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Washington tiene la palabra en Somalia

La guerra fratricida en Somalia llegará a su fin si Washington no interviene y se contenta con la pérdida de esta vía de salida de petróleo para el Océano Indico

Autor:

Juventud Rebelde

Guerreros en Mogadiscio, Somalia. Foto: newsweek Mientras la matanza de Estados Unidos en Iraq continúa como el principal conflicto de la política internacional, en franca competencia con la agresión militar israelí a los territorios palestinos ocupados, otra guerra fratricida ha tenido lugar en los últimos años en Somalia, con la aparente indiferencia o la complicidad de la llamada comunidad internacional.

El conflicto bélico entre los grupos que pretendían controlar Mogadiscio, representados por la Unión de las Cortes Islámicas y la denominada Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo o «Señores de la Guerra», que finalmente perdió la contienda, tiene sus antecedentes históricos en las luchas violentas que provocaron la caída del presidente Mohamed Siad Barre, en enero de 1991, atizadas con su inmediata salida del país.

En aquel momento lucharon con todas sus fuerzas y medios por el control del poder las facciones del Congreso Unificado de Somalia, dirigidas por el presidente Alí Mehdi Mohamed, y las del general Mohamed Farah Aidid, quien también agrupó las estructuras clánicas, tribales y algunas organizaciones somalíes identificadas con su liderazgo. Desde entonces, la intromisión extranjera en el conflicto no ha cesado, pues Somalia significa un punto estratégico en los objetivos globales del imperio. Estados Unidos apoyó a Alí Mehdi Mohamed en detrimento del general Mohamed Farah Aidid, que logró el dominio de la capital al costo de su destrucción y la muerte de miles de personas.

Los estrategas estadounidenses consideraron —todavía hoy lo hacen— que el control y subordinación de Somalia permitiría asegurar la salida del petróleo para el Océano Índico, y con una presencia militar estable en el país podrían ejercer una mayor influencia política, diplomática y militar en una región que forma parte del explosivo «arco de crisis», pero donde subyacen enormes reservas de petróleo aún por explorar y explotar en los desiertos del Ogaden.

El peso de esos intereses geoeconómicos motivó que Estados Unidos hiciera un abrumador esfuerzo por manipular el Consejo de Seguridad de la ONU bajo el pretexto de la «intervención humanitaria», lo cual logró y en un breve plazo una «coalición» integrada por 25 000 soldados de 23 países ocuparon tierras somalíes. Rápidamente, la presencia extranjera recibió la oposición de diversas organizaciones que la percibieron como una agresión a su soberanía.

Las acciones de rechazo a las tropas de la ONU tuvieron su punto más aplastante en la emboscada que causó la muerte a 24 soldados paquistaníes. Estados Unidos culpó al general Aidid, quien sería responsabilizado de todos los ataques sufridos por los militares de la ONU. Para muchos combatientes somalíes Aidid representaba la lucha por la independencia y los valores nacionales mancillados por un agresor externo, de ahí el apoyo de amplios sectores populares y de la opinión pública cuando ejecutó exitosas operaciones militares contra las fuerzas conducidas por EE.UU.

La resistencia popular se organizó contra los efectivos estadounidenses. Las noticias sobre la aniquilación de una compañía de tropas especiales con saldo de 75 heridos, 18 muertos y un número indeterminado de desaparecidos y prisioneros recorrieron el mundo. No olvido las imágenes de los marines muertos arrastrados por las calles de Mogadiscio, las cuales fueron vistas en los cuatro puntos cardinales del planeta. La administración de William Clinton cargó con la responsabilidad histórica de recoger en el continente africano el primer fiasco guerrerista del «nuevo orden mundial» después del fin de la confrontación Este-Oeste. El gobierno estadounidense estuvo obligado a retirar a sus soldados de la tierra invadida, pero nunca pudieron aceptar aquella rotunda derrota, convertida de por vida en el «síndrome somalí».

A pesar de aquel duro golpe en suelo africano, durante 13 años Estados Unidos ha persistido en su interés de dominar a la irredenta Mogadiscio, a un país desangrado por la guerra, el hambre, las enfermedades, la pobreza, sin hospitales y escuelas. Con toda desfachatez, el vocero del Departamento de Estado, Sean McCormack, reconoció la cooperación de EE.UU. con los líderes de la llamada Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo.

Ahora que los mercenarios al servicio de la superpotencia huyen derrotados por las milicias islamistas y descalificados por el Gobierno Federal de Transición somalí, presidido por Abdullahi Yusuf Ahmed y apoyado por la Unión Africana, se espera que los grupos islámicos rivales, que controlan la tercera parte del país, entren en negociaciones con el gobierno interino en busca de la paz para un sufrido pueblo que, en los últimos 15 años, desconoce el funcionamiento de un gobierno central en Mogadiscio, pues el de transición tiene sede en Baidoa, a 250 kilómetros de la capital.

En este instante me pregunto: ¿Volverán los «Señores de la Guerra»? Washington tiene la respuesta.

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