Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una sociedad masacrada por disparos a mansalva

En Estados Unidos se ha creado un monstruo, un asesino en serie, que a diario mata en cualquier esquina y en cualquier poblado

Autor:

Juana Carrasco Martín

¿Setenta y cuatro tiroteos en escuelas desde la masacre de Sandy Hook? Ese conteo terrible salió hace unas semanas a la luz, cuando en la Reynolds High School de California, un hombre mató a uno de los alumnos e hirió a un profesor, para caer también él muerto.

Hace un par de semanas, EverytownforGun Safety, un grupo que aboga por el control de las armas para cada población estadounidense, dio a conocer un reporte adicional, en este caso relacionado con disparos no intencionales, pero sí con accidentes en la manipulación de un arma, y daba una cifra también impresionante: desde el caso de Newtown —una masacre intencional y sin motivos en la Escuela Elemental Sandy Hook donde murieron 20 niños y niñas de entre cinco y siete años— por lo menos cien menores de hasta 14 años han muerto por disparos.

Esa estadística que sugiere casi dos muertes por semana, abarca hechos ocurridos en 35 estados de EE.UU., fundamentalmente en zonas rurales. Angustia más conocer que en el 73 por ciento de las muertes el victimario también era un menor que en la mayoría de los casos jugaba con un arma, y que el 65 por ciento de las muertes ocurrieron con armas de propiedad legal.

Una hidra llamada NRA

La realidad en Estados Unidos se describía con un simple titular en TheDailyBeast: «De Las Vegas a Georgia, la NRA ha creado un monstruo».

Los tiroteos con muertes masivas se hacen algo común, y no solo en centros escolares desde los grados más elementales hasta la Universidad. Centros laborales, complejos comerciales, bases militares, las calles, todo entra en los  escenarios de esta especie de guerra consigo misma de la sociedad estadounidense.

La lógica determinaría que los legisladores, el Ejecutivo y el sistema judicial pusieran coto a la tenencia de armas en manos civiles —más de 270 millones—, pero más que el raciocinio puede la industria armamentista. Su principal brazo propagandístico y manipulador de conciencias y sentimientos a favor de que cada estadounidense de cualquier edad tenga un arma en su bolsillo y lista para disparar, es la Asociación Nacional del Rifle (NRA). A su engaño adormecedor y criminal le llaman «ciudadano soberano», como si soberanía, libertad y democracia tuvieran como base un arma en la mano.

Un diagnóstico de «enfermos mentales» para los ejecutores de los crímenes tiende a anestesiar la percepción general, y el público norteamericano responde habitualmente con un aumento en las compras de armas y municiones cada vez que ocurre un hecho de tal violencia. Y todo porque han sido (de)formados en esos principios de la autodefensa, con raíces en la misma génesis de esa nación.

Un trabajo de la publicación digital CommonDreams valoraba —desde otra tragedia, esa vez en Isla Vista, California, donde siete jóvenes murieron—, que una vez más los congresistas no respondieron con el control de armas, sino con un impulso a un programa federal que estuviera bien financiado para cubrir nuevos servicios a los norteamericanos con serias enfermedades mentales. Se le conoce como Tim Murphy Bill —Murphy es un congresista republicano— y cuenta con 86 co-sponsors, 50 de ellos republicanos.

Es cierto, por ejemplo, que son miles los militares que regresan de las guerras padeciendo el Síndrome de estrés postraumático (SPTD) y no es suficiente la atención que se les presta, según los reclamos de no pocos veteranos y sus asociaciones; ello apunta a una causal de los incidentes violentos vinculados a este personal. Pero, ¿y los otros sucesos, los tiroteos que son a diario y no tienen como ejecutores a ex soldados?

Las enfermedades mentales no son suficientes para explicar el fenómeno. CommonDreams añadía que solamente el cinco por ciento, o menos, de los actos violentos los perpetran personas con serias enfermedades mentales, y que estas no inciden grandemente en un incremento de ese comportamiento, lo que el autor del trabajo, Ira Chemus, asocia más al abuso del alcohol y de las drogas.

«Estos datos llevan a muchas personas a la lógica conclusión de que el problema real de los asesinatos masivos no está en las enfermedades mentales, sino en la muy fácil manera de adquirir armas», y también esto es importante en la complicación de algo que ha entrado a formar parte de las tipologías que signan esa nación.

A esas conclusiones añade todo un pronóstico, tanto electoral como legislativo: si en los comicios de medio  tiempo del próximo noviembre, el Grand Old Party (el partido republicano) asegura mantener su control de la Cámara de Representantes y quizá logre hacerse de la mayoría en el Senado, «la oportunidad para cualquier ley de control de armas es tan inexistente como el unicornio».

