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Diario de El Paso: El testimonio de Ann Louise Bardach

En junio de 1998, Luis Posada Carriles le confesó a la periodista Ann Louise Bardach su responsabilidad por la cadena de bombas que estallaron en La Habana en 1997. Este jueves Bardach comparece ante el jurado

Autor:

José Pertierra

Marzo 16, 2011. El Paso, TX.- El jurado en El Paso escuchó hoy a Luis Posada Carriles cuando asumía la responsabilidad por la cadena de bombas que estallaron en La Habana en 1997. Lo dijo a través de una grabación que le hizo la periodista del New York Times, Ann Louise Bardach, en junio de 1998 en Aruba. El fiscal Timothy J. Reardon III pidió reproducir partes de la grabación al jurado, mientras la periodista identificaba las voces y comentaba sobre las respuestas que le brindó Posada Carriles.

El matutino

La mañana comenzó con las acostumbradas quejas y protestas del abogado defensor, Arturo Hernández, quien se opuso a que el jurado escuchara la grabación, a pesar de que ya había perdido esa batalla hace meses.

«Las grabaciones están incompletas, no son auténticas, no se ha establecido una cadena de custodia para garantizar que esa cinta es la misma que grabó la periodista en 1998, y fue grabada sin la autorización de mi cliente», protestó Hernández.

Con un claro punto y aparte, la Jueza Kathleen Cardone le recordó a Hernández que hace meses ella había dictaminado que aceptaría como evidencia la grabación y que el jurado la podía escucharlas.

El testigo renuente

La jueza entonces invitó a que uno de los testigos principales del caso tomara el estrado, Ann Louis Bardach. Había estado enferma. Muy enferma. Incluso debió comparecer en El Paso hace seis días, pero la Jueza Cardone postergó el caso para que se recuperara y pudiera venir a testificar. Hoy aún tenía fiebre, dijo Bardach. Cuando llegó a la sala judicial y antes de que comenzara a testificar, la saludé. Tenía las manos muy frías. Una bufanda carmelita sobresalía en su sobria vestimenta, como un escudo contra las flechas venenosas que anticipaba recibir de los abogados. Con pálido semblante y aspecto anémico, la periodista del New York Times parecía nerviosa.

No había querido venir a El Paso. La fiscalía tuvo que obligarla a través de un citatorio oficial que combatió durante cinco años con abogados y el apoyo del periódico más importante de los Estados Unidos. Finalmente, perdió y no le quedó más remedio que venir a testificar. Además tuvo que traer sus notas sobre las entrevistas que le hizo a Posada Carriles, las grabaciones de esos diálogos y un cuadro pintado por el acusado, que este le regaló.

«Mi periodismo me ha metido en el medio de un caso con el cual no quiero nada que ver», dijo Bardach en un artículo publicado ayer en la revista Foreign Policy. «Siempre he sido una persona que ha resguardado mi privacidad, mi familia, mi matrimonio, mi salud y mi descanso. Por eso, lo que tengo que hacer no me será placentero», añadió.

Bardach también se opone a brindar testimonio, porque piensa que la constitución ampara a los periodistas para que no tengan que obedecer citatorios judiciales sobre sus reportajes. Sin embargo, el tribunal federal discrepó con su interpretación de la Constitución de los Estados Unidos. «Los periodistas tendrán que destruir sus materiales o arriesgarse a ser obligados a testificar contra sus fuentes», escribió ella ayer.

Un te verde

Para aliviar la inquietud de Ann Louise, su esposo, Bob, le alcanzó una taza de té verde hasta donde estaba sentada en el estrado. Después regresó a su asiento, junto a los miembros de la prensa y del abogado del New York Times, Tom Julen.

Mientras esperábamos la entrada del jurado a la sala judicial, Bob intentaba dar fuerzas a su mujer. Alzó la cabeza desde donde estaba hasta que ella lo alcanzó con la vista. Él levantó su mano derecha enviándole un saludo con un gesto cariñoso de sus dedos, como si estuviera revolviéndole el té. Ann Louise sonrió por primera vez.

¿Quién es Anne Louise Bardach?

En eso entraron los integrantes del jurado y comenzamos. «¿Qué tipo de trabajo hace usted?», le preguntó el fiscal Reardon. «Soy una escritora, una autora, una reportera y una periodista», contestó Bardach. Explicó que estudió en la Facultad de Letras de Hunter College, en New York, donde se graduó con una maestría. Aunque estudió para el doctorado ahí, especializándose en Literatura inglesa, no lo terminó.

Inició su carrera periodística en la revista Vanity Fair a principios de los 80 como reportera policiaca, pero también cubría temas políticos. «No hay tanta diferencia entre el periodismo del crimen y el de la política», le dijo al jurado. «Yo no pertenezco a ningún partido político. No soy ni demócrata, ni republicana», añadió Bardach.

