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En recuerdo de aquel bello viaje

2020 se marchó culpable de ser el año de varias despedidas dolorosas, entre ellas la del pasado 30 de diciembre: Farah María, así sin apellidos ni otros adornos que no fuera su propia personalidad

Autor:

Frank Padrón

Hace tiempo no salía a conquistarla quien fuera indiscutida reina de la pista. Ya hace tiempo que Farah María dejó de salir a escena y hace pocos días se detuvo en la vieja estación a la que aludía uno de esos grandes éxitos. 

En un excelente documental sobre los cuartetos en Cuba realizado por Tony Lechuga, su colega Héctor Téllez afirmaba que ella se había convertido en toda una estrella desde que integraba Los Meme. Y así mismo fue: la voz femenina del más famoso ensemble vocal de los años 60 ya descollaba dentro de la agrupación, que arrastraba innumerables fans en buena medida gracias a ella. Y esa luz propia se prolongó y acentuó una vez que, disuelto aquel, Farah comenzó su carrera como solista.

Procedente del mundo de la moda, cuando José Manuel «Meme» Solís la reclutó para la canción, ella poseía un timbre pequeño pero increíblemente expresivo, del cual se hizo dueña absoluta para convertirse, muy pronto, en una rotunda cantante que dominaba todos los secretos de ese arte.

El recuerdo de aquel largo viaje, disco que la Egrem reeditó cuando preparara uno sobre el cuarteto, nos devuelve esas virtudes: un hermoso color vocal proyectado en un cuidado fraseo, una cadencia natural y una manera especialísima de modular.

Farah canta en ese volumen, representativo de su repertorio, sobre todo un tipo de pieza nostálgica, coloquial, de esas que dialogan muy de cerca con el interlocutor, firmada por nombres de la entonces incipiente Nueva Trova (Silvio, Mike Purcell) como por otros de una línea menos intelectual pero no por ello menos hermosa (Alberto Vera, Raúl Gómez, Jorge Estadella, Alberto Anido, Tania Castellanos) o por nuevos autores por los cuales apostó (Mariana Torres y su Para el final de un año, que tan bien defendió en un concurso Adolfo Guzmán), sin olvidar el tango argentino, al cual dio un toque sensual y propio. Pero, sobre todo, se hizo «especialista» en un compositor sensible y peculiar como Juan Almeida, con cuyos títulos estableció una gran empatía e interpretó como nadie.

Farah María fue la voz femenina del más famoso ensemble vocal de los años 60, Los Meme.

Farah, sin embargo, fue esencialmente un fenómeno escénico; aunque escucharla será siempre un placer, no tendría nunca una apreciación completa de su significado en la música insular quien no la pudo disfrutar sobre un escenario.

El gracejo, la sensualidad y el ritmo natural con que la artista impregnaba desde el menor movimiento hasta la más completa coreografía —heredados, sin dudas, de su trabajo en el cuarteto— revelaban a la artista plena que desde el comienzo fue, y que continuó evolucionando y creciendo paulatinamente.

Su elegancia personal, unida a un exquisito gusto en el vestir, coronaba cada actuación que lo mismo en el teatro —míticos fueron sus recitales en el Amadeo Roldán durante los 60 y 70 del siglo pasado— que en el cabaré o la TV, nos la devolvían íntegra. Especialmente en temas más rítmicos como su inolvidable Tiburón en el Malecón, de Enrique Jorrín con su orquesta, Farah sentó una cátedra difícil de imitar y mucho menos de superar.

Ahora que se nos ha ido, ella nos invita a tener siempre en nuestra memoria musical, en tanto país, el recuerdo de aquel largo y hermoso viaje por el mundo de la canción y el escenario donde Farah María plantó la semilla de la leyenda.         

Herido de amor

2020 se marchó culpable de ser el año de varias despedidas dolorosas, entre ellas la del pasado 30 de diciembre: Farah María, así sin apellidos ni otros adornos que no fuera su propia personalidad.

Ella nació artista y bella, nunca le pudieron arrancar ni lo uno ni lo otro. Acaba de morir y su memoria se ha dinamitado por el mundo del espectáculo. Quienes conocen del arte de la escena, la música, la moda y la danza, reconocen que hace 76 años a La Habana-Cuba
le nació una estrella. Nada ni nadie, ni siquiera los hipercríticos que ven lunares en todo pudieron derrumbar su halo singularísimo.

No solo tuvo un cuerpo escultural, un rostro que emula en belleza con el de la Gitana Tropical, de Víctor Manuel; y ese don para la elegancia, la feminidad natural, la sensualidad comedida, sin atisbo alguno de vulgaridad; fue también una excelente cantante, fuera en aquel cuarteto de excelencia del maestro Meme Solís, al lado de Tito Gómez, la Orquesta de Enrique Jorrín, Irakere o el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro. Acompañada al piano por Chucho Valdés, cantando a Silvio Rodríguez, Juan Almeida, Raúl Gómez o Barrerita, entre otros compositores de valía.

Nadie se atrevería a enviarla por el mundo, sea Asia, Europa o
Latinoamérica, sin tener la seguridad de que su paso sería tan arrollador como lo fue, de triunfo en triunfo hasta la idolatría.

Farah a la vez que impactante en escena era sencilla, asequible, diáfana en la vida cotidiana. La comunidad LGBT despide a una amiga fiel, sensible y valiente.

Los cabarés, los festivales de la canción, los grandes escenarios de Cuba y resto del mundo lloran a una diva ajena a lo ficticio. Era una flor de un perfume esencial llamado Talento.

No se repetirá nadie así.

En silencio, desde varios comentarios y viendo sus exitosos videos me había despedido de ella al conocer su enfermedad y el deterioro a que ese mal conlleva. Espero que se haya ido rodeada del amor que tanto prodigó.

Esta noche me voy a emborrachar de sus canciones y sus múltiples y glamorosas imágenes, para dormirme con ella en la retina y en el alma. Farah es uno de los sueños que la existencia humana pierde a la vez que se engrosa el mito. Puedo volverla a escuchar sin que ella cante, e imaginarla a punto de salir a la pista y oírla: La gente corre a mi alrededor,/ el viento arrastra algún sombrero./ Los niños juegan sin preocupación y mientras tanto yo espero... Por ella siempre, herido de amor. (Rubén Darío Salazar)

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