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El auténtico signo de nuestra sociedad civil

En Cuba, la sociedad civil no es una herramienta de derrumbe en manos de la derecha ni una amenaza para el Gobierno, sino una de muchas palancas para proponer y chequear los cambios que interesan a la mayoría

Autor:

Enrique Milanés León

¿No tarifan sus ideas? ¿No se oponen al Gobierno? ¿No borran a billetazo sucio la Historia nacional? ¿No guardan en casa alfombras rojas para la presunta llegada del interventor? ¿No mendigan visas para entrar por la puerta de los traidores al «Reino de los Capitalismos»? Ese simple test permite certificar que, en efecto, no hay en el entorno de la Revolución Cubana la sociedad civil que interesa a Estados Unidos y a sus satélites de poder.

Hay otra, integrada por más de 2 200 organizaciones —entre las sociales, las de masa, las asociaciones científicas o técnicas, culturales, deportivas, solidarias…—, pero esa no recibe la unción de la gran derecha internacional porque, en vez de destruir a Cuba, lucha por consolidarla.

Reconocidas en el articulado de la Constitución de la República, y en algunos casos integrando el sistema de Naciones Unidas, nuestras organizaciones sociales y de masa destacan por su alta membresía y su capacidad de proposición y ejecutoria, atributos típicos de un pueblo que no calla nunca y piensa siempre. No se puede quebrar la larga cadena de acciones patrióticas que nos trajo hasta aquí y que hace a estas agrupaciones hijas de una lucha y madres de otra.

Mientras los adversarios de los pueblos esperan con incierto pronóstico que llegue la estación de la «primavera cubana», hay que escribirlo claramente: la auténtica sociedad civil de esta Isla no va a protagonizar el vuelco que quiere el poder planetario porque, sencillamente, sería un descarrile contra sí misma. Aquí la sociedad civil no es una herramienta de derrumbe en manos de la derecha ni una amenaza para el Gobierno, sino una de muchas palancas para proponer y chequear los cambios que interesan a la mayoría.

Hilo a hilo, nuestra sociedad civil es al mismo tiempo producto de la Revolución y estrategia del pueblo para consolidar sus conquistas. No hay en Cuba una «pequeña» sociedad civil, como sostiene a menudo la políglota prensa oficial de todos los imperios; hay, en parte del extranjero, poco ojo y menos alma para verla.

Es la integración orgánica desde varias esferas al proyecto de país que el pueblo se propuso a partir de las ventajas palpables del socialismo, factibles de mejora en tanto mayor sea la participación ciudadana. La conocida sentencia sobre nuestro Gobierno popular: «ese sí es poder», se salvará del simple eslogan si siempre es asumida por las agrupaciones y comunidades con otra: «ese es el querer».

Aunque condenarnos desde fuera implique a menudo el cierre previo de los ojos, quien tenga honestidad para evaluar advertirá que Cuba es el país de los enlaces: el enlace de ciudad con pueblo, de pueblo con barrio, de personas con personas… es consustancial a nuestro socialismo.

Frente a estereotipos muy convenientes para carapálidas y «denuncias» muy rentables para caraduras, aquí concebimos los derechos humanos como una construcción interrelacionada. Quienes, al norte y al nordeste de La Habana, los dividen en categorías y hasta etiquetan a los demás, tuvieron antes el «cuidado» de dividir a las personas que, se supone, deben disfrutarlos por igual.

¿Por qué tanta lidia alrededor del sistema de organizaciones orientadas al mejor vivir desde la base? Porque su desarrollo como parte de las alternativas nacionales implica la eterna confrontación entre libertad y dominación. Hegemonía y resistencia luchan en el mundo no solo en torno a la acción concreta de la sociedad civil, sino —tanto como por ello— por la identidad misma que la define.

No por gusto Estados Unidos y otras potencias desconocen a los indignados, a los pacifistas y ambientalistas, a los estudiantes, a los luchadores de comunidades originarias y a quienes denuncian la tortura y la discriminación de cualquier signo. No cabrían en esta lista los miembros de la sociedad civil que en las propias naciones que nos condenan son ignorados por gobiernos que, curiosamente, dicen «preocuparse» por los cubanos.

Los cubanos… los cubanos no somos, como ya apuntó Martí en recia Vindicación…, ese pueblo que no se sabe valer, ni «…el país de inútiles verbosos, incapaces de acción…» que en marzo de 1889 describió en un insulto el periódico estadounidense The Manufacturer.

Sabemos organizarnos. Hay, ahora mismo, espacios disponibles para cada uno en esta sociedad civil, la nuestra, la criollísima que no se parece a otra. Chocaremos en el camino con muchos «manufacturers», pero ¡la mirada severa del pueblo nos libre de ganar un día el triste ingreso a la sociedad civil de los mercenarios!

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