Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Olores, colores y sabores

Autor:

JAPE

Tengo entendido que todos los sentidos actúan como referente en la memoria. Algunos con más preponderancia que otros. Sobre esto no entraré a disentir, pues no soy un experto. Mi hija me critica porque muestro una marcada preferencia ante algunos dulces y fiambres que para ella no tienen nada de apetecibles como son el masa real, la tortica, la gaceñiga, el panqué y sobre todo el pan con croqueta…

No soy bobo, ni he perdido el paladar con el paso de los años. Claro que me gusta y valoro un buen pie de limón, un cake de tres leches, una tartaleta de coco y guayaba… Mi favoritismo hacia los «plebeyos» antes mencionados, en comparación con estos últimos, tampoco está dado por la diferencia de precios, que es considerable, y cada vez más descomunal.

Disfruto los primeros, sobre todo por un problema sentimental, profundamente espiritual con tendencia a lo generacional. Quienes como yo rondan, o le dan raya al medio siglo, tuvieron una infancia llena de fiambres callejeros y refrescos embotellados muy difíciles de borrar de la mente. Dije refresco, y no mencioné la malta, porque mi interés es dialogar, cambiar impresiones, no hacer llorar a los lectores.

Volviendo al tema, y como dicen siempre los más viejos: ¡aquello sí estaba bueno! Aunque a decir verdad se criticaba tanto o más que ahora. Quizá porque entonces no éramos conscientes de que podría ser peor.

Por naturaleza no soy muy exigente con la comida y perdono las diferencias que puede haber entre un pan con croqueta o una frita del ayer, con kétchup, mostaza, acabadita de freír, y las que expenden hoy, ya sea estatal o cuentapropista. Igual me pasa con los dulces que cuecen en panaderías, salvo algunas que mejor ni mencionarlas. Al final logran transportarme a mi cada vez más distante infancia en que la inocencia nos hacía ver todo color de rosa, sin que para nada tuviera que ver la orientación sexual.

Hasta ahí soy benévolo y sigo apostando por la memoria sensorial porque como dice el refrán, recordar es volver a vivir. Donde no transo y saco problemas con cualquiera es cuando nos referimos a los embutidos y el queso. ¿Qué pasó? ¿Se perdieron las recetas?

Vuelvo al siglo pasado, años 80, cuando cruzaba la calle Carlos III, que siempre intentaron cambiarle el nombre y nunca lo consiguieron. Ya estoy en la cafetería El Lluera y pido un sándwich de jamón y queso… No hablaré de precios. Hablo del sabor, el olor, el color, la textura… en resumen: la calidad.

Por más que intento concentrarme, cuando en la actualidad engullo un pan con jamón viking, de esos que llaman CD, por lo finito que lo pican, no logro transportarme al pasado. A veces he pensado que es muy fino y por eso no crea la sensación esperada en mis papilas gustativas y he puesto diez ruedas en un pan, kétchup, mostaza, pepinillo encurtido y… nada, ¡no sabe a nada!

Lo más irrisorio es que se han denodado en crear mil variedades: jamón viking especial, jamonada especialísima, chorizo mucho más especial, mortadela extra ultraespecial… y todo es la misma m… ¡mentira! Y todavía tengo que aguantar cuando el tarimero, con sonrisa de oreja a oreja, me dice: «Eso es lo que hay, y vale 90 pesos la libra». Por lo que veo, es muy probable que tenga que seguir evocando mi memoria emotiva con tortica y masa real.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.