Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Epitafio de gratitud

Autor:

Roberto Díaz Martorell

No se puede decir que lo planificó —a nadie le gusta despedirse de este mundo— pero, como azar del destino, el eterno joven cubano y pinero adoptivo Juan Colina la Rosa, historiador y amigo, dijo adiós el día en que los protagonistas de sus sueños celebraban con merecida alegría los 50 años de la Unión de Jóvenes Comunistas.

La novedad sorprendió a muchos: estaba enfermo pero no imaginábamos que nos abandonara físicamente tan pronto. La última vez que hablé con él fue el 2 de agosto de 2011, durante las actividades por la proclamación de la Isla de Pinos como Isla de la Juventud, hecho que calificó de trascendental e histórico.

En esa ocasión, como en otras, me dije que era difícil no apreciar en aquellos ojos inquietos su rotundo amor por esta Isla que tanto defendió en libros y diálogos con las nuevas generaciones, a las cuales les inculcó —entre otras incontables certezas— que aquí hubo un Presidio Modelo, donde muchos cubanos sufrieron torturas físicas y morales por pensar en una Cuba libre, hoy símbolo de libertad.

Natural de Sagua la Grande, el licenciado Juan Colina la Rosa (1943-2012) aportó desde su constante investigación de las tradiciones e historia de esta ínsula, con la premisa de que no llega antes el que va más rápido sino el que sabe adónde va.

No tenía un físico fuerte: la fuerza la llevaba en la mente, y en los deseos de perpetuar las razones que hicieron y hacen a la Isla de la Juventud un lugar especial, digno de respeto y marcado por la impronta de cientos de jóvenes de toda Cuba, en cuyas canas y manos callosas se observa el sano orgullo que deja el protagonismo.

Cuando hablaba siempre movía a la reflexión, a dar una mirada interior a la realidad. En la radio, la televisión, la prensa escrita, la Universidad, el aula o el parque, señalaba las metas por lograr, al tiempo que instaba a disfrutar o a perfeccionar lo mucho que tenemos.

Transpiraba perseverancia y optimismo; y aunque ya caminaba lentamente, lo hacía con firmeza, siempre con un libro bajo el brazo y su agenda de notas para atrapar detalles; con la memoria lista para ofrecer referencias oportunas a dudas juveniles; la sonrisa disponible y la mano extendida.

Nunca faltó al homenaje que cada año le dedican aquellos jóvenes de la década del 60 y el 70 a Cristóbal Labra, paradigma juvenil de entonces y de hoy, y guardó en su cuaderno las huellas que dejaron los jóvenes de la columna Aniversario 50 de la UJC tras el paso del huracán Gustav (2008) por la Isla de la Juventud.

Su obra no quedará inconclusa: muchas manos, voces y corazones que lo despidieron son las que impulsan hoy esos sueños, los mismos que lo trajeron aquí con uniforme verdeolivo.

Colina se fue, y por su legado creo que merece este epitafio griego: Aquí yace uno de esos hombres, quienes después de cubrir de gloria a la patria, fueron cubiertos por la oscura nube de la muerte. Y muertos, no han muerto, pues su valía los devuelve de la morada de Hades.

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