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Lo triste del cine sin su mirada

Este miércoles amaneció con la lamentable noticia de la muerte del gran director de fotografía, Raúl Pérez Ureta. JR le rinde homenaje al Premio Nacional de Cine 2010 quien dejara su huella en películas como Madagascar, Papeles secundarios y Suite Habana

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Es difícil imaginar el cine cubano ya sin su mirada. Sin esos ojos expertos en captar emociones, sentimientos, en crear atmósferas visuales como si en vida hubiera recibido el legado de los pintores más ilustres, de aquellos artistas verdaderos dueños de las luces y las sombras. Raúl Pérez Ureta, el gran director de fotografía, murió este miércoles y dar la noticia duele.

Ha sido un duro golpe el que se le ha asestado a la cultura cubana, otra despedida que sentirán en lo más profundo aquellos que hemos admirado sus extraodinarias películas; su rotunda obra: desde largometrajes de ficción como Madagascar, Papeles secundarios, La vida es silbar y Alicia en el pueblo de maravillas, y los documentales al estilo de Suite Habana, Los dueños del río y Minero, hasta entregas para la televisión con títulos como La semilla escondida y los videoclips Monedas al aire y Cita con ángeles.

En homenaje al primer director de fotografía cubano que mereció, en el año 2010, el Premio Nacional de Cine, JR reproduce fragmentos de su conversación con la destacada periodista Mary Luz Borrego a propósito de un suceso que fue aplaudido por ese pueblo que tanto lo admiró. Entonces le contó a su coterránea espirituana que había tenido una niñez muy pobre, pero muy feliz en Fomento, a pesar de que había vivido un poco relegado, como en un gueto, «porque mi padre era canario y en esa época los isleños tenían fama de brutos. Desde los 12 años trabajaba en una tienda, donde limpiaba las vidrieras, salía a cobrar las cuentas; era muy malo como vendedor. Hasta que decidimos tomar La Habana por sorpresa, con 15 o 16 años».

—¿Cómo entronca con el mundo del cine usted tan joven, comerciante y sin una formación en el mundo de la cultura?

—La tienda donde trabajaba estaba en la calle Infanta, cerca vivía Pedro García Espinosa, el hermano de Julio, quien era escenógrafo del Icaic, que en ese momento se estaba creando. Yo pensaba que podía trabajar en dibujos animados, ser dibujante, cosa en la que tampoco fui bueno, pero me aceptaron allí y estuve como un año y medio trabajando en eso hasta que pasé a cámara.

«Un día llegó Santiago Álvarez preguntado quién podía hacerle un trabajo de sonido y, sin saber nada, me propuse, porque la cámara de dibujos animados era en un cuartico cerrado, oscuro, y mi problema era salir, ver cosas. Así me involucré en el Noticiero Icaic Latinoamericano, primero como sonidista y después llegué a ser camarógrafo; trabajé como en 500 ediciones; fue la mejor escuela, porque me permitió tirar miles y miles de pies de película y sobre la marcha aprendí un poquito».

—¿Qué experiencias guarda de sus trabajos con Santiago Álvarez, todo un mito en el Icaic?

—Todos los que nos nucleamos alrededor del trabajo del Noticiero éramos gente muy joven. Santiago actuaba como el jefe del trabajo y el ideólogo-político que nos ayudaba a formar, pero también como un padre, porque éramos como chiquillos malcriados. Fue muy hermoso y muy formador; muchos de los cineastas importantes del Icaic pasaron por el Noticiero. Santiago, un hombre muy inteligente, muy culto, con un proyecto de trabajo muy fuerte y riguroso que nos ayudó a ser un poco mejores.

A inicios de la década de los 80, cuando el Noticiero se extinguía, Pérez Ureta comenzó a involucrarse con el cine, como operador de cámara de largometrajes en una película de Tomás Gutiérrez Alea, Hasta cierto punto. Después vinieron algunos cortos y el único filme de ficción del mismo Santiago Álvarez: Los refugiados de la cueva del muerto.

