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Infancia truncada en el campo de batalla

Cerca de 300 000 menores han sido reclutados para participar en conflictos armados en el mundo, muchachos que han quedado expuestos a la brutalidad de la guerra

Autor:

Yailé Balloqui Bonzón

Nada hay más horrible que la guerra. Y en la guerra, nada hay más horrible que utilizar niños como soldados. Sin embargo, no son pocos los gobiernos y grupos armados que incorporan menores a sus huestes.

Reclutar a estos pequeños es una práctica habitual en el seno de algunos conflictos. Años y años de guerra han agotado a los adultos en edad de combatir mientras los niños sirven para todo en tiempo de guerra: combaten, cocinan, acarrean agua, actúan como señuelos, mensajeros o espías.

La mera necesidad obliga a estos infelices a unirse a tan lamentable efecto: el hambre, la falta de protección física, la violencia doméstica, el miedo, o las promesas de dinero serían también algunos de los motivos. Pueden haber sido secuestrados de sus propias casas, en la calle, sacados de las aulas o en campos de refugiados. Algunos, desgraciadamente, se unen de forma «voluntaria» ante la desintegración de las familias a causa del conflicto, las condiciones de pobreza y el desplome de servicios sociales básicos e incluso, muchos de ellos, nacen dentro de las fuerzas en conflicto.

Un reciente informe de la Organización de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), que se refiere a los efectos de la guerra en la infancia, sostiene que en la última década dos millones de niños han muerto en combate, cinco millones han quedado impedidos, doce millones perdieron su hogar y diez millones más sufren traumas psicológicos.

Pero todos estos cálculos son aproximados. Es imposible conocer el número de niños víctimas de la guerra o la cantidad real de menores soldados porque casi ningún dirigente admite una práctica tan deleznable.

Los menores que permanecen en zonas en conflicto son potenciales candidatos al reclutamiento como soldados, dado que se encuentran privados de protección familiar, de instrucción y de circunstancias idóneas para forjar su vida como adultos. Incorporarse a un grupo armado es un medio para velar por la propia subsistencia, aunque no solo ponen su vida en peligro sino, también a causa de su comportamiento inmaduro e impulsivo, la vida de las personas a su alrededor.

¿AISLAMIENTO VOLUNTARIO?

La necesidad, las expectativas, el ambiente familiar, la ideología, la religión y otros componentes de su experiencia vital, sutiles y difíciles de resistir, se suman a las causas que les llevan a participar en las hostilidades.

Cuando un conflicto afecta a varias generaciones tiende a perpetuarse porque los menores lo consideran algo habitual.

En Sri Lanka, por ejemplo, los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil (TLTT), empezaron en 1987 un programa de producción de soldados: transmitían por televisión películas de adiestramiento en combate, realización de desfiles de soldados jóvenes ante los escolares, entrenamiento militar en las escuelas e instalación de columpios con armas de juguete incorporadas.

Actualmente los TLTT tienen batallones compuestos por mujeres, adolescentes y niños de apenas diez años de edad.

En condiciones normales los valores de los adultos se impregnan en los niños, y en situaciones bélicas sucede también. Para ellos no hay nada más gratificante que hacer aquello que les granjea la aprobación de sus mayores.

Hartos ya de humillaciones, malos tratos, gases lacrimógenos, restricciones de movimiento y otros efectos de la ocupación militar israelí, los niños palestinos lanzan piedras a los soldados hebreos a la salida de la escuela. Perciben la impotencia de sus padres y reaccionan de forma autónoma y violenta. Los adultos, si no los apoyan directamente, tampoco se atreven a censurarlos por algo que ellos mismos deseaban hacer.

La ideología también tiene un efecto importante, especialmente en conflictos de carácter nacionalista, étnico o religioso.

Tristemente la mayoría de los niños soldados han sido testigos o víctimas de actuaciones extremas de violencia física: asesinatos, violaciones, torturas, bombardeos que les genera sentimientos de venganza, deseos de continuar la lucha de los seres queridos, necesidad de sustituir a la familia muerta y otros conflictos psicológicos que pueden llevarlos a tomar las armas.

