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Eligiendo a un perdedor

En sus votaciones internas de hoy, la derecha venezolana escogerá a un candidato marcado por lo imposible: derrotar al presidente Hugo Chávez en los comicios presidenciales del próximo 7 de octubre

Autor:

René Tamayo León

CARACAS.— La historia del 7 de octubre de 2012 está escrita. Se sabe cómo terminará. Será un acontecimiento de trascendencia mundial. Todo indica que las elecciones presidenciales de ese día tendrán como ganador al mandatario venezolano Hugo Chávez. Significará su cuarta victoria al hilo en esas lides: 1998; 2000; 2006; ahora, 2012.

Es el curso natural de la vida. Quien piense lo contrario solo estará apostando a dos alternativas: una nueva crisis de salud del líder de la Revolución Bolivariana. O un proceso de desestabilización interna que fuese imposible de superar.
Ninguna de las dos opciones parece viable.

Sobre sus trances de salud, el mismo mandatario dice estar mejor que nunca. Y se le ve bien. Tiene una capacidad de resistencia extraordinaria; sobrehumana.

Quienes lo hemos visto de cerca sabemos, por como habla, camina y se desenvuelve, que sus quebrantos del cuerpo deben estar bastante superados. No puede estar como unos lo pintan; y quisieran.

Hay quienes arguyen que ese buen estado de salud es falso. Pero difícilmente una medicina o terapia continua podría paliarle la agonía y al mismo tiempo dotarlo de esa lozanía de rostro, vivacidad de movimientos, claridad de ojos y sagacidad de mente con que sorprende.

Si esa droga existe o ese tratamiento está inventado, por favor, que le den a esos científicos el Premio Nobel.

¿Camino de rosas?

Las elecciones presidenciales de octubre son la crónica de una victoria anunciada. Mas tampoco constituyen un camino de rosas. Ni siquiera es pronosticable con cuánto margen de ganancia los chavistas alcanzarán el triunfo. Para saberlo habrá que esperar hasta los días cercanos a la votación del 7 de ese mes.

El peligro mayor que se cierne sobre Venezuela este año es la desestabilización interna. Serán los intentos por subvertir el orden constitucional y la paz, generar incertidumbre y crear malestar los que enrarecerán este crucial período electivo.

La oposición interna y las fuerzas hegemónicas saben que solo así tendrán una posibilidad. Y al mismo tiempo, ni la reacción local ni sus asesores externos son capaces de generar por sí mismos algún proceso de contraflujo. Eso sí: le servirían de baza, prontos y dóciles, si se diera la situación.

En Venezuela hay una revolución. Y como toda revolución, es un proceso de masas, consensuado. Aquí ocurre lo mismo de siempre: quienes en realidad adversan a las revoluciones son los imperios. Eso es lo que han hecho desde que el mundo es mundo y desde que en el mapa geopolítico latinoamericano e internacional aparecieron los bolivarianos.

Y este es un país que tiene dinero. Mucho dinero. Territorio vasto, con una población relativamente pequeña: 28 500 000 personas —en números redondos—, posee una riqueza energética, hídrica, biológica y minera envidiable y unos recursos humanos cada día mejor alimentados, estudiados y sanos, y más cercanos al hacer político. Los centros de poder lo saben.

Sin día D

El terrorismo mediático, con la difamación y la manipulación como principales instrumentos, es uno de los ingredientes que se cocinan en la olla de la derecha mundial, de los tanques pensantes y los ejecutivos imperiales, para desmontar el proceso venezolano. Y cada día le están echando más brasa.

Junto al poder mediático, van de la mano una diplomacia tendenciosa y tramposa, incluida las «certificaciones» washingtonianas; la presión económica, e, incluso, proyectos para una posible contingencia militar —desde el exterior, por supuesto.
Seguro que hasta hay un Plan C: el magnicidio, pero ese es mejor dejárselo a la comunidad de inteligencia y a los papeles a desclasificar algún día, o de los que nunca sabremos.

Hoy Venezuela es una fortaleza. Mañana, puede ser potencia. Eso está escrito. Claro, si Chávez sigue a la cabeza: es un país en revolución, pero el papel del líder aún sigue siendo aquí algo fundamental, es parte de esta historia.

La última oportunidad de la reacción global para decapitar el proceso es 2012. Y no se trata, precisamente, del 7 de octubre. Ese no será el Día D. Ese día pierden. Chávez gana.

No obstante, es aviso de Perogrullo que esa también será una fecha peligrosa. Quizá no tanto la jornada del 7, sino las sucesivas. En el tinglado antibolivariano hay una cuarta opción: desconocer el triunfo chavista con acusaciones de fraude.

¿Todo está «pensa’o»?

