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Sí valen los ceros a la izquierda

Maximiliano Gutiérrez, quien lanzó cinco lechadas seguidas en la temporada de 1977-1978, tiene uno de los récords más difíciles de romper en el béisbol cubano

Autor:

Juventud Rebelde

Habla fácil este hombre menudo y campechano, que todavía siente la pelota en las mismas costillas. No tiene pelos en la lengua y yo río a carcajadas con sus ocurrencias en las gradas del estadio Capitán San Luis, vacío a media mañana.

Maximiliano Gutiérrez Martínez posee uno de los récords más difíciles de romper en el béisbol cubano: 47,1 entradas consecutivas sin permitir carreras. Fue con Vegueros en la temporada de 1977-1978.

«Ese es mi mejor recuerdo del béisbol. A veces uno cae en el olvido y por el récord me van a recordar toda la vida. Es tan difícil que yo mismo a veces no lo creo. Cinco lechadas seguidas ya no se dan en esta pelota», dice con franqueza absoluta, pero sin alarde. En su voz hay mucha nostalgia.

La cadena se inició el 21 de diciembre de 1977, cuando Maximiliano le colgó nueve ceros a La Habana (4-0). Después blanqueó en 11 capítulos a La Isla (1-0) y seguidamente silenció a Metropolitanos (9-0). Más adelante, dejó sin carreras a Granma (3-0) y pintó de blanco a Henequeneros (1-0).

Luego se rompió el encanto en su siguiente salida frente a Santiago, el 22 de enero de 1978, en el estadio Guillermón Moncada.

«Yo no estaba puesto para eso. Recuerdo que en el octavo inning del partido contra Henequeneros la gente salió del banco para felicitarme. Pregunté qué pasaba y me dijeron que había roto el récord. Después nos fuimos para Santiago. Me propuse tratar de llegar hasta 60 entradas por lo menos, pero allí exploté en el primer inning. Es que ya lo sabía y salí con mucha presión. Tal vez si no me hubieran dicho nada del récord hubiese llegado más lejos».

—¿Cómo se coló Maximiliano en la pelota grande?

—Llegué a las series nacionales en el año 1972. Yo era juvenil cuando aquello y entonces un manager al que le decían Nacho Rivero se interesó en mí.

«En mi primera aparición no estuve bien, pues siempre es difícil el prearranque, sobre todo cuando sales de los juveniles y entras en una categoría tan fuerte. Pero tuve una conversación con Nacho y le pedí la bola para lanzar contra Constructores en Consolación del Sur. Perdí ese juego 1-0 y en lo adelante ya todo fue normal».

—¿Entonces está de acuerdo con que los juveniles tengan la oportunidad de jugar en la Serie Nacional?

—En realidad, yo creo que no se deben violar etapas. Cuando eres tan jovencito y entras en la primera categoría, la misma presión te hace realizar un sobreesfuerzo. Por ejemplo, quieres tirar más duro que en los juveniles y ahí te puedes lesionar.

—¿Cómo recuerda aquella primera serie que ganó Pinar del Río en 1978?

—Fue una experiencia muy buena con Pineda, porque era un manager que nos daba confianza, creía mucho en nosotros. Creo que fue el mejor que ha pasado por Cuba.

—¿Alguna anécdota particular con él?

—Muchas. Él me decía: Maximito, en la selectiva solamente te quiero para momentos difíciles, porque hay muchos lanzadores. Entonces me traía para trabajar frente a los zurdos, porque yo era un cuchillo contra ellos. Un día me trajo a relevar contra Industriales con hombres en segunda y tercera bases. Había dos outs y venía Marquetti. Pero ese año él andaba muy bien al bate y yo no estaba muy seguro de poder dominarlo. Entonces decidí darle cuatro bolas y lanzarle a Capiró, que era un «asesino» frente a los zurdos.

«Pineda salió y me dijo: “Maximito, pero si te saqué para que le metieras out al zurdo”. Pero yo le pedí confianza. Entonces traté de desconcentrar a Capiró, caminándole para alante y diciéndole cosas. Él se puso muy “genioso” y en dos strikes le tiré recta al medio. Lo sorprendí y no le tiró.

«Cuando terminó el juego, Capiró fue a buscarme al cuarto y la gente me decía que no saliera. Pero salí y fuimos para el baño. Allí le dije: “Fíjate, yo voy a hablar contigo y después lo que tú quieras. Tú eres del equipo Cuba y yo me estoy ganando un puesto. Hice eso para ver si te sacaba de paso, era la única forma de ponerte out, porque yo sabía que tú venías a matarme”. Entonces él me dijo: “Maximito, eres una trampa”. Ahora somos grandes amigos».

—¿Cómo aprendió a lanzar contra los zurdos?

—Gracias a un director que tuve. Se llama Serrano y ahora es comisionado en Artemisa. Él me enseñó cuando yo estaba en la EIDE. Me decía: al zurdo se le tira por este ángulo, porque la bola se pierde. Después yo lo comprobé, sobre todo cuando iba a batear, pues antes los lanzadores bateaban. Solamente recuerdo a un zurdo que me dio jonrón. Fue Muñoz, aquí mismo en el Capitán San Luis. Le había tirado dos curvas del centro para afuera y después quise cruzarlo con una recta, pero me dio tremendo batazo por el jardín derecho. Cada vez que entro al estadio y miro para allá me acuerdo de aquello.

—En la pelota cubana han triunfado los lanzadores rápidos. ¿Acaso la velocidad es el arma fundamental de un pitcher?

