenaje sincero que merecía este gigante de la música y la cultura que, tal como pedía Martí, injertó el mundo en nuestra república sin olvidar que el tronco seguía siendo el de la Isla, esa que late en cada acorde de La comparsa, Danza Ñáñiga o Se fue… aunque sepamos que él no se irá nunca más, porque no dejaremos que nada ni nadie lo vuelva a desterrar ni nos lo quite de nuevo.

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