«¿Usted está a favor o en contra de Fidel Castro?», inquirió el fiscal. Bardach se encogió de hombros y le respondió: «Todo el que ha leído lo que he escrito sabe que he sido muy crítica con los abusos en Cuba.»

El inglés de Posada Carriles

Sabiendo que ningún periodista en los Estados Unidos ha escrito más que ella sobre el tema, Reardon le preguntó: «¿Ha tenido usted contacto con Luis Posada Carriles?»

«En junio de 1998, pronuncié una ponencia en la University of California, Santa Barbara. Poco después, entre los mensajes de la máquina contestadora de mi teléfono, escuché la voz de alguien que dijo llamarse Ramón Medina», testificó la periodista. Ese es uno de los alias favoritos de Luis Posada Carriles.

Bardach explicó que llamó a uno de los números de teléfono que Posada Carriles le había dejado. «Me pareció un grato conversador. Me dijo que quería reunirse conmigo», contó.

Reardon sabe que Posada Carriles ha declarado anteriormente ante un juez de inmigración que no habla inglés y que no entendió las preguntas de Bardach en Aruba. Por eso le preguntó a Bardach sobre la fluidez del acusado en esa lengua. «Lo habla muy bien», dijo ella. «Yo sabía que hablaba inglés, porque él había trabajado para la empresa Firestone en Akron, Ohio, y también había ayudado a traducir para Eugene Hasenfus».

Hasenfus era un contratista de la CIA, cuyo avión cayó en territorio nicaragüenze en 1986 durante una operación encubierta. Trabajó en la operación Iran-Contra con Posada Carriles en esa época. Fue capturado por los sandinistas, enjuiciado y condenado a 25 años de prisión. Los sandinistas lo liberaron poco después.

Posada Carriles escuchaba el testimonio en español a través de unos audífonos para la traducción simultánea. Como un eco debió oír las palabras de la Bardach, quien sostenía ante la corte que él entendía perfectamente el idioma inglés. ¿Se dará cuenta el jurado?

El abogado defensor pide que anulen el caso

Posada Carriles y Bardach acordaron que la entrevista se daría en la isla de Aruba, una isla al noroeste de Venezuela, al sur del mar Caribe. «Posada me contó que él era un fugitivo», dijo Bardach, refiriéndose a los 73 cargos de asesinato que tiene pendiente ante los tribunales venezolanos en relación con la voladura de un avión de pasajeros.

Al escuchar la palabra fugitivo, el abogado defensor brincó de su asiento como un canguro. «Protesto, Su Señoría, y sostengo una moción para anular el proceso», dijo Hernández. Pidió ventilar su queja en privado, sin que el jurado pudiera escuchar sus argumentos. La séptima petición para desestimar los cargos que ha hecho el abogado de Posada Carriles desde que el caso comenzó el 10 de enero.

La jueza no le concedió la moción, pero le pidió al jurado que olvidara que escuchó a Bardach decir que Posada Carriles había sido un fugitivo. Reardon entonces le preguntó a Bardach cómo había sido su llegada a Aruba. «Posada me dijo que lo encontrara en el aeropuerto. También llegó mi colega del New York Times, Larry Rohter, más mi esposo Bob, porque estaba preocupado por mi seguridad», testificó Bardach.

Otra vez, se disparó el abogado defensor y pidió que la jueza anule el proceso debido a la referencia a la seguridad. La octava vez que lo hace. La Jueza Cardone le pidió al jurado que ignoraran la referencia, pero se rehusó a desestimar los cargos contra el ex agente de la CIA.

Bardach continuó con su testimonio. Dijo que Posada Carriles la recibió en el aeropuerto y la llevó en una camioneta verde hasta su casa. Durante el recorrido, Bardach sacó una grabadora que había comprado en Radio Shack, una tienda electrónica de descuento en los Estados Unidos, y comenzó a grabarlo. Lo hizo abiertamente, le dijo al jurado, sin esconderlo.

«¿Posada Carriles le dijo por qué quería ser entrevistado?», le preguntó el fiscal al testigo. «Quería contar cuál era el papel que estaba jugando en lo que él piensa es una campaña heroica en Cuba», respondió Bardach. «La campaña de bombas en 1997», aclaró.

Las entrevistas duraron tres días y registró aproximadamente unas 13 horas —la mitad de las cuales fueron grabadas—, relató Bardach. Explicó que Posada Carriles, con un gesto de la mano parecido a la de un metrónomo, ordenó apagar y a encender la grabadora varias veces. «Cuando no lo estaba grabando, él era más abierto, más franco», dijo Bardach. «Es la reacción de la mayoría de la gente».