«Me interesaba la dirección de fotografía, ese proyecto de crear atmósferas con la luz, situaciones dramáticas con óptica, con lente. El director de fotografía en el cine coloca las luces, decide dónde va la cámara, tiene la posibilidad de ir contando una historia plano a plano, es como traducir a imágenes el guion literario.

«Un día fui a hacer una operación de cámara a Colombia, en una película que se llama Visa USA. El director de fotografía de ellos se enferma y parar la película en ese momento resultaba muy costoso. Entonces me preguntaron si yo podía terminarla y acepté. Fue una decisión bastante arriesgada, pero a esa cinta le fue muy bien comercialmente y me abrió las puertas para trabajar aquí.

«Mi primera película en Cuba, Otra mujer, la hice con Daniel Díaz Torres; después vino Papeles secundarios, que me afianzó como creador, y luego trabajé con Fernando Pérez y Gerardo Chijona; hice algunas otras cosas en Colombia y en Perú y me fui sintiendo un poco más seguro».

—Aunque un director de fotografía decide también en el éxito de una película, el público siempre reconoce a los actores, al director, ¿cómo sobrelleva ese segundo plano?

—Uno no escoge las películas que quiere hacer; a uno lo contratan para hacer la película que va a dirigir otro. Pero también tomamos determinaciones en tiempos muy cerrados, siempre en consulta con el director; tienes que llegar a un acuerdo porque la película no es del fotógrafo, la película es del director, y en algunos países capitalistas ni siquiera del director, sino del productor; un negocio.

«En algunos casos hay que tener la fortaleza intelectual para discutir, pero si el director no acepta tu propuesta, tienes que tener la capacidad para hacerla como él quiere y hacerla bien. Todo depende mucho del entendimiento. También los factores económicos tienen que ver; a veces quisieras un lente más ancho, pero no lo hay en Cuba y alquilarlo cuesta caro. Jamás me he atrevido a decir esta película la voy a escribir y a dirigir yo, porque los fotógrafos se enamoran de los planos y no tienen el sentido del tiempo».

—¿Todo color de rosa o algún momento difícil?

—He tenido momentos difíciles; la vida me ha situado, por ejemplo, filmando una guerra y una guerra es despiadada, una guerra te entra por los ojos, pero te satura el corazón. Momentos difíciles… Cuando trabajaba en el Noticiero estuve en ciclones, en el terremoto de Perú, en los años 70, cuando hubo alrededor de 170 000 muertos; en Vietnam, en una zona donde había conflicto con los chinos y bombardearon una ciudad completa. A veces tienes que tener la fortaleza espiritual de decir: Yo vine aquí a filmar; me duele mucho que haya un niño muerto, pero tengo que filmarlo».

Raúl Pérez Ureta apareció entre los dos directores de fotografía más reconocidos en la encuesta realizada por los 50 años de creación del Icaic. No renegaba de ninguna de sus películas y consideraba que la discreción, el respeto y la cordialidad con los actores y el resto del equipo resultan indispensables para la realización de cualquier cinta.

Quien realizara detrás de la cámara José Martí: el ojo del canario bajo la dirección nuevamente de Fernando Pérez, colaboró sistemáticamente con la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (se desempeñó como Jefe del Departamento de Fotografía) en la formación de jóvenes.

—Algunos consideran que el cine cubano, en su afán crítico, se ha encasillado con cierto corte de comedia, muy agradable de ver, pero que el tiempo enseguida lo vence.

—Pudiera ser. También uno es hijo de su tiempo; creo que se han hecho películas más y menos importantes; una película es un hecho artístico que a veces es más o menos feliz, pero todas se han hecho con muy buena fe. Creo que hay un grupo de gente joven que tiene otra realidad visual distinta a la de nosotros; pueden cambiar la forma de ver del cine cubano, hay mucha gente joven muy buena. Creo mucho en la sensibilidad de las personas, en el poder de lucha y de convicciones que tengan, que sean capaces de analizar el mundo y la época que les toca vivir con honestidad. Yo he tratado de ser lo más honesto posible.

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