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El cine es tan diverso como el mundo

El ciclo sobre diversidad cultural que la sala Chaplin obsequió en los días iniciales del año incluyó propuestas tan originales, motivantes y diversas como para que no olvidemos cómo es justamente el mundo que reflejan

Autor:

Frank Padrón

Celebrar los inicios de año con un ciclo sobre la diversidad cultural por parte de la Cinemateca de Cuba y su sala Chaplin, es casi redundante, comoquiera que si hay un lugar donde puede asistirse a esa condición es allí, todo un templo del buen cine (como sabemos muy bien sus «feligreses»), lo cual incluye justamente esa condición: lo diverso, lo variopinto, lo amplio, léase multicontinental, omnicultural, poliestilístico...

Pero cuando se enfatiza en tales características encontraremos un grupo de películas de esas que difícilmente Ud. hallará en las redes de exhibición comercial, menos aún en algún banco de videos y si acaso en espacios muy contados (y especializados) de la TV cubana.

Entrando en materia, Rómulo, mi padre es un filme australiano dirigido por Richard Roxburgh en 2007 y, como indica obviamente su título, focaliza la perspectiva de un hijo que es un adolescente dividido entre el amor de su laborioso e infeliz progenitor, y el de una joven y hermosa madre que no puede mantener bajo ningún precio la estabilidad emocional, por lo que lleva al desastre cualquier relación, incluyendo otras que siguen a la del protagonista.

Sólido estudio de caracteres, narración pormenorizada y sutil que se apoya, sobre todo, en un montaje elegante (repleto de acentos que llevan a primer plano importantes puntos diegéticos) y actuaciones que extraen cada matiz de los complejos personajes, Rómulo, mi padre es una excelente muestra de un cine apenas conocido.

También el breve ciclo nos propuso una ojeada a los nuevos rumbos fílmicos que toma la antigua Checoslovaquia en las naciones que devino y aliada con otras cinematografías: Defosaenfosa (2006, Eslovenia/Croacia) y Algo parecido a la felicidad (2005, República Checa/Alemania).

El primer caso, dirigido por Jan Cvitkovic, intenta un tragicómico abordaje de la muerte mediante una desdramatización que no acaba de cristalizar ante las torpezas del guión y los constantes tropiezos de una narración que no encuentra el tono. Pudo ser interesante ese grupo de personajes en una aldea rural a los que la muerte provoca de un modo u otro, y con la que ellos juegan, pero todo queda en las buenas intenciones, y ya sabemos qué camino es el que está empedrado de ellas.

Mucho mejor es el otro título, dirigido por Bohdan Slama, que ensaya también la coralidad, esta vez en un edificio urbano. La desvalorización, el agotamiento, el anhelo de exilio hacia Occidente, la falta de escrúpulos, son algunos de los males condenados por el director, a los cuales se oponen la solidaridad, el amor y la honestidad; por encima de los casos concretos está el mapa de una sociedad que olvidó ciertas virtudes para abrazar nuevos estatus, mas el panorama no es alentador: solo nos salva la armonía interior, parece decirnos esta cinta cálida, hermosa, bien desarrollada en historias perfectamente integradas y actuada como Dios manda.

América Latina está representada por Brasil en coproducción con México (Casi nada, 2000, Sergio Rezende), y por Chile, unido a Reino Unido, España y Francia (Machuca, 2004, Andrés Wood). También el filme brasileño agrupa a varios personajes, aunque separados en tres episodios, ahora en la aridez nordestina. Rezende capta el ambiente de aparente paz y soledad contrastando con la violencia que enlaza las tres historias, y lo transmite mediante una expresiva fotografía y un certero montaje. Quizá a veces el ritmo se resienta, pero es evidente el interés que despierta la trama, y lo bien confeccionado de los personajes.

La amistad entre dos niños de clases sociales diferentes en el Chile de la Unidad Popular y hasta los días del golpe de estado de Pinochet, sus familias, el colegio donde estudian y sus primeros lances eróticos, son recreados por Wood con una sensibilidad y una fuerza de la que carecía su filme anterior, La fiebre del loco, enturbiado por problemas narrativos.

Lo mejor de esta historia es cómo sortea el sentimentalismo para conectarnos con un drama sólido y bien contado, donde el contexto sociopolítico, de gran complejidad, es algo más que un telón de fondo, si bien la perspectiva es, sobre todo, humana.

Felicitamos este ciclo sobre diversidad cultural que la sala Chaplin nos regala en los días iniciales del año. Crucemos los dedos porque no solo allí sigamos recibiendo, en los meses restantes de este recién estrenado 2010, propuestas tan motivadoras, originales y, claro, tan diversas como para que no olvidemos cómo es justamente el mundo que reflejan.

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