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Las vidas de los negros cuentan

Un sistema disfuncional que condena extrajudicialmente hace que muchos se pregunten: ¿qué les ocurrió a Ralkina Jones, Sandra Bland, Samuel DuBose, Michael Brown, Tamir Rice, y tantos otros? Policías estadounidenses tienen las respuestas, pero gozan de total impunidad…

Autor:

Juana Carrasco Martín

Mueren en las celdas o en las calles. Generalmente, las víctimas son en su mayoría jóvenes negros, y los victimarios policías blancos. El retrato corresponde a Estados Unidos y el año 2015 ha sido especialmente explícito en estos eventos que muestran el grado de racismo imperante. Los sucesos se dan a diario y crecen las preguntas y también la ira que exige justicia.

Jim Crow y Charles Lynch andan sueltos por la nación norteña. Se regodean. Supuestamente, las leyes del primero, aplicadas entre 1876 y 1965, que segregaban racialmente todas las instalaciones públicas, quedaron  eliminadas, pero hoy en día los negros y las minorías siguen estando separados por la desigualdad económica y la enraizada discriminación. Y los linchamientos toman un cariz especial cuando ahora se dicen que son «azules contra negros», en alusión a las frecuentes muertes de afroamericanos a manos de los uniformados de la ley y el orden que visten de añil.

Resulta difícil decir que Samuel DuBose es el caso más reciente conocido públicamente. Murió el pasado 19 de julio cuando un policía de la Universidad de Cincinnati le disparó un solo tiro a la cabeza tras detenerlo porque al auto que conducía le faltaba la matrícula.

Lo hizo «a propósito», dijo la Fiscalía luego de conocer lo grabado por la body-camera del policía Ray Tensing, que no muestra ninguna   reacción violenta de DuBose que justificara el disparo mortal. Pero Tensing se ha declarado «inocente», y todo el mundo sabe que en todos los casos los gendarmes han salido absueltos o ni siquiera han sido llevados a juicio.

No dispare. Foto: Paul Sableman/flickr

La intolerable situación tiene ejemplos de sobra de los abusos contra la ciudadanía negra bajo los alegatos de autodefensa o cualquier otra justificación para los asesinatos.

«Durante una inspección de rutina de las prisioneras», en una celda de la cárcel de Cleveland Heights, fue encontrado el cuerpo sin vida de Ralkina Jones, una mujer negra de 37 años de edad, que el día previo había recibido la visita de su hermana Renee Ashford y estaba «perfectamente bien. No se quejó de nada, no dijo que hubiera sido herida o alguna cosa».

Ralkina estaba detenida por cargos de asalto criminal, violencia doméstica y niños en peligro, luego de un presunto enfrentamiento con su ex marido.

Hasta el momento no se sabe la causa de su muerte, pero estaba bajo custodia policíaca y la duda es permisible. Mucho más cuando unos días antes se supo de otro caso. El 9 de julio Sandra Bland manejaba desde Chicago hasta Prairie View, en Texas, y tenía apuro porque iba a una entrevista de trabajo en el collage negro que había sido su Alma Mater.

Sandra, de solo 28 años, estaba involucrada —por inteligente y generosa, según se le describe— con el creciente movimiento BlackLivesMatter (Las vidas negras importan) que se resiste al encarcelamiento masivo y a las detenciones por el color de la piel. Cuatro días después de su salida de Chicago fue encontrada muerta en una celda de la cárcel del condado Waller.

El 10 de julio, Sandra Bland fue detenida por un policía blanco, Brian Encinia, por no haber hecho la señal debida en un cambio de senda. Se le ocurrió preguntarle al guardia el porqué de su detención y este le ordenó tirar su cigarrillo. De nuevo la pregunta: «¿Por qué?», y la nueva orden: Salga del auto. La amenazó con una pistola eléctrica, la sacó del coche, la esposó y la empujó contra el suelo cuando ella se resistió y se quejó.

Describe Jesse Jackson, fundador de  Rainbow/PUSH, que la joven fue llevada a la cárcel del condado en Hempstead, donde comanda el sheriff R. Glenn Smith, de quien hace una década el diario The New York Times reportaba que había sido demandado por el único oficial negro a tiempo completo porque fue despedido luego de quejarse de los insultos raciales de su supervisor. Una suspensión tuvo Smith en 2007 por empujar a un hombre negro y escupirle; lo despidieron en 2008 por quejas sobre cacheos intrusivos de los afroamericanos en público, pero meses más tarde lo eligieron como sheriff del condado…

¿Tienen esos antecedentes y procederes del sheriff algo que ver con la muerte de Sandra Bland, quien apareció «suicidada» en la celda que ocupaba desde hacía tres días?

