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Lecciones aprendidas

Un año después de sufrir una herida profunda en la memoria colectiva, la reconstrucción en Japón apunta hacia cambios de referentes y de estilos de vida

Autor:

Nyliam Vázquez García

Los japoneses tenían razones para creer en cierta invulnerabilidad como nación. A fin de cuentas, consiguieron levantarse de las ruinas dejadas por la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en poco tiempo en la segunda economía mundial —puesto que ostentaron hasta que en febrero de 2011, la República Popular China los desplazó—, y escalaron las más altas cimas en materias como la electrónica y el sector automotriz.

Ningún otro país del planeta está más preparado para resistir terremotos. La infraestructura nipona está construida a prueba de estos movimientos telúricos y sus arquitectos dictan cátedra a sus colegas en el mundo. Ni siquiera el sismo del 11 de marzo de 2011, de 8,9 grados en la escala de Richter, pudo poner en duda esta verdad, porque la mayoría de los edificios aguantaron los interminables minutos que duró la sacudida y las seis réplicas, que tuvieron igual o superior magnitud; incluso, las 594 superiores a los cinco grados Richter, ocurridas desde entonces. Sin embargo, el tamaño del tsunami superó las previsiones.

Cuando las olas gigantes del maremoto de más de diez metros arrasaron la costa este del archipiélago, la vida cambió, y no solo para quienes lo perdieron todo. La herida de una tragedia agravada por el accidente en la planta nuclear de Fukushima —el peor de este tipo después de Chernobil— ha removido no solo los cimientos de tierra y mar, sino el modo de asumir la vida de todo un pueblo.

Aunque es lógico que quede el temor después de los más de 20 000 muertos y pueblos enteros devastados, prevalece una necesidad de aprender de lo ocurrido para evitar que se repita, y también el ánimo de compartir las experiencias. Los japoneses se cuestionan patrones de consumo, debaten fuertemente el uso de la energía nuclear y las medidas de seguridad al respecto, así como la marcha del proceso de reconstrucción.

Para unos, este último aspecto marcha a buen ritmo; para otros, quizá los más afectados, los trabajos avanzan lentamente, sin contar que denuncian demora en el pago de las indemnizaciones prometidas por Tokio Electric Power (Tepco)—operadora de la central nuclear— y deficiencias en la ejecución del presupuesto especial asignado por el Gobierno, de más de 50 millones de dólares

El camino, 365 días después

Cuentan que donde antes hubo bosques y pintorescos pueblos pesqueros, mezcla de tradición y modernidad, como Japón mismo, ahora solo quedan las huellas de aquel día triste.

Unos 3 000 edificios fueron arrancados de cuajo. Se rompieron 45 diques y fueron dañados 78 puentes y 3 918 carreteras, según datos oficiales.

La belleza de esa zona costera fue escamoteada y convertida en un gran lodazal lleno de escombros. Todavía se trabaja sin descanso para librarse de tantas ruinas.

Solo en Miyagi, el 70 por ciento de las viviendas fueron destruidas y muchas familias se han ido en busca de rehacer sus vidas. No es casualidad que la población haya descendido allí drásticamente.

«Queremos que regresen, pero mucha gente se ha quedado sin trabajo. Para que vuelvan, es necesario que sea aprobado el plan de recuperación», explicó a José Reinoso, corresponsal de El País, Keichi Kato, director de una escuela de enseñanza primaria en la falda de una colina que sirvió de refugio ese día.

Para las miles de personas desplazadas, un año puede ser mucho tiempo. Saben que nunca volverá a ser como antes. Los caminos se reconstruyen, las casas vuelven a levantarse, los escombros son recogidos, pero el duelo y esa herida en la memoria del pueblo toma más tiempo, permanece. Es normal la ansiedad, máxime cuando los expertos han dicho que la reconstrucción total de las áreas siniestradas puede tomar diez años o más.

Sus quejas y la desconfianza hacia el Gobierno tienen también que ver con la deficiente gestión de la crisis desatada por el terremoto, según datos de una investigación independiente de la Fundación Iniciativa para la Reconstrucción de Japón, una idea del propio ejecutivo. Los reportes oficiales, sin embargo, dan cuenta de más de 300 000 personas afectadas, de las cuales solo 687 viven todavía en refugios; la mayoría ya cuenta con una vivienda temporal.

Para finales de agosto de 2011 todos los municipios habían eliminado los escombros dispersos alrededor de las zonas residenciales, y hasta el 24 de enero de 2012, la recogida de las ruinas, de manera general (incluidos las surgidas de la demolición de los fragmentos dispersos), andaba al 70 por ciento de ejecución. El terremoto y el consiguiente tsunami generaron unos 23 millones de toneladas de restos solo en las tres prefecturas más castigadas: Iwate, Miyagi y Fukushima.

Por otra parte, los servicios básicos fueron restablecidos con bastante celeridad y ya solo quedan fuera de la rehabilitación los lugares donde todo fue arrasado y la zona de contaminación radiactiva, a 20 kilómetros de Fukushima.