Cuando hoy la derecha aglutinada en la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) seleccione al candidato que irá contra el líder venezolano, arrancará definitivamente la estrategia de desestabilización concebida por sus asesores extranjeros según las diferentes variantes y escenarios. Todo lo tienen pensado.
De lo que se trata es de generar un ambiente de inseguridad, desconfianza y disgusto que arrastre a manifestaciones callejeras. Y con estas, manipular y presentar a la opinión pública internacional un presunto estado de ingobernabilidad y violaciones de los derechos humanos, a fin de deslegitimar el proceso electoral e incluso provocar sanciones de organismos internacionales serviles y, hasta una intervención extranjera.
No es nada nuevo. El viejo plan. Solo que en otro contexto. Un programa —seguramente supersecreto— con un largo preámbulo que comenzó a ensayarse en estos meses de campaña interna.

«Ojo pela’o»

Si bien hasta ahora ha sido un proceso de aprendizaje tanto de su líder como de sus amplias bases, la Revolución Bolivariana ya ha entrado en un proceso de madurez y solidez estratégica de altos quilates.

Y eso, junto a sus extraordinarios recursos económicos y financieros, y las lecciones históricas propias y mundiales, pueden hacer de este proyecto progresista el más emblemático y arquetípico de la primera mitad del siglo XXI.
El poder global derechista está al tanto.

Los bolivarianos tendrán que estar «ojo pelao», como dicen aquí. Alertas. La reacción mundial conoce que esta es su última oportunidad. Y Chávez es el objetivo primero. La diana.

Chávez es un líder fuerte, decidido, intrépido, arrojado. A veces —es verdad— voluntarioso e idealista, pero qué revolucionario que es, no lo es. Al mismo tiempo, se trata de un individuo modesto, humilde, flexible, abierto a opiniones. Ecuménico.

Representa una personalidad capaz de articular consensos en medio de las diferencias. Constituye, hoy por hoy, el líder más influyente del Tercer Mundo.

Sus características personales y su activa agenda internacional han dotado a su país de un apoyo mayoritario de la comunidad mundial; excepto, claro está, los imperios norteamericano y europeo —«quiénes si no».

Es, además, el estadista en la historia política internacional que a más elecciones se ha sometido, y ganado, en un período tan corto como son 13 años. Estamos, así, ante un presidente y una revolución blindados según el escrutinio democrático burgués. Y esperanzadores y emblemáticos según los sentimientos y anhelos de los pueblos.
En Venezuela se protagoniza «una jugada» de alcance global.

Estamos ante el proceso revolucionario más radical, iconoclasta y subversivo que acontece hoy en el planeta y en una América Latina cada vez más soberana e independiente en lo político, y autosuficiente y competitiva en la economía.
Y eso es peligroso —muy peligroso— para el proyecto hegemónico de la derecha mundial, que no se va a quedar de brazos cruzados. Usará todas sus herramientas para entorpecer y, si fuera posible, finiquitar la Revolución Bolivariana.

Cinco perfiles de un mismo rostro

Son cinco los contendientes de la derecha que se disputan las elecciones primarias que realizan hoy los afines a la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD): Henrique Capriles, Pablo Pérez, María Corina Machado, Diego Arria y Pablo Medina.

El pentágono finalista y los otros que quedaron en el camino protagonizaron en los últimos meses una campaña muy reveladora.

De la forma en que se condujeron, y por todo lo que dijeron, demostraron una medio-
cridad aplastante, una falta de programa auténtico, una ausencia total de criterios propios; y, que entre ellos, ni hay mesa, ni unidad y mucho menos democracia.

Según encuestas, Henrique Capriles Radonski encabeza las preferencias de los adscriptos y adeptos a los partidos y grupos que estarán en liza. El hoy gobernador del estado de Miranda es el mismo alcalde de Baruta que durante el fallido golpe de Estado de abril de 2002 lideró el asedio a la embajada cubana en Caracas.

Definir en el orden ideológico las tendencias de los contrincantes es fácil: derechistas.
No obstante, Capriles, por ejemplo, se declara «seguidor» de Lula; Pablo Pérez se dice «de centroizquierda»; María Corina Machado habla de un nuevo «modelo»: el «capitalismo popular» o la «revolución del emprendimiento».

Puras tonterías

La verdad verdadera es que todos sus programas propugnan, en esencia, desmantelar desde sus cimientos el orden constitucional y el proyecto de país que ha desarrollado la Revolución Bolivariana. Y una propuesta así es imposible. Las masas no lo permitirán, a menos que se quiera provocar una guerra civil.

La historia lo ha demostrado más de una vez, desmontar una revolución verdadera, solo puede lograrse a través de un solo signo político: el fascismo.

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