ESCLAVOS DE LA GUERRA

Por norma general, los niños comienzan con grandes tareas de apoyo: cargan y descargan, preparan la comida, vigilan a los prisioneros... Pero cuando hacen falta soldados son enviados al combate sin miramientos. A menudo son los varones los que están en el frente absoluto. Y las niñas, aunque sean demasiado pequeñas, se encargan del funcionamiento de los campamentos, con sus tareas domésticas.

Los menores, por su pequeño tamaño y gran agilidad, son perfectos para ejercer de mensajeros o espías, pero también para avanzar delante de la tropa adulta por los campos minados y ahí es justamente como la mayoría de ellos pierde la vida.

Otra práctica común para llevarlos al frente de guerra es el suministro de anfetaminas, crack y otras drogas —que a menudo consideran su paga— antes de la batalla para que no sientan miedo, remordimiento o dolor. Tales efectos pueden conducirlos, sin embargo, a sentirse por momentos que son capaces de luchar fieramente, e instantes después se convierten en criaturas que claman por su madre en la oscuridad.

Las niñas sufren el trauma adicional del abuso sexual. Hay regiones en conflictos donde eran obligadas a «gestar un hijo del enemigo» y en otros las convierten en «esposas» de los soldados varones, independientemente de su edad, para «combatir el aburrimiento del campamento».

SECUELAS FÍSICAS Y PSÍQUICAS

Estudios psicológicos con niños que se incorporaban a los conflictos armados de sus países daban a conocer que sufrían de angustia y terror crónicos debido a la presión del entorno.

Inequívocamente el paso por las armas resulta nefasto para los menores porque pierden la posibilidad de recibir la necesaria enseñanza y la mayoría sufre traumas de difícil tratamiento.

También, en el intento de reintegrarse a la vida civil, los niños se reencuentran con códigos éticos y morales que han violado sistemáticamente, lo que les provoca graves trastornos psicológicos.

Es relativamente frecuente que luego sean rechazados por sus propias comunidades, bien porque cometieron abusos contra ellas o porque tienen miedo a sus frecuentes reacciones violentas. Muchos se cambian de nombre e inventan otra historia personal que termina afectando su identidad y su percepción de sí mismos. Otros, como única salida, continúan dedicándose al pillaje y entran de lleno en el mundo de las mafias. No son extrañas las oleadas de delincuencia juvenil tras las desmovilizaciones.

¿QUÉ HACE EL MUNDO?

La Convención sobre los Derechos del Niño define como tal a cualquier ser humano menor de 18 años, a no ser que en virtud de la legislación de su país, la mayoría de edad se alcance antes.

Existen en el mundo un gran número de normas y documentos internacionales de carácter legal y ético que guían la gestión de la UNICEF a favor de de los derechos del niño. Uno de esos textos principales es la Convención de los Derechos del Niño, la cual esta firmada y avalada por 191 países, solo Estados Unidos y Somalia no lo han hecho.

A estas normas se unen las legislaciones nacionales que deben existir en cada país para que dentro de su territorio se protejan, asimismo, los derechos de los infantes.

Según estipula el Derecho Internacional Humanitario (DIH), como personas que no participan directamente en las hostilidades, los menores se benefician de una protección general, es decir de garantías fundamentales que les da total de recho a que se respete su vida y su integridad física y mental.

El DIH asigna una protección especial a los menores por ser personas especialmente vulnerables. Más de 25 artículos del IV Convenio de Ginebra de 1949 y sus dos Protocolos adicionales de 1977 atañen directamente a los niños.

En el artículo 4.3.d. del Protocolo II adicional a los Convenios de Ginebra se estipula que los niños soldados menores de 15 años que sean capturados seguirán recibiendo, de conformidad con el derecho internacional humanitario, la protección especial debida a ellos. Aplicar las disposiciones existentes al respecto es una responsabilidad moral colectiva y los Estados Partes en los Convenios de Ginebra deben no solo respetar sino hacer respetar las normas de ese derecho.

Al mismo tiempo, el artículo 4.3. c. del propio Protocolo II prohíbe a los combatientes reclutar a niños menores de 15 años o permitirles que participen en las hostilidades.

Cargan fusiles cuando deberían cursar estudios y —si la sociedad se los permite— jugar con muñecas o una pelota de fútbol.

La pobreza, siempre la pobreza, los pone ante la triste disyuntiva de aprender a disparar o sufrir la desnutrición. Es otra cara de la globalización.

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