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Tras la tercera llamada

La decimoctava edición del Festival Internacional de Teatro, dedicada a los 90 años de Vicente Revuelta, reúne una apretada selección del quehacer cubano junto con los siempre esperados visitantes foráneos

Autor:

Frank Padrón

Una vez que en las salas se escucha tres veces una campanada el público se dispone a disfrutar la obra; muchos avisos semejantes suenan por estos días en los teatros capitalinos, realmente a tope, sobre todo por espectadores jóvenes, seguidores del arte de Tespis durante la decimoctava edición del Festival Internacional de Teatro, dedicada a los 90 años de Vicente Revuelta.

Con dirección curatorial del colega Omar Valiño, el evento reúne una apretada selección del quehacer cubano (incluido el de las provincias) junto con los siempre esperados visitantes foráneos. Ante la habitual tiranía del espacio y el hecho de referirnos sistemáticamente a las primeras, nos concentramos en los segundos.

De entrada habría que decirlo: hasta el momento de redactar estas líneas lo mejor visto por el crítico ha sido La repugnante historia de Clotario Demoniax, a cargo de la compañía Tinglado (México). La mezcla entre títeres y titiriteros en escena resulta cada vez más habitual, pero no siempre se logra la armonía y casi perfección alcanzada en esta puesta, que a la vez resuelve admirablemente ese otro ítem también ya recurrente: el teatro dentro del teatro.

El protagonista, suerte de Tartufo azteca, junto al ingenioso Moscón y la codiciada Marcelina, alternan e intercambian peripecias verdaderamente jugosas, mientras lo hacen con la representación de figuras y actuación humana en un retablo que se desdobla en pleno escenario, muchas veces simultáneo cuando los mismos actantes trazan acciones paralelas mientras manejan sus equivalentes muñecos.

Imaginación y destreza rezuma esta puesta que parte de un delicioso texto de Hugo Hiriart confeccionado sobre la base de intertextos, referentes literarios y guiños paródicos, y en la que tal vez habría que trabajar un poco más el diseño lumínico, el cual contribuiría a la diversidad de atmósferas y espacios, pero la escenografía, la música, la concepción de muñecos, el vestuario y el polifacético desempeño de los actores (Paulina Orta, Rolando García y Pablo Cueto, este último también director) completan un trabajo memorable.

No puede anotarse lo mismo de Venus, en el otro extremo, al constituir una de las tempranas decepciones del festival.

La compañía Zub, de Brasil, nos trajo esta versión sobre la conocida novela La Venus de las pieles, del alemán decimonónico Sacher-Masoch (de donde parte el término masoquismo) y la expectativa de muchos, incluido quien escribe, era siguiendo la reciente versión fílmica de Polanski, sobresaliente extrapolación donde una vez más cine y teatro, junto a la vida personal de los implicados, formaban una tríada fascinante.

Las relaciones de poder, los intercambios de roles, el placer que en el amor puede implicar no solo el dolor físico sino el sometimiento y la humillación, el vínculo entre literatura y vida, en una puesta en escena esta vez doméstica que el hombre y la mujer representan una y otra vez, pudo encontrar en el espacio elegido —el pasillo de la Casona de Línea— la perspectiva lúdicra y anticonvencional que pretende difuminar tabúes y pactos no solo teatrales sino morales al uso.

Pero el director Luiz Fernando Marques no logró sacar suficiente partido de la atractiva letra, sus posibilidades alusivas y sugestivas, y consume su puesta en reiteraciones, dilaciones innecesarias de varios pasajes, y sobre todo un montaje plano y carente de matices, a pesar del esfuerzo de sus dos buenos actores, la brasileña Ana Carolina Godoy y el argentino Rafael Steinhauser.

Una (y muchas) personas

Por las difíciles condiciones y pocos recursos que imposibilitan la visita de agrupaciones completas, no pocos teatristas, aun pertenecientes a ellas, viajan solos a la Isla y nos acercan propuestas unipersonales, lo cual es solo por el hecho de que vemos a un único actor en escena, pero en realidad son varios los personajes que con frecuencia encaran.