Ahora bien, limitar a esos dos protagonistas, las enfermedades mentales y la posesión de armas en los hogares estadounidenses, como los únicos que forman parte del elenco puede ser también un error. Hay raíces profundas en el culto a la superioridad de la nación, a una formación espiritual maligna donde trabaja a fondo el dios de la guerra.

Nacieron en guerra contra los pueblos originarios, contra los vecinos mexicanos, contra los negros que llevaron como esclavos, contra ellos mismos desde los uniformes azul o gris en la Guerra de Secesión, contra el mundo a conquistar en su traspatio sur y luego alrededor del globo terráqueo, contra el comunismo y contra el terrorismo. Todo enemigo es perfecto para apretar el gatillo…

Y ahora, hay frustraciones que se suman a los motivos: varios millones no tienen trabajo, lo perdieron en la crisis, como también se quedaron sin casa cientos de miles, les sobran las deudas impagables y también las vitrinas llenas para un consumo insaciable, sirva o no, sea necesario o no el objeto a comprar, elementos que sirven para alimentar reveses o desengaños, frustraciones y complejos en un entorno donde familia, escuela y sociedad divide en «ganadores» y «perdedores» (¿cuántas veces hemos oído en las películas hollywoodenses la frase «You are a looser» Eres un perdedor?).

Empuñar un arma es el empujón para compensar esa desesperanza y ganar «reconocimiento», el que viene desde las desmedidas y morbosas coberturas mediáticas a los crímenes.

De «ciudadanos soberanos»

Póngale otro ingrediente, mucho más fuerte, y que en un foro en la web describía así un cibernauta: «La atracción de un poder destructivo y de la violencia es exacerbado en Estados Unidos por la glorificación de lo militar. ¿Qué es lo militar sino la destrucción institucionalizada?».

A esos crímenes de guerra, cometidos desde el amparo de ser fuerzas invasoras que imponen su poder, como en Faluja, se unen los que por su propia cuenta llevan a cabo soldados o pequeñas unidades, como en Hadiya. Sobran los ejemplos de esos incidentes, tanto en Iraq como en Afganistán, que han sido revelados.

En febrero de este 2014, Steven Dale Green, un ex soldado de EE.UU., se ahorcó en una cárcel de Arizona donde cumplía una condena a cinco cadenas perpetuas por la violación y asesinato, en 2006, de Abeer Qasim Hamza, una muchachita iraquí de 14 años, a la que atacó en Mahmudiya, cerca de Bagdad, según informó Los Angeles Times. Green no pudo con su conciencia, pero él y otros seis de sus compañeros irrumpieron en la casa de unos lugareños, donde mataron al padre de familia, su esposa y la hija menor.

En este caso traspasaron una raya, pero es tenue la diferencia entre el asesinato «legal» y el «ilegal».

Fue en mayo que se conoció también un hecho que la prensa calificó de récord y de «sobre-asesinato grotesco»: 23 policías dispararon 377 veces sobre dos sospechosos desarmados. Claro ejemplo de la violencia institucionalizada y el uso permitido de las armas.

La estación local de la cadena CBS encontró, tras una larga investigación que realizara un equipo periodístico, que la policía de Miami aterrorizó en diciembre de 2013 a todo un vecindario cuando formaron un tiroteo contra un sospechoso de robo y su amigo, inmovilizados en su vehículo que había chocado contra un árbol y trataban de rendirse.

Mataron a Adrian Montesano, de 27 años, en un espectáculo que testigos describieron como en «el salvaje oeste». Los policías «no estaban pensando». Hay una investigación policíaca ahora.

Pero el tema es el uso de un poder que la policía despliega en Estados Unidos contra cualquiera. Un derecho a matar libremente, bajo la sombrilla de un uniforme policiaco o militar.

Y a veces, con esas mismas armas, se da el proverbio de «quien a hierro mata, a hierro muere». Este año, en Las Vegas, una pareja prácticamente al cruzar la calle de un local de venta de armas, disparó contra dos policías para «iniciar una revolución», así dijeron y dejaron sobre sus cuerpos una suástica y una bandera con el lema: «No me amenacen». También mataron a otra persona en una tienda Walmart y luego se suicidaron.

Pudieron comprar las armas. Para eso tienen la protección de la Constitución y de la política estimulada por la NRA de la «soberanía ciudadana».

Psicópatas, violencia «dignificada» por la defensa de la «libertad y la democracia», y la permisividad al porte y uso de las armas entran en un diagnóstico para esta alienación social, aunque pueden existir otros síntomas en esa pandemia del crimen sin motivos. Pandemia hay en Estados Unidos, donde tales hechos son el duro pan de cada día, mucho más que en cualquier otro lugar del planeta.

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