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En Afganistán para siempre… y en guerra

El presidente Donald Trump también sabe cómo ordeñar la vaca para el complejo militar industrial y ha ordenado prolongar indefinidamente la presencia estadounidense en el país centroasiático

Autor:

Juana Carrasco Martín

En el año 2001 Estados Unidos exportaba a Afganistán trigo, aceites vegetales y alimentos preparados. Pero en ese año George W. Bush, el hijo, comenzó la infinita «guerra contra el terrorismo» en «60 oscuros rincones del mundo». El país centroasiático resultó el primero de ellos y fue invadido y ocupado.

Así permanece…, y 16 años después las exportaciones de Estados Unidos variaron grandemente —en rubros y en volumen monetario—: más de la mitad son suministros bélicos, que incluyen tanques, vehículos blindados y aviones de combate, además de piezas de repuesto.

Cuando eran alimentos, el comercio entre Washington y Kabul apenas fue de 5.82 millones de dólares; sin embargo, en 2011, con las armas como categoría predominante, alcanzó la cifra récord de 2 920 millones de dólares.

Los datos provienen de una fuente conocedora de los movimientos de capital en el mundo, la revista Forbes, y sirven claramente para demostrar quiénes son los vencedores en cualquier guerra, sin importar cómo se nombran los muertos, quiénes son los mutilados, dónde están las pérdidas y cómo queda la geografía. El complejo militar industrial forra sus arcas...

El número de golpes aéreos de EE.UU. en Afganistán se ha incrementado dramáticamente desde que Trump llegó a la Oficina Oval, pues si en 2016 fueron 1074 el 20 de agosto de 2017 ya eran 2244. Foto: Upi

Si se permite la comparación, el actual presidente estadounidense, Donald Trump, ha tenido un cambio similar al de esas relaciones comerciales. Recordemos su posición antes y durante la campaña electoral que lo llevó a la Casa Blanca y la que acaba de revelar en su condición de comandante supremo de las fuerzas armadas del imperio.

El lunes 21, teniendo como tribuna la Base Conjunta Myer-Henderson en Arlington, estado de Virginia, y una entusiasta audiencia de uniformados, el mandatario re-escaló la intervención militar estadounidense en Afganistán a la que calificó de «nueva estrategia», aunque se trata de una prolongación de la injerencia a la que su predecesor Barack Obama nunca dio marcha atrás.

Trump, dispuesto a tropezar con la misma piedra, se atemperó a quienes representa, y dio la espalda a sus promesas de campaña y a los comentarios en Twitter, en que gustaba señalar la torpeza de la cruenta conflagración iniciada y continuada por sus predecesores.

Entre octubre de 2011 y noviembre de 2013, Trump publicó no menos de 13 tuits en los que decía sin ambages que Estados Unidos debía irse de Afganistán, y en 2015 llamó a esa guerra «un terrible error». Ahora, la «actualización» del conflicto lo suficientemente prolongado en el tiempo, en el costo humano y largo, lo hace indefinido.

Se acabaron «las tontas y desperdiciadas guerras en el exterior», comenzaron las trumpistas lucrativas. Las órdenes están dadas, más tropas estadounidenses serán enviadas a Afganistán, incrementará el número de sus bases allí, los aliados de la OTAN y otros responderán a las solicitudes de aumentar el involucramiento, los bombardeos serán más habituales, intensos y letales, y necesitarán más tanques, aviones, vehículos de diferentes y especiales propósitos, armamentos de diversas categorías y los avituallamientos acompañantes.

No importa que en aquella tragedia provocada por el golpe terrorista en Nueva York no hubiera ninguna huella afgana… La suerte está echada.

Por añadidura, en ese discurso testimonio del viraje, miró hacia el vecino pakistaní y le advirtió:

«Pakistán también ha protegido las mismas organizaciones que intentan cada día matar a nuestra gente. Hemos estado pagando a Pakistán miles de millones y miles de millones de dólares, al mismo tiempo que albergan a los terroristas contra los que estamos luchando. Pero eso tendrá que cambiar y va a cambiar inmediatamente. Ninguna asociación puede sobrevivir con un país albergue de militantes y terroristas que tienen como blanco a soldados y oficiales del servicio estadounidense».

