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Las armas químicas de Israel: ¿Quién le pone el cascabel al gato?

En el contexto de la región del Levante, Siria emprendió su desarme químico; sin embargo, el Gobierno de Tel Aviv insiste en que solo abandonará su arsenal cuando cada uno de los países del planeta rubrique acuerdos permanentes de paz con el Estado sionista… Mucho le queda por hacer a la OPAQ para ganarse el Premio Nobel de la Paz

Autor:

Juana Carrasco Martín

Hay para celebrar en las filas del pacifismo: el grupo de expertos de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) informó de la primera destrucción de armas químicas de los arsenales sirios, una puerta abierta para que acuerdos de paz se den en ese país levantino, que está siendo destruido pedazo a pedazo por una guerra donde fuerzas externas han apoyado desde el comienzo a grupos de conocida actuación terrorista.

La decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, aceptada de inmediato por el Gobierno de Bashar al Assad, debiera traer aparejado un proceso semejante entre el resto de los países de la región que poseen esos arsenales —lo ideal sería de los de todo el mundo—; tanto es así que el Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz le acaba de otorgar el lauro de este 2013 a la OPAQ. Un caso donde habría que repetir lo que dijo buena parte de la Humanidad cuando se lo dieron a Barack Obama: «Ahora, que se lo gane».

La OPAQ tiene en estos momentos al menos 19 expertos en armas en Siria, que trabajan junto a 16 funcionarios de logística y de seguridad de la ONU para cumplir el trato que, en definitiva, fue promovido y conseguido previamente por Rusia y Siria. Pero no hay reconocimiento del Nobel para el fortísimo bregar diplomático de esos gobiernos a favor de la paz.

También es lamentable que esa resolución del Consejo de Seguridad sea solo para el Gobierno de Damasco, no vinculante a otros, y que junto a la frontera de Siria, con pretensiones expansionistas explícitas, quede una de las mayores santabárbaras químicas y biológicas de la zona; está en Israel, un Gobierno para el cual Estados Unidos y sus aliados otanianos dan no solo el visto bueno, sino apoyo logístico militar y financiamiento.

Israel ha sido concluyente ante las insinuaciones de que bien podría ratificar también la Convención de Armas Químicas: nunca abandonará sus almacenes de ese armamento hasta que cada uno de los países del planeta acuerde firmar acuerdos permanentes de paz con Tel Aviv.

Todo un sarcasmo resultó la argumentación brindada por Amir Peretz, ex ministro de Defensa de Israel, para establecer diferencias entre las armas químicas sirias y las de su gobierno: Israel «es un régimen democrático y responsable»…

Del historial químico-biológico israelí

El diario The Times of Israel publicó un revelador artículo que detalla las raíces de los arsenales de ese Estado «responsable», «construido sobre las cenizas del Holocausto», una definición que es como ara para la actuación que en el campo militar ha seguido, incluso antes de declarar su independencia, cuando David Ben-Gurion, quien luego sería primer ministro de Israel, «instruyó a un oficial de la Agencia Judía en Europa a buscar científicos que podrían «incrementar la capacidad tanto de matar como de curar a las masas; ambos son importantes», según cita del libro Ben-Gurion y los intelectuales, de Michael Keren. Afirma The Times of Israel que esa búsqueda comenzó con las armas biológicas.

Una fecha exacta es revelada por Avner Cohen, profesor de Estudios de No Proliferación en el Instituto de Estudios Internacionales Monterrey: el 18 de febrero de 1948.  Asegura que ese día, Yigal Yadin, jefe de operaciones de la organización paramilitar sionista Haganah, envió a Alexander Keynan, un estudiante de Microbiología, para que estableciera una unidad llamada Hemed Beit.

Hemed Beit fue fundada y comandada entonces por el biofísico Ephraim Katzir, a quien años más tarde Golda Meier llamó a ser presidente de Israel, cargo que ocupó de 1973 a 1978. Dedicado a las investigaciones científicas, fundamentalmente en el área militar, hoy en día se denomina Instituto Israelí para la Investigación Biológica (IIBR), sigue instalado en la sede que fue del Hemed Beit, en las afueras de Ness Ziona, a unos 20 kilómetros de Tel Aviv, y oficialmente dicen estar empleados en «los campos de la biología, la química medicinal y las ciencias ambientales», además de publicar una gran cantidad de investigaciones relacionadas con la defensa, que se dice son ampliamente citadas y valoradas por los académicos.

Por supuesto, nada o muy poco se dice de la valoración de los especialistas militares, ni de las capacidades del Instituto en ese sector, pero en esos estudios conocidos incluyen la plaga bacteriana Yersinia pestis, la bacteria del tifus (Rickettsia prowazekii), la enterotóxina estafilococa B (SEB), la rabia, la bacteria ántrax (Bacillus anthracis), la bacteria del botulismo (Clostridium botulinum), la toxina del botulismo, el virus del Ébola, y agentes de gas nervioso como el sarín.

