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Los reclutadores de mercenarios ponen sus ojos en África

Las principales maquinarias de los «perros de la guerra» reorientan su mercado hacia el continente africano, donde el caos en tierra y mar es un negocio redondo

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Las compañías privadas se sumarán a la cruzada contra la piratería. La imagen corresponde a un reciente operativo de la marina alemana en que fueron detenidos piratas somalíes en el Golfo de Adén. Foto: Reuters Quién pensó que el sucio expediente de Blackwater sería asunto del pasado, una vez que la compañía de reclutamiento de mercenarios cambió su nombre para Xe, estaba durmiendo bajo laureles. Si de algo están seguros los dueños y ejecutivos de estas compañías y sus secuaces en el Pentágono y el Departamento de Estado —que le conceden sustanciosos contratos a esta industria— es que la guerra es un negocio redondo, y mientras más sucia, más suenan los bolsillos de los magnates que la promueven.

Las corrientes negras de la mayor contratista de mercenarios en el mundo tocan las puertas de África, su próximo campo de batalla para cobrar por la muerte, las violaciones y seguir estafando a quienes se venden a estos consorcios.

En ese continente, conflictos como el de Somalia, Darfur —provincia occidental de Sudán—, República Democrática del Congo, Delta del Níger (Nigeria) y la crisis humanitaria en Zimbabwe, arman la gallina de los huevos de oro que tanto persiguen los hombres de negocio de Washington y otras capitales del mundo desarrollado, felizmente en concubinato con el poder militar y político.

Luego de ser por varios años el continente africano una reserva donde las empresas privadas de seguridad encontraban mano de obra fresca y con preparación militar para asumir sus «misiones» en otras latitudes del mundo, hoy estas compañías miran a la región como el escenario donde desplazar sus efectivos para intervenir en los conflictos y velar por los intereses de los consorcios estadounidenses o de cualquiera que contrate sus servicios. Los mercenarios africanos ya no arriesgarán sus vidas en Iraq o Afganistán, lo harán en sus países...

La cosecha en África puede ser muy grande, sobre todo porque ya está totalmente operativo, aunque desde Alemania, el comando militar de Estados Unidos para África (AFRICOM). Washington, escudándose en su falso humanitarismo, busca garantizar a sus transnacionales el control de las riquezas petroleras y de otros recursos naturales no menos valiosos. Su comandante, William «Kip» Ward, y otras voces de este comando, han defendido en reiteradas ocasiones que AFRICOM trata de promover la seguridad y la estabilidad en el continente, y que para ello no acudirán a las «soluciones norteamericanas», sino que lo harían sobre la base de la colaboración con organismos regionales e internacionales y los gobiernos de esos países.

Dicho en pocas palabras: las guerras serán apagadas en África no con la intervención directa de las tropas norteamericanas, sino con soldados africanos. Estos reciben el entrenamiento y la capacitación de los hombres de Ward.

Por tanto, es de sospechar que AFRICOM llegue a sentarse en la mesa de negociaciones con compañías reclutadoras de mercenarios como Xe —la ex Blackwater—, y otras de sus semejantes como la Triple Canopy, y la DynCorp para pagar por sus servicios, que además estarán en las manos de legionarios comprados en la región. ¿Soluciones africanas...?

De hecho, la DynCorp ha asumido la reestructuración de las Fuerzas Armadas y el entrenamiento de la policía en Liberia.

Mercenarios capacitados, pero baratos

Los mercenarios africanos son mercancía muy preciada para las maquinarias de reclutamiento estadounidenses pues en ese continente encuentran una mano de obra capacitada, ya que la mayoría de los candidatos pertenecieron a los ejércitos de sus respectivos países. Además, se venden por una suma ínfima, comparada con lo que esta industria tiene que pagar por un militar estadounidense o hasta de algunos otros países del Tercer Mundo.

Hubo quienes en Uganda y otras naciones recogieron sus bártulos para marcharse a Iraq y Afganistán a arriesgar sus vidas por un futuro mucho más prometedor. Algunos incluso abandonaron sus puestos de trabajo —en buena parte militares o licenciados de los ejércitos nacionales o de grupos rebeldes— para internarse en los centros de entrenamiento, con la ilusión de que unos años en la guerra les gratificaría el dinero suficiente para mejorar sus vidas.

Los primeros ugandeses que partieron a Iraq en 2005 cobraban hasta 1 300 dólares mensuales. Pero esa suma ha ido tocando el suelo debido a la creciente y feroz competencia entre tantas empresas reclutadoras que no quieren dejar de ganarse su premio en esta guerra tan cotizada por Washington.

A pesar de que dicha remuneración es discriminatoria si tenemos en cuenta que esta industria tendría que pagarle unos 15 000 dólares a un estadounidense, para los ugandeses es una oferta nada despreciable.

Trabajar como «guardia de seguridad» en una base militar estadounidense, en pozos de petróleo, aeropuertos, carreteras, ciudades, o en instalaciones de agua y electricidad, en medio de la guerra es para estos obnubilados mercenarios, mucho más seductor que quedarse en sus empobrecidos países.

