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¿Habremos arado en el mar?

Que haya Gobiernos que cambien nuestra atención médica por el «tratamiento invasivo» de la Casa Blanca, que haya presidentes que prefieran la bota negra a la bata blanca, no mengua, sino realza, el valor de nuestra ayuda

Autor:

Enrique Milanés León

El hecho de que Mike Pompeo aplaudiera hace unos días el acoso que llevó al retiro de los médicos cubanos de Bolivia no debe verse como un reconocimiento al «arrojo» derechista de los usurpadores de La Paz en aquella nación, sino como un «canto a mí mismo» del imperio que ordenó a sus muppets locales dar el vuelco, más que al Gobierno, al programa de avances liderado por Evo Morales.

El golpe a la solidaridad es parte importante del zarpazo general porque apunta a bajar de nuevo la calidad de vida del más tenaz enemigo del imperio: el pueblo. Washington no tiene otro plan para Bolivia que reuncirla al yugo con la hermana Haití en el largo surco de la pobreza que, paradójicamente, marca el paisaje de un continente rebosante de recursos.

Muy enfermo ha de estar el Gobierno que hace la guerra a los médicos, pero ya se sabe que los dueños de la Casa Blanca llevan décadas en perenne cuarentena y su fiebre de poder no baja un grado centígrado. 

«El Gobierno de Bolivia anunció el viernes la expulsión de cientos de funcionarios cubanos de su país. Fue la decisión correcta. ¡Bravo Bolivia!», celebró celebrándose el Secretario de Estado en ese español chapucero con que los patrones del odio anuncian, a una América Latina que cada cierto tiempo olvida lecciones para volver a sufrirlas, las nuevas humillaciones.

Según «pompeó» el Secretario de Estado —que a veces hasta pretende hablar en nuestro nombre—, La Habana no enviaba médicos a Bolivia para ayudar a su pueblo, sino «para apoyar a un régimen pro-Cuba liderado por Evo Morales». A seguidas, el diplomático jefe del Gobierno que no se mete en nada remató: «Bolivia se suma a Brasil y Ecuador en la denuncia de las graves injerencias de la dictadura de Cuba».

¡Prohibido reírse! El dislate encierra mucha gravedad: en efecto, nuestros médicos también salieron de Brasil y partieron de Ecuador, no porque abandonaran a los pobres de esas tierras —de hecho, volvieron a casa con el corazón lleno de hermanos—, sino porque los ricos que mandan de nuevo decidieron que el amor entre pueblos, lejos de hacerles caja, resulta muy subversivo.

¿Quién dijo que la necedad de Donald Trump no tiene competencia? Jair Bolsonaro, su mejor alumno ayudante, llegó a decir que los médicos cubanos pretendían en Brasil «formar núcleos de guerrilla». Solo le faltó acotar que esos guerrilleros sin fusil pretendían alzarse en lo alto del Pan de Azúcar de Río de Janeiro y zampárselo de merienda.

Tal idea no queda en la anécdota ocurrente sino en serio pensamiento porque alude al cierre, de un tirón, de la puerta por la que había entrado, más que un contingente sanitario extranjero, la salud del Brasil profundo. Lo que formaron esos cubanos temidos por Bolsonaro fueron eficaces núcleos de sanación, con todo el arsenal de ciencia y amor que suelen reunir.

Visto el caso, lo relevante no es el número de profesionales cubanos que dejaron el gigante del sur: uno solo que fuera apartado de su puesto a manos del fascismo presidencial ya era atropello de los pacientes brasileños. La cifra que realmente duele es la de esos 113 millones de pobres que fueron consultados y ahora, que perdieron a sus médicos, tienen menos vida para esperar, de nuevo, el «milagro» de la solidaridad. El dígito que punza es que al gran Brasil le faltan ahora más de 7 000 doctores —para zonas de pobres, ¡qué casualidad!— y, evidentemente, Bolsonaro no prestará los suyos para que hagan «terreno».

Miles de especialistas cubanos han retornado a su puesto, a su hogar y su familia, pero hay bonanzas que quién sabe si regresarán: por ejemplo, las más de seis millones de consultas gratuitas que dieron en Ecuador, país que decidió no renovar los seis convenios firmados con el Ministerio de Salud Pública de Cuba.

La mejor respuesta al contrasentido la dio la Asociación de Estudiantes y Graduados Ecuatorianos en Cuba Eloy Alfaro, que les comunicó en un mensaje: «Esta es su casa, como Cuba la nuestra, y esperamos su pronto retorno».

Ahora, el Ministerio de Salud ecuatoriano libró convocatoria para cubrir, con colegas locales, los cientos de plazas vacantes. Buscan expertos en medicina física y rehabilitación, oftalmología, en medicina familiar, enfermería, laboratorio clínico, bioquímica y química, imagenología, cirugía vascular y epidemiología. Aunque seguro los tienen, no parecen convocar lo más necesario: especialistas en solidaridad.

¿Habremos arado en el mar? ¡Imposible! El fruto de semejante cosecha está en la vida de los pueblos. Dicho serenamente, esos médicos internacionalistas han impactado, para bien, la demografía del llamado Tercer Mundo. Sin sus manos y desvelos, a los países del Sur les faltarían unos cuantos millones de personas que no aparecen en el proyecto de sobrevivientes del imperio, que los quisiera muertos para no hallarlos, de frente, en la multitud que exige justicia en volcánicos rebrotes. ¡Es el pecado de Cuba: salvar las semillas de las naciones!

Si no los frenan los terremotos, ¿cómo podría hacerlo Trump? Foto: Roberto Suárez Piñón. 

Que haya Gobiernos que cambien nuestra atención médica por el «tratamiento invasivo» de la Casa Blanca, que haya presidentes que prefieran la bota negra a la bata blanca, no mengua, sino realza, el valor de nuestra ayuda.

La lidia está planteada: mientras el Departamento de Estado sigue su plan de acoso a «funcionarios» cubanos vinculados a lo que llama «prácticas laborales de explotación y coercitivas como parte del programa de misiones médicas», nuestro colaborador más distante regala a los pobres, sin hacer política, el mejor de los argumentos humanos: la vida. Mientras el dinero de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (Usaid) pretende comprar trapos sucios que exponer al sol sobre esta cooperación, nuestro gremio sanitario no conoce mancha en su uniforme. Eso duele mucho al norte, en la Casa Sucia.

Los caminos del imperio están preñados de hipocresía. El senador Marco Rubio no se cansa de pedir a su (ahora) amigo Trump que reactive el programa de parole para médicos cubanos. Si son tan malos, ¿para qué los quiere? ¿Será que necesita «guerrilleros»?

No, lo que Rubio busca es sacar de circulación a una fuerza que desde hace décadas viene dando el «mal ejemplo» del buen ejemplo. Rubio y compañía quieren a nuestros médicos fuera de Brasil, de Bolivia, de Ecuador… pero sobre todo fuera de Cuba, que es el cuartel general de la guerrilla del amor.

Desde su «estado mayor» salieron rumbo a Argelia, el 23 de mayo de 1963, los 55 colaboradores de la primera brigada médica. A partir de entonces, más de 400 000 cubanos han curado y salvado en 164 países. El ébola y el cólera no los pararon; no los frenaron terremotos ni deslaves, no se arredraron ante obstáculos grandes ni frente a virus invisibles. No los detendrá una calamidad llamada Donald Trump porque al frente del equipo sigue un doctor de pueblos que se firma Fidel.

Nuestros colaboradores en Haití, en duelo con el cólera. Foto: Roberto Suárez Piñón.

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