Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Despedida?

El regreso de Sochi no es más que un nuevo comienzo, el camino para cambiar el mundo para mejor y, sobre todo, para seguir estando en el centro de la Revolución Cubana, con el compromiso, el entusiasmo, la fuerza, el empuje y el espíritu creador que hemos aprendido también de miles de jóvenes del planeta y que nos distinguirá por siempre

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Mientras escribo estas líneas, mi corazón advierte una mezcla de emociones inconfundibles. La tristeza de saber que nos separarán distancias físicas y, al mismo tiempo, una profunda gratitud por todos los momentos que hemos compartido. Cada conversación, aventura, acuerdo, risa... ha sido un regalo en la vida de quienes nos encontramos en la hermosa ciudad rusa de Sochi.

En eso pensaba cuando nos «despedimos» de la urbe situada a orillas del mar Negro, que reunió a 20 000 participantes de 180 naciones en el Festival Mundial de la Juventud. Fue un «hasta luego» bajo una lluvia pertinaz, quizá en señal de prosperidad, transformación y alegría, porque quienes vinimos a este importante foro lo hicimos para renovar votos con ese mundo más justo, democrático, sostenible, equilibrado y seguro que debemos construir como generación.

Sochi fue espacio urgente para, independientemente de las costumbres, idiomas, distancias geográficas, apariencias, color de la piel…, captar y comunicar impresiones, historias y pensamientos más profundos. Por eso, hubo mucho de ajetreo este último día: diálogos interminables, besos infinitos, intercambios de símbolos de nuestras ciudades, regiones o países, recogida colectiva de maletines, lágrimas… Esto significa que hay algo que nos une: ¡Sí, todos somos personas! ¡Y todos somos iguales!

Frente al edificio K 3 del Sochi Park Hotel —devenido villa del evento y que estuvo bellamente decorado a su entrada con las cuatro letras de Cuba sobre el césped—, ocurrió una de las «despedidas» más bellas cuando un grupo de delegados se fundieron en un gran abrazo. Durante los días del Festival, ese sitio —que marcó el punto exacto donde estamos los hijos de Martí y Fidel— se convirtió en un patrimonio que los amigos del mundo, también, valoraron, y se tomaron decenas de fotos, como tributo a la Isla mayor.

«Esto no es una despedida. Espero volver a verlos, pasar nuevos momentos divertidos y juntos construir otros puentes en nombre de la amistad. Siempre estarán en mi corazón», nos escribió en el grupo de WhatsApp una de las voluntarias que acompañó a la delegación. Y ese sentimiento también lo multiplicaron los anfitriones del Festival, amigos vietnamitas, venezolanos y palestinos, cuya causa fue muy bien defendida aquí.

Y estoy seguro de que así será, porque el regreso de Sochi no es más que un nuevo comienzo, el camino para cambiar el mundo para mejor y, sobre todo, para seguir estando en el centro de la Revolución Cubana, con el compromiso, el entusiasmo, la fuerza, el empuje y el espíritu creador que hemos aprendido también de miles de jóvenes del planeta y que nos distinguirá por siempre.

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