Es el caso del cubano Jorge Ferrera, quien vive hace tiempo en Barcelona e integra allí Teatro El Puente, con su versión de Peer Gynt, ese clásico de Ibsen; verdadero mito del imaginario noruego, todo un héroe nacional, ha nutrido la literatura, el propio teatro, la ópera y el cine, nunca agotadas de invitar a sus escenas a ese viajero incansable, mitómano y soñador cuyo recorrido existencial desde la juventud tropieza con obstáculos y peripecias.

Nuestro paisano, a quien conocíamos desde sus días en la escena nacional, reafirma que es un polifacético y camaleónico histrión capaz de asumir aquí no solo el protagónico sino todos los personajes (la madre, mujeres, duende…); admira la capacidad de transformación y desdoblamiento de Ferrera, quien los puebla de detalles y características singulares. Donde sí no logra salir muy airoso es en la puesta, que también dirigió, requerida de un mejor diseño a nivel de desplazamientos, transiciones y aprovechamiento del espacio.

El sueco David Sperling propuso Opus 5, un «recital» de este miembro de Teater Panjal sobre relatos y poemas que arman una suerte de varietés, e incluyen concierto de piano (bueno, pianito), baile con un hacha, tradición del clown lopopisky y el arte del ventrílocuo; del talento que despliega a raudales el intérprete (músico, cantante, narrador oral…) nadie dudó entre quienes permanecimos hasta el final, pues Sperling (autodirigido junto a Sören Larsson) supo estructurar todo un show entretenido y variopinto.

Pero cometió el imperdonable error, aun hablando fluidamente el español, de presentar la obra en su idioma original, lo cual generó el esperado desconcierto que llevó a la partida de muchos espectadores. No debe la comisión organizadora permitir este tipo de desaguisado.

El español Javier Aranda (quien tiene su propia y homónima compañía) arrancó aplausos entusiastas e indetenibles con su Vida, donde las manos del teatrista son las verdaderas protagonistas; con ellas, viajando a la infancia, a una canasta de donde su madre extraía las costuras, brotan seres humanos, animales, figuras diversas que demuestran una técnica singular y perfectamente dominada gracias a la cual Aranda crea situaciones y conflictos increíbles, ayudado por la banda sonora y las luces.

El español Javier Aranda arrancó aplausos entusiastas e indetenibles con la obra Vida, donde las manos del teatrista son las verdaderas protagonistas. Foto: Buby.

El fallo aquí estriba en el relato, no libre de reiteraciones, estiramientos excesivos o chistes de dudosa gracia que afectan el feliz desempeño de la obra, que un poco editada y «chapeada» hará brillar mucho más el arte maravilloso de Javier.

También generó entusiasmo y polémica el argentino Manuel Santos Iñurrieta (Los Internacionales Teatro Ensemble) con su Eléctrico Carlos Marx, otro número en la línea que, con más frecuencia de la esperada, incorpora al filósofo alemán al teatro y el cine (Marx en el Soho, Entre Marx y una mujer desnuda…).

El actor, autor y director lo ubica en el Buenos Aires contemporáneo, imbuido en las novedades cibernéticas, la preeminencia de las redes y la internet, sin olvidar el capitalismo que tanto combatió el pensador acechando con nuevas formas y tratando de reinventarse.

Escrita con imaginación, ironía y fluidez, su traslado escénico combina acertadamente el trabajo histriónico con lo audiovisual, donde las alusiones a los mensajes de las redes se convierten en un recurso eficaz; sin embargo, es tanto lo que Santos ha querido abarcar, que ya se sabe cuál es el resultado cuando ello ocurre: dispersión, falta de cohesión, superficialidad en el abordaje de algunos aspectos que, sobre todo al final, dejan una sensación de disloque y saturación.

Sin que caiga el telón

Al cierre de esta edición se esperaban todavía varios de los «platos fuertes» de la edición festivalera, como uno que generaba, aun siendo colateral, no poco entusiasmo: La Clemencia de Tito, por el Lyceum Mozartiano, bajo la dirección de Carlos Díaz, quien, a propósito, nos entregó con su compañía El Público una nueva puesta de su afamada Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Fassbinder-Espinosa). Y especialmente, la presencia del célebre Berliner Ensemble con su brechtiano Círculo de tiza caucasiano.

Pero todo eso queda para valoraciones posteriores, por ahora, y a punto de que suene de nuevo la tercera llamada anunciando el telón de la clausura, podemos asegurar que hemos gozado de un festival con más de un momento para agradecer.

 

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