Cuando Bardach mencionó la palabra fax, Arturo Hernández lanzó su novena moción para la anulación del proceso. Ella trataba de recordar los momentos en que Posada quiso apagar la grabadora y parecía querer explicarle al jurado sobre un fax inculpatorio que la jueza dictaminó la semana pasada que el jurado no puede leer.

La jueza volvió a rechazar la moción para desestimar los cargos. Le pidió al jurado que ignorara la referencia a la palabra y los despidió para que almorzaran.

«Una táctica tonta y dilatoria»

Las escaramuzas legales que han marcado este caso desde su inicio hace dos meses y medio continuaron después de almuerzo.

El abogado defensor insistió en que en vez de tocar segmentos de la entrevista, la fiscalía ponga la entrevista entera. Aproximadamente seis horas. El fiscal, Timothy J. Reardon, respondió que «el argumento de Hernández es sencillamente una táctica tonta y dilatoria».

Hernández comparó la referencia de Reardon a una pelota lanzada contra la cabeza de un bateador. «Me siento angustiado por esas palabras del fiscal y pido que el tribunal lo regañe», dijo enfurecido Arturo Hernández, con las orejas coloradas de la cólera.

La Jueza Cardone estaba más interesada en evitar que el jurado no escuchara las partes de la entrevista que tienen que ver con asuntos que el jurado no debe escuchar, e ignoró la pataleta del abogado defensor. Acordó permitir que el jurado escuchara ciertos segmentos de la grabación, y Reardon le pidió a Bardach que identificara las voces que se escuchaban. «Es mi voz y la de Posada Carriles», dijo Bardach una y otra vez, cada vez que el fiscal tocaba un nuevo segmento.

Las notas de despedida

«Mi último día en Aruba, Posada me trajo unas notas que había escrito», dijo Bardach. Las notas que Posada Carriles le dio a Bardach en Aruba incluyen una justificación para el uso de la violencia contra Cuba. Después de detallar una lista de quejas sobre lo que él piensa hace el gobierno de la isla, Posada Carriles escribe: «Y sobre todo sin esperanzas de cambio nos dan el derecho a todos los cubanos libre (sic), a rebelarse en armas contra el tirano utilizando la violencia y cualquier método a nuestro alcance que contribuya al derrocamiento del nefasto sistema y que conduzca a la libertad de nuestra patria».

Las notas también incluyen la advertencia de que él ni admitía ni negaba la responsabilidad de la cadena de bombas en La Habana. Sin embargo, a pesar de esa advertencia, las grabaciones revelan que Posada Carriles asume la autoría intelectual de esos actos terroristas sin ninguna duda.

La confesión de Posada Carriles

El jurado escuchó la voz de Posada Carriles admitiendo que se tomó solamente uno o dos meses para planear las explosiones en los hoteles en Cuba en 1997; que él era el jefe de la operación y lo mantenía todo compartimentado; que el propósito de la cadena de bombas había sido «no más turismo» y había mandado a poner pequeños explosivos en los hoteles, porque «no quería herir a nadie»; que el asesinato de Fabio Di Celmo el 4 de septiembre de 1997 no había sido intencional, porque «el italiano estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado». Y, por supuesto, que su conciencia está libre: «duermo como un bebé».

Mientras escuchaban la confesión de Posada Carriles a Ann Louise Bardach, los integrantes del jurado parecían hipnotizados por la voz y la transcripción que podían leer simultáneamente en sus monitores televisivos. La mujer del pie fracturado abrió la boca, el gordo de la primera fila miró a la señora del pelo de dos tonos que tiene a su lado. ¿Se estarán preguntando por qué solamente lo han encausado por perjurio y no por asesinato?

«¿Cómo le pareció Luis Posada Carriles cuando él le dijo que el Señor Di Celmo era la persona mas fatal del mundo, porque había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado?», preguntó Reardon.

«Con cierto desinterés y desentendimiento irónico», contestó Bardach.

Y así mismo parecía hoy Luis Posada Carriles. Durante todo el testimonio de Ann Louise Bardach, no la miró ni por una vez. Sentado con las piernas cruzadas -en su tobillo izquierdo se veía el brazalete electrónico, la única restricción a su libertad impuesta por la Jueza Cardone-, a Posada Carriles solo le interesaba la pantalla que tiene a su lado y de cuando en cuando extraviaba su mirada en el vacío.

Escuchar su propia voz reclamando la autoría de los atentados con bombas en La Habana y confesando con sorna ser el asesino de Fabio di Celmo, no lo desequilibró en lo absoluto. Es más, parecía no importarle. Como le dijo a Ann Louise Bardach en Aruba en junio de 1998, «¿qué le importa una raya más al tigre?»

*José Pertierra es abogado. Representa al gobierno de Venezuela para la extradición del terrorista Luis Posada Carriles. Tiene su bufete en Washington DC.

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