Muchos Smith, al estilo de este, hay en EE.UU. La fiscal general Loretta E. Lynch     destacó que la muerte de Sandra Bland ponía a la luz el temor de los afroamericanos y otras minorías de entrar en contacto con la policía porque durante mucho tiempo han sentido que los gerdarmes están para hacer cumplir las leyes contra ellos y no para protegerlos.

La percepción crece y también la conciencia de buscar justicia, pues ya hay más de 300 000 firmas en una petición nacional que llama a una investigación independiente de la muerte de Sandra Bland, una de las víctimas en las dos docenas de personas muertas bajo custodia policíaca durante este año.

Un conteo mortal

El diario The Guardian comenzó un conteo automático de los casos reportados y en lo que va de año —hasta el 31 de julio— sumaban 500 los muertos a manos de las fuerzas del orden. Por supuesto, ese número corresponde a todos los colores de la piel humana, pero la proporción de negros, mulatos y latinos destacan el carácter racial. Uno de cada cinco de estos casos estaba desarmado, exactamente 108 (21,6 por ciento).

Isiah Hampton, de 19 años, fue fatalmente tiroteado por la policía de Nueva York en un apartamento del Bronx en la mañana del pasado miércoles, y en la noche del martes le ocurrió lo mismo a Quandavier Hicks, de 22 años, en Cincinnati. De ambos se dice que estaban armados; pero no Tamir Rice, quien con solo 12 años murió por los disparos de un policía blanco mientras jugaba en un parque cerca de su casa en Cleveland.

Según el diario The Guardian, el Gobierno federal no lleva un registro de las personas muertas por la policía, pero el FBI (Buró Federal de Investigaciones) tiene un programa voluntario de los «homicidios justificados» que en todo 2013 detalló 461. Ya el año en curso apunta a que sobrepasarán los mil quienes fallezcan en tales circunstancias.

Suficientes razones para que en los días finales de julio comenzara en Cleveland la convención Movement for Black Lives (Movimiento por las vidas negras) a la que han asistido cientos de activistas de todo Estados Unidos, porque según sus organizadores: «Los negros se enfrentan a la violencia policial sin cesar, a su creciente criminalización, a un sistema económico fracasado, a un sistema de educación roto y a la pérdida de nuestras comunidades» que «enfrentan el mayor riesgo de violencia física y económica. La lista de indignidades a las que regularmente se enfrenta la comunidad negra es larga e insostenible».

Por otra parte, a la acción violenta de los cuerpos policíacos se unen las actividades de vigilancia —de hecho represivas— de otras entidades de la ley y el orden en ese país, como la Seguridad de la Patria, el mencionado FBI, la Fuerza de Tarea Conjunta contra el Terrorismo, el Servicio de Investigación Criminal Naval, el Consejo de la Alianza de Seguridad Doméstica y hasta la Reserva Federal, que al igual que han dado seguimiento, vigilado y hasta llamado «terroristas domésticos» a los activistas de Occupy Wall Street, también lo hace con los activistas de las comunidades negras luego de las protestas de Ferguson, ocurridas en el verano de 2014 tras el asesinato de Michael Brown por la policía de ese condado de St. Louis, estado de Missouri.

Otro punto que no puede obviarse: en 49 de 50 de las más importantes ciudades de Estados Unidos donde hay comunidades negras de envergadura, los policías son mayormente blancos, lo que implica una brecha demográfica evidente y propiciadora del trato discriminatorio.

He aquí algunos números: Baltimore con 28 por ciento de la población blanca pero 50 por ciento de policías de esa raza; en Filadelfia 37 por ciento de blancos y 58 por ciento en la policía; lo supera aún más Sacramento donde constituyen el 36 por ciento de la población y el 72 por ciento de la policía.

La realidad va mucho más allá. El racismo tiene fuertes raíces en una desigualdad económica, en una diferencia de clase que a su vez descansa en siglos de explotación esclava, y para desmantelarlo se requiere demoler esa estructura, la capitalista.

De lo contrario, el racismo permanecerá como un mal diario e irreversible y este no descansa solo en el ejercicio brutal del poder policiaco, aunque la brutalidad y la violencia parecen ser una marca de agua de la sociedad estadounidense.

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