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Brasil: del negacionismo al antiBolsonarismo

Todavía no se sabe si el poder aglutinador del «Fora Bolsonaro» será suficiente contra lo que representa

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Lamentablemente, la egolatría y prepotencia de Jair Bolsonaro han dado de bruces sobre la COVID-19, y se están saldando con muertos. La autosuficiente tozudez de desconocer el peso de la enfermedad se explicita en más de 220 000 fallecidos y la incapacidad de acercar a la nación, al menos, a un leve control de la pandemia.

Eso también ha sido bautizado con un nombre: negacionismo.

Tal ignorancia ha mostrado sus ribetes más dramáticos, los últimos días, en Manaos. La inexistencia de suficiente insumo médico llevó al colapso del sistema sanitario local y se solventó con el gesto altruista de Venezuela, que trasladó hasta allá cien kilogramos de oxígeno. Ahora se gesta un convenio para enviar un suministro venezolano semanal. Pero las tratativas se efectúan por los gobernadores brasileños de Amazonas y Roraima con Caracas. El Presidente, que había sido avisado de antemano acerca de la escasez de oxígeno en esa localidad, sigue sin hablar…

Tal desentendimiento, tildado también por los suyos de sabotaje, desembocan en un desastre humanitario y social que sigue mellando, poco a poco, la confianza de muchos de los miles de seguidores que se arriesgaban, hasta hace unos meses, a agruparse en torno al mandatario sin nasobuco, alimentados por su ego exagerado y alimentándolo, a su vez: ¡a ellos no los agarraría la gripezinha!, admitieron.

Sin embargo, los contagiados suben y andan ya por los nueve millones al tiempo que el visto bueno a Bolsonaro decrece, a pesar de que conserva capital del inexplicable fenómeno de popularidad que lo rodeó cuando, en 2018, se presentó a las elecciones como un outsider en medio de la incredulidad sembrada por la podrida institucionalidad brasileña y tantos juegos sucios.

Los encuestadores aseguran que su aceptación ha sufrido la peor caída en estos dos años, pues ahora el 40 por ciento de los consultados estima su gestión entre mala y pésima (en diciembre era el 32 por ciento), según el Instituto Datafolha. El 26 por ciento la considera regular.

Pero los reproches rebasan el mero sentimiento reflejado en los sondeos, no muy concluyentes, y tienen expresión más visible tanto en la calle como en la legalidad.

Más de 60 pedidos de im-
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reposan sobre la mesa del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, quien hasta ahora los ignoró so pretexto de que un juicio político profundizaría las grietas que amenazan la estabilidad brasileña. En tanto, más de 87 caravanas de manifestantes recorrieron varias localidades del país el último fin de semana. Portaban los mismos carteles: «Fora Bolsonaro».

A la inquietud por el avance de la enfermedad se suman las denuncias de corrupción que planean sobre sus hijos. Y para el disgusto popular es importante también el cese, en diciembre, de la ayuda financiera que el mandatario repartió a los más necesitados durante algunos meses del año pasado, con ese populismo que tanto critica y mediante el cual se hizo de simpatías…

La pregunta es hasta dónde la crisis social seguirá catalizando una crisis política hasta ahora contenida, y que se profundiza en la misma incapacidad del mandatario de capear un temporal que minimiza.

Sin partido desde que abandonó al Social Liberal por el que se postuló y sin poder concretar aún su Alianza por Brasil; sostenido por los militares que le han servido de espaldar para que no se catapultara hacia atrás, Bolsonaro empieza a ser abandonado por esa denominada derecha de centro que le acompañaba, mientras él resultaba un pésimo jugador en su empeño por hacer carrera política.

Tal éxodo de su entorno se hizo visible desde noviembre,  cuando las elecciones regionales mostraron la marcha atrás de la corriente por él representada. No ganó casi ninguno de los candidatos a gobernadores que respaldó, razón por la cual los observadores leyeron los resultados como una derrota del «bolsonarismo», entronizado de modo alegremente dictatorial en Brasil, como lo hizo el trumpismo en Estados Unidos.

