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Khamenei desinfla alarde bélico de Trump

Estados Unidos parece a punto de desencadenar una guerra contra Irán, luego que una fuerza naval encabezada por el portaviones USS Lincoln navega en las aguas del golfo Pérsico

Autor:

Leonel Nodal

Estados Unidos parece a punto de desencadenar una guerra contra Irán. Una fuerza naval encabezada por el portaviones USS Lincoln navega en las aguas del golfo Pérsico. Superbombarderos B-52 ya se encuentran apostados en la cercana base aérea de Al-Udeid, en Catar, listos para el ataque. En tanto, el Pentágono anuncia planes para el envío de 120 000 soldados a la región del Medio Oriente, como fuerza logística, de apoyo a una fuerza invasora superior.

El escenario anticipa una confrontación catastrófica, que puede incendiar la estratégica región petrolera, desestabilizar la economía mundial y generar un incalculable conflicto internacional.

A la luz de las consecuencias previsibles, cualquiera diría que semejante aventura es una locura.

Sin embargo, el presidente Donald Trump partió en guerra contra Irán en mayo del año pasado, cuando rompió el acuerdo nuclear firmado en 2015 por la República Islámica y los cinco miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania, el llamado Grupo 5+1.

En virtud del Acuerdo, arduamente negociado a lo largo de más de una década, Teherán redujo su capacidad de enriquecimiento de uranio —lo que cerraba un camino potencial hacia la construcción de una bomba nuclear— y obtuvo a cambio un alivio de pesadas sanciones que entorpecían el bienestar de más de 80 millones de iraníes.

Desde la ruptura del Acuerdo, se puso en marcha una maniobra atizada por el mismo nido de halcones que en 2003 urdió la invasión de Irak con falsas pruebas, sustentadas en una cadena de mentiras.

Trump incrementó las sanciones a Irán, con el fin de reducir a cero sus exportaciones de petróleo, asfixiar a la población e imponer nuevas negociaciones para otro acuerdo que limite el programa de misiles balísticos iraníes, una exigencia planteada por Israel.

El Gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, con el apoyo del poderoso lobby sionista en Washington, intentó que Estados Unidos emprendiera una guerra total contra la República Islámica a lo largo de los ocho años de la administración de Barack Obama y fue un acérrimo opositor al tratado negociado por el Grupo 5+1.

El convite de Donald Trump al belicoso John Bolton, uno de los instigadores de la guerra contra Irak en 2003, para que regresara a la Casa Blanca como Consejero de Seguridad Nacional, puso en sus manos la apertura de una nueva senda de guerra contra Irán.

En realidad, la guerra económica que impide a Teherán utilizar el dólar en sus transacciones y prohíbe a bancos, navieras y empresas de cualquier índole y país negociar con la República Islámica, calificada como promotora del terrorismo y la inestabilidad en Oriente Medio, ha llegado a límites extremos, que privan a la población iraní en este momento de alimentos, medicinas y equipos médicos.

Por otra parte, la opinión pública estadounidense e internacional está siendo bombardeada con misiles de mentiras, suposiciones y falsedades presentadas a diario como «evidencias creíbles de inteligencia», denominador común para los falsos pretextos que se repiten hasta el cansancio. 

Ejemplo: los Emiratos Árabes Unidos informaron el domingo último que cuatro embarcaciones comerciales, incluidos dos petroleros sauditas, habían sido saboteadas en alta mar, en las afueras del Estrecho de Ormuz.

En respuesta, sin investigación previa, la prensa adicta al poder en Washington informó que «las  agencias de seguridad nacional de EE. UU. creen que representantes de Irán o sus simpatizantes pueden haber estado detrás de los ataques».

Paso a paso se construye un escenario de guerra, que infunde miedo a los vecinos de Irán aliados de Estados Unidos —Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, entre otros— que se verán obligados a pagar por la protección que les brinde Washington y comprar armamento cada vez más sofisticado y costoso.

La opinión pública estadounidense, por su lado, tiene que digerir a gusto que el Pentágono consuma más de 700 000 millones de dólares anuales, y la guerra se impone como una necesidad de la industria bélica, para vaciar almacenes de armas y volverlos a llenar.

Tal vez ese sea el juego emprendido por Trump, estirar la cuerda hasta el límite, con un lenguaje cada vez más agresivo, para luego, con cualquier pretexto, desinflar el globo y presentarse —como pretende hacer con Corea del Norte— como guerrero victorioso sin disparar un tiro.

Sin embargo, la presencia en su entorno de sujetos como Bolton y su equipo de conocidos incendiarios alarma a legisladores y analistas en Washington, que advierten de la peligrosidad de estar jugando con fuego en una región asentada sobre un mar de petróleo.

Quizá por esa razón, y su probada sabiduría, el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Khamenei, advirtió que Teherán no negociará otro acuerdo que imponga nuevas limitaciones, como reclama Trump.

Con sorprendente serenidad, a pesar de las crecientes tensiones, con la seguridad de quien sabe muy bien lo que dice, afirmó: «No habrá ninguna guerra. La nación iraní ha elegido el camino de la resistencia. No buscamos una guerra, y ellos tampoco. Saben que no les interesa».

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