LA razón principal de mi felicidad reside en dos factores: amistades conquistadas a lo largo de la vida y el sentido que le imprimo a mi existencia. Las amistades me despiertan amor y me hacen sentir amado. Es un privilegio saber que puedo tocar a la puerta de amigos y amigas a las tres de la madrugada en ciudades de Brasil y del extranjero, sin aviso previo, con la certeza de ser bien recibido.
El cine Yara volvió a llenarse, pero no solo de gente. Se llenó de memoria, de piel erizada, de esa alegría que solo brota cuando lo que se celebra es más que un triunfo: es un pedazo de patria hecho carne, sudor y gloria. Casi un año después de que París 2024 lo viera coronarse por quinta vez en lo más alto del podio olímpico, Mijaín López Núñez regresó. Y volvió, no con el mono rojo con el que elevó el nombre de Cuba al firmamento, no sobre el tatami, sino en su pura presencia y en la pantalla grande, en un documental que es mucho más que un recuento: es un abrazo.
«No te apures, es mejor perder un minuto en la vida que la vida en un minuto», fue la primera lección de seguridad vial de mi papá cuando, a mis siete u ocho años, me enseñó a cruzar la calle principal de Corralillo, que ocupa un tramo de la carretera Circuito Norte.
«¿Coronaste, tanque?», me soltó aquel niño que no rebasaba los diez años como para saber si había logrado mi objetivo. La expresión me tomó por sorpresa, tengo que confesarlo. No solo por lo inesperado de la interrogante y la edad de mi interlocutor, sino porque —por un instante— dudé si esas palabras pertenecían al español que conozco o si eran parte de ese léxico emergente que las nuevas generaciones manejan con naturalidad, mientras los adultos intentamos descifrarlo como si fuéramos traductores de un idioma desconocido.
Por aquellos días de agosto de 1978, el sol parecía más intenso sobre Nueva Gerona, no solo por el calor del verano, sino que se sentía también la temperatura de la historia.
EN los tiempos de cambios, como estos, no parece que cambia todo lo que debe cambiar. A veces (o muchas veces o en ocasiones) cambia lo que no se debe. O lo que debe permanecer renovado, se desplaza o se empuja por otra «cosa»; que a algunos (o a unos cuantos) les parece bueno, novedoso, actualizado, lo último. Lo chic.
LOS adoquines de La Habana todavía añoran sus pasos tenues recorriendo la calle Obispo o cualquier rincón de la vieja ciudad. El motivo es simple: nadie ha sido tan Leal a desandar La Habana con ojos de enamorado como Eusebio.
En el complejo escenario actual, la Revolución Cubana enfrenta retos que reclaman mucho más que resistencia: exige renovación con sentido coherente de la continuidad. Eso es una certeza.
La última semana de julio figura en el archivo de mis recuerdos como una de las más felices de mi etapa reciente. ¿Razones? Tuve a mi hija Sofía casi a tiempo completo bajo mi techo. Durante esas adorables jornadas hablamos hasta por los codos, nos divertimos con cualquier bobada, discutimos sin que nadie ganara, nos llamamos por nuestros mil apodos... Ella está de vacaciones luego de concluir el segundo año de la carrera de Lengua Francesa en la Universidad de La Habana.