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¿Cuánto cuestan las pérdidas inéditas?

Autor:

Nelson García Santos

Leyendo informes de balance de empresas, organismos, ministerios, el Poder Popular… o escuchando los análisis, aparecen de un año para otro similares traspiés, cobijados casi todos bajo el manto de un inestable control, enraizado, contra viento y marea, como el mismísimo marabú.

Hay fugas económicas de tipicidad delictiva y otras fuera de ese rango que, descubiertas, resultan sancionadas administrativamente, pero unas y otras dañan y difunden hacia la sociedad un mensaje de desorden en la infraestructura empresarial.

Añádase a esa realidad que el descontrol anima a los propensos a delinquir, alentados por ese razonamiento de pillería de que aquí nadie ve nada. Y, asombrosamente, muchas veces los responsabilizados con ver, tampoco oyen.

En un breve muestrario de fallas reiterativas, ocupan un lugar prominente las famosas cuentan por cobrar o pagar, e incluso un parte llega a caducar; multas que languidecen sin que se paguen; inadecuada supervisión y monitoreo dentro del mecanismo de examen interno y de los organismos a sus entidades, y esquilmar a los consumidores, una de los ardides añejados en la acción de dar de menos y cobrar de más.

En esta relatoría también aparece la falta de aplicación de la guía de autocontrol relacionada con los inventarios y los vaivenes en el uso del combustible, más allá de anomalías en la venta de materiales de la construcción que transitan por la bolsa negra como tantas mercancías. ¿De dónde las sacan? Obvio.

Hay deslices que llegan hasta costar millones de pesos a la economía como resultado de la desenvoltura de algunos que meten la mano y hasta el pie, descubiertos, incluso, muchas veces después de haber robado bastante.

Al menos en esos casos, aunque tardíamente, impidieron que lograran vulnerar eternamente la legalidad, pero la verdad verdadera es que muchos caen en la red de la justicia gracias a los controladores de afuera, dígase, por ejemplo, una verificación de la fiscalía.

Hay pérdidas económicas que nunca se sabe su costo, al menos públicamente, pasan inadvertidas, están inéditas en la prensa, porque se habla de los bajos rendimientos agrícolas en sentido general o la mala calidad de determinada producción sin aterrizar en cuánto cuestan a la economía.

Estos deslices, sin equívocos, aparecen cuando los recursos asignados para asegurar la calidad de las producciones alimentarias, industriales o agrícolas, los utilizan sin una eficacia cabal.

Consecuentemente, cuando incumplen en lograr un producto con la calidad prevista, por violaciones en el proceso de elaboración o debido a sacar, por la izquierda, más cantidades de la programada. O cuando los rendimientos agrícolas están por debajo de la calidad de la semilla empleada, de los fertilizantes empleados y de los salarios pagados para garantizar la cosecha. ¿Qué otra cosa hay si no detrimento económico millonario?

Tampoco resulta, pongamos la yagua antes de que caiga la gotera, que el control esté por el piso. A pesar de los pesares se ha avanzado como acostumbran a fijar en los informes con esa frase infaltable: en comparación con el pasado año se experimenta una mejoría.

Para Gladys Bejerano Portela, contralora general de la República de Cuba, todavía no se logra el cambio que necesita el país y persisten problemas… Lo expresó hace unos días, durante un análisis sobre esa temática en esta provincia.

Lo dijo quien sabe muy bien por dónde anda el control, ese que se ha hecho esquivo, y necesita un gardeo permanente para evitar que sigan corriendo por tercera. Así de lógico, así de sencillo.

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