La primera reacción en Islamabad fue que el país no podía ser señalado como «chivo expiatorio» de los fracasos de Estados Unidos en Afganistán, idea que expresó Khawaja Asif, ministro de Relaciones Exteriores en una entrevista televisiva y que completó así, según Reuters: «el compromiso con la guerra contra el terrorismo es inquebrantable».

Si el alter ego ruso se fortalece como fuerza estabilizadora en el mundo y anda propiciando mesas de diálogo y negociaciones, acercando y acercándose a muy diversos países y a su confianza, en el espejo la imagen estadounidense invierte los propósitos, la beligerancia es el valor-poder. Trump sabe de eso en los negocios y lo aplica a las no-relaciones internacionales. La guerra en Afganistán no debe tener fin, ella aumenta el «comercio» de los contratistas del Pentágono.

Quienes ordeñan la vaca

Con su promesa de un «conflicto abierto sin límites en su alcance y dirección», Donald Trump abre de esa misma manera el grifo pentagoniano que empapa a los grandes consorcios fabricantes de los medios bélicos, aunque a la vez, inunda la deuda pública estadounidense con gastos improductivos que en alguna ocasión criticó cuando se disfrazaba de populista y prometía «America First».

En un artículo publicado en The National Interest por el teniente coronel retirado Daniel L. Davis (quien sirvió en el ejército durante 21 años, en los que incluye cuatro despliegues de combate), este hombre de experiencia como jefe de la Fuerza de Equipamiento Rápido del Ejercito en Afganistán, afirmaba: «Trump quiere que le escribas un cheque en blanco para la guerra en Afganistán. No lo hagas», y advertía que el Presidente había cerrado la puerta de salida, dando continuidad al récord de fracasos estadounidenses.

Tras relatar algunas de sus experiencias en el terreno afgano el militar concluía: «Claramente es un interés nacional vital de los Estados Unidos defender la patria y proteger a sus ciudadanos. Pero ocupando el territorio de Afganistán no logrará ese objetivo. Los instintos del candidato Trump tenían razón. Es el momento para poner fin con eficacia a la misión en Afganistán con un plan que realmente protege a los intereses estadounidenses».

Otros analistas también le han aconsejado que la única forma de cerrar el asunto Afganistán es producir una estabilidad que salga de las negociaciones políticas entre las partes internas, sin injerencias presionantes y, por supuesto, esta nunca llega desde una supuesta victoria en el campo de batalla.

Sin embargo, recordemos que el gabinete de Trump tiene un fuerte componente militar y se hace sentir. Citemos solo tres de esos exgenerales instalados en puestos claves para el asunto que compete: John Kelly, el nuevo jefe del staff de la Casa Blanca, H. R. McMaster, consejero de seguridad nacional, y el secretario de Defensa, Jim Mattis.

El stablishment militar estadounidense siempre ha puesto en práctica estrategias exitosas en proteger e incrementar su prosperidad. Para el año fiscal 2018 que comienza el próximo septiembre —tras fuertes discusiones como siempre ocurre— la Cámara de Representantes superó incluso al solicitado por Trump —que ya se consideraba el mayor de todos los tiempos 603 000 millones—, cuando aprobó un borrador de la Ley de Autorización de la Defensa Nacional que aprobó 696 000 millones de dólares.

El Senado hace otro tanto y su Comité de Servicios Armados se inclinó por 640 000 millones de dólares como presupuesto militar, lo que también sobrepasaba la propuesta de Trump.

Los plácemes son evidentes porque la conciliación entre ambas cámaras, literalmente, le han puesto las botas al complejo militar con un nuevo impulso a la carrera armamentista, porque aquí aplica la teoría del dominó si este se arma, allá y acullá hacen otro tanto. Y no olvide que el principal suministrador de armas en el planeta es Estados Unidos.

No es solo Afganistán, la administración de Donald Trump está favoreciendo el uso, aplicación o amenaza de la fuerza en muy diversos escenarios del mundo, bajo la pretensión presidencial que se hace explicita en el nombre que le dio al presupuesto del año fiscal 2018: Una Nueva Fundación para la Grandeza Americana.

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