Sobre el IIBR un artículo de Global Research decía que «en términos de capacidad científica, Israel se registra entre las naciones más expertas del mundo en biología, química, bioquímica, biología molecular, genética, neurociencia y medicina clínica… Su experiencia biotecnológica es sofisticada e innovadora. Su infraestructura de biociencia es moderna y bien fundada… Sus actividades son altamente secretas».

La historia del IIBR tiene sus «genes» en una fecha tan temprano como mayo de 1948, cuando fuerzas de la brigada Carmel de la Haganah utilizaron armas biológicas en la batalla por Acre. El historiador militar Uri Milstein asegura que Moshe Dayan envió al batallón 21 de esa brigada elementos biológicos para ser dispersados en los pozos abastecedores de agua, con el propósito de envenenarlos para «impedir que los aldeanos retornaran a sus villas». El contenedor llevaba en su interior la bacteria del tifus.

El historiador israelí Avner Cohen escribió en 1988 que el primer ministro David Ben-Gurion ordenó secretamente la fabricación de armas químicas durante la guerra de 1956 entre Israel y Egipto.

La CIA sabía

Hace unos pocos días, la revista Foreign Policy hizo referencia a un documento de 1983 de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), recién descubierto en la Biblioteca Ronald Reagan, en California —que ya había sido «liberado» por los Archivos Nacionales de EE.UU., pero fuertemente censurado—, en el cual se evidencia que por lo menos hasta 1980 Israel tenía una buena reserva de armas químicas y biológicas, probablemente de agentes nerviosos, en el desierto de Negev, exactamente en el Área de Almacenaje Sensitivo de Dimona.

En una de sus páginas, el informe dice: «Mientras no podemos confirmar que los israelíes poseen agentes químicos letales» existen «varios indicadores que nos llevan a creer que ellos tienen accesibilidad a permanentes o no permanentes agentes nerviosos, un agente mostaza y varios agentes de control antimotines, junto con apropiados sistemas para su liberación».

Para la CIA, la fabricación y almacenaje de las armas químicas de Israel comenzó en la década de 1960, y lo justifica con esta afirmación: «Israel, encontrándose rodeado por una línea de frente de Estados árabes con potenciales capacidades de CW (siglas en inglés para armas químicas), incrementó la conciencia sobre su vulnerabilidad ante un ataque químico», a partir de las guerras árabe-israelí de 1967 y la de Yom Kippur, en 1973. «Como resultado —agrega la CIA— Israel llevó a cabo un programa de preparación para la guerra química tanto en áreas ofensivas como protectoras».

The Times of Israel en su artículo, que titula con la frase Había una necesidad, expone que Israel no firmó la Convención de Armas Biológicas y Tóxicas hasta que el subdirector del Instituto de Biología, el profesor Marcus Klingberg, fue arrestado por el Shin Bet, el 19 de enero de 1983, bajo el cargo de espiar para la KGB soviética, y luego de que se conociera que el Mossad (el cuerpo para el espionaje y la guerra sucia israelí) había intentando al menos en dos ocasiones el asesinato de líderes palestinos utilizando armas biológicas. Pero nunca ha ratificado ese tratado internacional.

El primero de esos personajes sometidos a lo que ahora se conoce como «ejecución extrajudicial», fue el doctor Wadi Haddad, mediante un chocolate belga que hizo colapsar su sistema inmunológico. Murió el 30 de marzo de 1978 en un hospital de la entonces República Democrática Alemana.

El otro intento ocurrió el 25 de septiembre de 1997, cuando dos agentes del Mossad se aproximaron al dirigente de Hamas Khaled Mashal y liberaron en su oído una dosis potencialmente mortal de un sintético opiáceo llamado Fetanyl, que le hizo sentir un ruido altísimo y «fue como un electroshock»; así se sintió su cuerpo según relató al diario estadounidense The New York Times. Se salvó porque hicieron llegar el antídoto a Jordania.

El periódico neoyorquino también dio a conocer otras circunstancias o evidencias de la posesión y posible uso de armas químicas o biológicas por parte de Israel: en julio de 1990 el entonces ministro de Ciencias, Yuval Ne’eman, declaró a Radio Israel que si el presidente iraquí Saddam Hussein atacaba a Israel, «nosotros tenemos una excelente respuesta, y esto amenazará a Hussein con la misma mercancía»…

Un ejemplo más data de 1992 cuando cerca de Amsterdam, la capital de Holanda, se estrelló un avión ElAl 747 que contenía tres de los cuatro precursores del gas sarín, incluido el DMMP (dimethyl metrhilphosphonate), pero las investigaciones y las operaciones de recuperación y limpieza fueron conducidas en total secreto, lo que «alimentaba la especulación sobre sus verdaderos propósitos», dijo Jean Pascal Zanders, un alto investigador del Instituto Europeo para Estudios de Seguridad.

Claro que hay más. Israel ha utilizado armas biológicas y químicas contra el Líbano en 2006, y contra el pueblo palestino en Gaza en más de una ocasión.

Y ahí siguen sus armas, a las que la OPAQ también debiera dar un vistazo y el Consejo de Seguridad obligar a su destrucción total. Entretanto, continuará siendo una amenaza real para la región y por ende para el mundo.

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