En los últimos tiempos, no pocos se han quejado porque al parecer las empresas no les pagan lo acordado. En los escándalos han estado involucradas la Dreshak International y la Special Operations Consulting-Security Management Group (SOC-SMG), las cuales han obligado a muchos a firmar nuevos y «menos favorables» contratos, que les obligaban a comprar 621 dólares en aditamentos militares, como chalecos antibalas, que en un inicio eran parte del avituallamiento garantizado por la empresa, mientras el monto de sus pagos oscilaban entre los 450 y los 1 150 dólares, lejos de los 1 400 dólares prometidos en el convenio inicial.

Tras nuevos mercados

Para muchos de los 10 000 ugandeses que brindan sus servicios de seguridad en Iraq, incluso a las fuerzas estadounidenses, la reciente decisión del presidente Barack Obama de retirar sus tropas de allí es un cubo de agua fría a sus sueños de permanecer un tiempo más en esa guerra —la más privatizada en toda la historia— para hacer algún dinero con el que regresar a casa.

Por el momento, ya la industria mercenaria se plantea otras rutas para reorientar su oferta-demanda. Y África reúne todas las condiciones para convertirse en un destino «cinco estrellas». En Nigeria, al grupo anglo-holandés Shell y otros consorcios petroleros, les vendrían muy bien los servicios de estas compañías, pues casi a diario son atacadas por grupos rebeldes.

Las intenciones de EE.UU. de lograr la desintegración de Sudán azuzando los conflictos internos para garantizarse el control de las riquezas petroleras; la guerra ya eterna que se vive en Somalia y la piratería en sus costas y en el Golfo de Adén; y las discordias en estados del África Central, le confieren a este continente grandes atractivos para la industria mercenaria tan interesada en reproducir dinero a costa de la muerte.

Con anterioridad, ya la Blackwater había manifestado su capacidad de enviar efectivos a Sudán, así como para dar asistencia militar a las tropas de la Unión Africana en Darfur.

Ahora, se asegura de que nadie le coja delante en los operativos antipiratas en las costas de Somalia y en el Golfo de Adén, por donde los barcos del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, cargados con ayuda humanitaria para países del Cuerno de África, y los buques-tanques de petróleo transitan con zozobra debido a los innumerables ataques en alta mar por parte de redes de delincuentes somalíes, quienes piden millonarias sumas por el rescate de las tripulaciones y el cargamento de las naves.

Ante estas peligrosas circunstancias, la famosa Blackwater —y no precisamente por brindar seguridad sino por asesinar civiles en Iraq— ya puso en oferta una nueva modalidad de sus servicios: protección marina. Así, la compañía está reclutando antiguos marinos para escoltar a las embarcaciones, y su larga lista de clientes crece y se diversifica con la incorporación de más de una docena de compañías navieras y aseguradoras, fundamentalmente.

El trabajo consiste en emitir advertencias a los piratas a través del PA system —moderno artefacto tecnológico de amplificación de sonido—, seguidas por disparos al aire. Y si los atacantes se hacen los de oídos sordos, entonces dos helicópteros transportados en el buque McArthur —propiedad de la compañía y llamado así en honor a William Pope McArthur, oficial naval estadounidense del siglo XIX — se encargará de ellos.

Pero Blackwater no es la única compañía que incursiona en los peligrosos mares de Somalia. Otras como la Hollow Point Protective Services, con sede en Mississippi, y las británicas Hart Security, Eos y Drum Resources Limited se han mostrado interesadas en brindar los mismos servicios. Esta última envía equipos de cuatro a ocho hombres que abordan a los barcos clientes en la ciudad egipcia de Port Said, cerca del Canal de Suez, y permanecen con ellos hasta que llegan a Omán —ubicado en la parte oriental de la península arábica y fronterizo con Yemén— o al puerto de Mombasa, en Kenya. Solo cuatro de estos guardianes cuestan 8 100 dólares al día. A pesar de las altas tarifas, la compañía reporta que el número de los interesados en su protección ha crecido en los últimos meses.

Por su parte, la Olive Group, con sede en Londres, y encargada de la protección de las operaciones de la transnacional petrolera Shell en Iraq, comenzó a trabajar en el Golfo de Adén en 2008. Desde entonces, a ninguno de sus barcos clientes se han aproximado piratas mientras han estado en ellos, cuenta con orgullo a Fox News, Crispian Cuss, asesor de seguridad del consorcio.

Las empresas privadas de seguridad no titubean. ¿Cómo hacerlo, si por estas rutas pasan cada año 20 000 buques comerciales, y las operaciones militares de la Organización del Tratado del Atlántico Norte y de la Unión Europea demuestran ser insuficientes para devolverle la tranquilidad al comercio internacional? Blackwater y compañía ya sacaron su cuenta... y el pastel es prometedor. Así que, «enciendan los motores y hasta África no paramos».

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