Cambio de modelo energético

La planta nuclear de Fukushima tuvo en ascuas durante meses a todo el archipiélago y al mundo. Un año después la situación no está normalizada y cada cierto tiempo salta a los titulares la noticia de alguna pequeña fuga radiactiva.

El miedo planea a sus anchas por toda la prefectura, donde también la población ha disminuido. Según datos del Ayuntamiento, en febrero de 2011 vivían en la ciudad 292 251 personas, pero en enero pasado la cifra era de 286 976.

En diciembre Tepco logró finalmente la parada en frío de los reactores dañados, paso necesario para luego continuar con el largo proceso para clausurar la instalación y que la gente pueda regresar. De hecho, la mayoría de las personas que permanecen en los gimnasios y otros espacios habilitados como refugio son los desplazados por la contaminación nuclear, quienes llegaron a ser 80 000 personas. Además de la tragedia, ellos viven con el miedo a la radiactividad y por supuesto, la perspectiva de regreso a sus hogares, o lo que quedó de ellos, se alarga más en el tiempo.

Por otro lado, el terremoto ha forzado a Japón a revisar por completo su política energética. El debate es nacional, como corresponde a un país donde la energía atómica de uso civil llegó a representar el 30 por ciento del suministro eléctrico.

Lo primero en tela de juicio fue la seguridad de las plantas nucleares, famosa mundialmente, pero en entredicho ante la magnitud del tsunami. Fukushima fue diseñada para un maremoto de un máximo de 5,7 metros, pero lo ocurrido superó los 14 metros y en algunos lugares las olas llegaron a los 20 metros de altura.

Doce meses después de que el mar arrasara la planta nuclear, solamente dos de los 53 reactores con que cuenta el archipiélago se encuentran en activo. Los demás están en parada técnica por motivos de mantenimiento, o para revisar sus medidas de seguridad.

Lo peor es que la gente ya no confía, como es lógico, en la infalibilidad de estas instalaciones, supuestamente construidas para resistir cualquier emergencia. En las localidades donde están ubicadas las plantas nucleares, la población no quiere que las echen a andar otra vez, aunque ello signifique serias medidas de ahorro y hasta cortes programados de electricidad a causa del previsible déficit energético.

De hecho Japón, que no cuenta con recursos naturales para la producción de energía convencional, ha debido incrementar fuertemente el gasto en gas natural y petróleo, atendiendo sobre todo a los altos precios en el mercado mundial. La tensión por el suministro durante el verano por venir, mantiene alarmado al empresariado japonés, que teme no tener suficiente energía para echar a andar las líneas productivas.

El Gobierno sostiene que tras los debates a nivel nacional se han elaborado las «estrategias innovadoras sobre la energía y el medio ambiente» con miras al verano venidero. A principios de marzo, el primer ministro Yoshihiko Noda dio cuenta de la fuerte apuesta del ejecutivo por las energías renovables.

«Nuestra postura básica es alejarnos de nuestra dependencia de la energía nuclear. Esto quiere decir que tenemos que tratar de aumentar la utilización de energías renovables, en un riguroso esfuerzo por ahorrar energía», explicó Noda, quien también dijo que el Gobierno incluyó una asignación de 600 millones de yenes (7,5 000 millones de dólares) en el presupuesto del año fiscal 2012, en materia de energía renovable y conservación.

«Ánimo Tohoku»

Los japoneses no pueden olvidar. No se trata de lamento, sino de disciplinada obstinación para aprender las lecciones de lo ocurrido. Mientras las autoridades revisan completamente ciertas políticas y la mayoría de la gente ve la oportunidad para reflexionar sobre su estilo de vida, cada quien de manera individual saca sus propias lecturas, que transitan por los más diversos caminos.

Kento Abe, por ejemplo, superviviente de la catástrofe, y padre de tres hijos, vive con su familia en las casas temporales habilitadas por el Gobierno. A él la catástrofe le enseñó a relacionarse con los demás.

«Antes vivía solo para mi familia. Nunca me comunicaba con otros. Me he hecho más abierto y tolerante», explica.

A juicio de este hombre que vivía cerca del mar y lo extraña, falta mucho para alcanzar la normalidad.

«Volver a edificar las casas no es recuperación. La recuperación es un proceso mental, algo que está en el pensamiento».

Sin embargo, las carreteras que conducen a las zonas devastadas, antes destruidas y ahora absolutamente habilitadas, están llenas de carteles de buenos deseos y optimismo. En momentos difíciles la gente se une y no son pocos los japoneses de todas las edades que han sido voluntarios en las tareas de recuperación. Por eso se lee al pasar: «Gracias, voluntarios», «Ánimo Tohoku», y esto último se refiere a toda la región del noreste de Japón, que incluye las principales prefecturas afectadas por la catástrofe.

Como en otras ocasiones, los japoneses deben salir adelante, levantarse, como lo están haciendo desde hace más de 365 días. Incluso, aunque tengan que cambiar muchos de sus referentes.

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