—¡Que va! Es el control. Nadie quiere enfrentarse a un pitcher duro, pero tampoco a uno con control. En los juveniles yo tiré hasta 87 y 88 millas. Pero cuando entré a la serie nacional tuve un accidente y después no pasé de 83. Pero tenía un tenedor muy efectivo y lo tiraba avisado, con control.

—A los peloteros de su época les gustaban mucho las Selectivas. ¿Por qué?

—Porque es lo mejor que inventamos en la pelota. Ahí estaban los grandes. En la Serie Nacional cualquiera puede batear 400 o 500 de promedio y dar 20 jonrones. Pero en la selectiva para lanzar en Pinar había que ser mago. Nadie quería venir a jugar con nosotros, porque sabían que el primer día te cogía Rogelio, después Julio Romero, después Guerra. Era venir y bajar el promedio.

—¿Por qué ha bajado la calidad del béisbol en Pinar del Río?

—En la EIDE a veces no ves a un pelotero de Bahía Honda, o de Guane. Si acaso, hay dos o tres de San Cristóbal o de Candelaria. Debemos buscar la forma de traer a los talentos que hay por ahí.

«La ciudad de Pinar del Río no da peloteros. Yo debo ser uno de los pocos casos», bromea.

—¿Usted siente que los peloteros de ahora se entregan menos en el terreno?

—No son todos los atletas, pero algunos solo luchan para llegar a la Serie Nacional, estar arriba de la guagua y dormir en los hoteles. Después les da lo mismo si los ponen a jugar o no.

«Yo creo que la juventud de hoy tenía que haber pasado trabajo. No sé cómo yo no tengo problemas en el estómago. Trabajé los últimos años masticando aspirinas. Nunca dije que me dolía el brazo, pero cada dos innings me tomaba dos aspirinas. A veces el dolor era tan fuerte, que antes de lanzar iba al hospital y me inyectaba con hidrocortisona, como una anestesia en el brazo. Después que terminaba las nueve entradas no podía ni saludar. Aquello era de madre.

—¿Antes se entrenaba más que ahora?

—Seguro. Te voy a poner un ejemplo que siempre se lo pongo a mis alumnos. Hay que correr lomas para fortalecer el sistema inferior. Si usted hace una casa y el cimiento es malo, con el tiempo las paredes se rajan. El todo del lanzador son las piernas, porque te llevan al empuje y te ayudan con el brazo. Puedes hacer mucha pesa y tener la parte superior fuerte, pero entonces trabajas a brazo limpio. Tienes que correr gradas o correr lomas.

—¿Corrían en las gradas?

—Sí, yo creo que las piernas de nosotros deben estar marcadas en las gradas, y en las lomas de allá abajo. Después se quitaron las lomas, porque decían que ese ejercicio provocaba alteración en los meniscos. Pero yo estuve diez años, 17 series, arriba de las lomas, y todavía pitcheo.

—¿Cuándo decide retirarse?

—En 1983. Ya mi brazo no daba más.

—¿Y después qué?

—He seguido en la pelota, como entrenador. Ahora estoy trabajando con el equipo 13-14 de Pinar del Río.

—¿Su peor momento en el béisbol?

—Un amargo jueves en el Latino. Estaba lloviendo y yo quería lanzar. Me dije: ahora cojo mansitos a los Industriales, pero exploté en el primer inning.

—¿Le gustaba lanzar en el Latino?

—Mucho. Yo siempre quería lanzar en el Latino. Ahí te ve todo el mundo. Además, desde chiquitico seguí al equipo Industriales. Después cada vez que lanzaba contra ellos quería ganarles. Pero es uno de los equipos que mejor juega a la pelota en Cuba. Juegan con amor, parecen una familia.

—Hablemos del equipo Cuba. ¿Siempre tuvo todas las oportunidades, o en algún momento pudo haber estado y lo dejaron?

—Estoy en paz con el Cuba, estuve cuando tenía que estar. Hice el equipo B, porque en aquellos momentos al A llevaban a un solo zurdo y yo no estaba a la altura de Changa.

—¿Por qué iba un solo zurdo?

—Eran criterios de la época. Había un pitcheo muy fuerte y si escogían a un zurdo era Changa, que ha sido el mejor de todos los tiempos.

—Siempre he oído que los peloteros de Pinar no se cuidaban. De lo contrario hubieran llegado más lejos. ¿Es así?

—Al indisciplinado el terreno se lo cobra, le pasa la cuenta. No te voy a decir nombres, pero algunos están ahora por ahí.

—¿Usted lanzaba pegado?

—Claro. Ahora no se lanza pegado porque cualquiera protesta, pero antes el pitcher que no lanzara pegado no sacaba out. La bola para afuera se ve más. Algunos lanzadores tienen miedo de dar bolazos, pero mientras menos velocidad tú tengas, más pegado tienes que lanzar.

Hemos hablado tanto, que se nos fue la mañana sin darnos cuenta. Maximiliano está entero a sus 57 años (nació el 21 de agosto de 1953).

Vive cerca del estadio. Su hijo Marcel tiene 19 años y jugaba pelota.

«Estuvo conmigo en los juveniles, pero yo tuve vista y le dije que mejor siguiera en el Fajardo. Me parecía que no iba a dar como pelotero», explica.

—Supongo que fue muy difícil...

—Imagínate, también era pitcher. Se puso bravo conmigo, pero al final fue lo correcto.

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