Emergió, sin embargo, la consolidación de esa derecha centrista que se aleja de él cuando el buque parece hacer aguas, junto a la sorpresa que significó el casi triunfo del excandidato presidencial Guillermo Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), en Sao Paulo, gobernación que estuvo a un tris de ganar en segunda vuelta.

Lo mismo ocurrió con la excompañera de fórmula del petista Fernando Haddad en las presidenciales: Manuela D’Avila, del Partido Comunista, quien también estuvo cerca de la victoria y llegó al balotaje en Porto Alegre. Buen desempeño cosechó también la candidata a la alcaldía de Recife, Marília Arraes, del Partido de los Trabajadores (PT), quien perdió pese a un sólido 45 por ciento de sufragios.

Tales votaciones fueron excepciones que nutren el aliento de las fuerzas progresistas, y no deben ser desconocidas en medio del retroceso electoral que siguió cosechando el PT, como evidencia de los daños que deja todavía el lawfare y ese intento de lapidación que, mediante la judicialización de la política, se quiso aplicar a la izquierda en los tiempos de la Lava Jato.

Para los analistas, las municipales deben interpretarse como una vuelta a la política tradicional que trucidó a Dilma Rousseff mediante la traición, facilitadora del im-
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de 2016, y el falso encartamiento de Lula. Entonces Bolsonaro se levantó en 2018 como una engañosa carta «nueva».

Bola de cristal

La primera mirada hace adelante para intentar saber qué podría ocurrir, hay que dirigirla al Congreso.

En pocas semanas deberá elegirse al sustituto del influyente Rodrigo Maia en la Cámara, y entonces hay que ver qué gallo y cómo cantaría; aunque todavía la encuesta de Datafolha arrojó que 42 por ciento de los consultados quiere el juicio político, pero un 53 por ciento lo rechaza. Todavía a esta hora hay analistas hablando de una gran improbabilidad respecto al proceso judicial que podría revertirse si el clamor aumenta en las calles.

Pero quizá sea mejor la estrategia del desgaste para quienes se oponen al bolsonarismo. Si fuera removido del cargo, lo sustituye el vicepresidente Hamilton Moureau, un  general retirado que, como el mandatario, defiende el papel de la Fuerza Armada durante la dictadura militar.

Sin embargo, las elecciones para la titularidad de la cámara baja del Congreso se tienen por cruciales más allá del posible juicio político. Observadores como el conocido Instituto El Cano estiman que ese acontecimiento permitirá ver si se consolidan las alianzas entre la derecha y la centroderecha triunfantes de las municipales: lo que en Brasil se conoce como el centrao que ha abandonado a Bolsonaro y se erige como posible aspirante presidencial en las elecciones de 2022.

Se barajan en el artículo 2 nombres para el relevante puesto en el Congreso: Baleia Rossi, diputado por el Movimiento Democrático de Brasil que pertenece al grupo de Maia y cuenta con el adoso de Demócratas (DEM), el Partido Socialdemócrata (PSDB), Ciudadanía y otras agrupaciones menores, y Arthur Lira, opositor de Maia y quien contaría con el sostén de Progresistas (PP), el Partido Social Democrático (PSD), el Liberal (PL) y Republicanos.

Rossi cuenta con el apoyo del PT, el grupo parlamentario con más asientos, por lo cual se le considera favorito, y ha dicho que un potencial impeachment no está entre sus prioridades.

Le queda a Bolsonaro el respaldo de la fuerza militar, de donde procede, y a cuyos representantes entronizó en el ejecutivo repartiendo entre ellos diez carteras, así como la titularidad de diversos organismos e instituciones.

Preocupados desde mediados del año pasado con el acontecer nacional, trascendió que oficiales del alto mando se reunieron entonces para tomar decisiones. Todo indica que la opción escogida ha sido seguirlo sosteniendo. De hecho, algunos consideran que la Fuerza Armada es, sencillamente, su baluarte.    

Pese a que todo pareciera quedarse como está, la diferencia la marca el perfil aglutinador que está tenido el efecto antiBolsonaro: menos expedito, cierto, que el inesperado espumarajo con que subió su popularidad de cara a las presidenciales; pero es un burbujeo igual de consistente.

Esa coincidencia se vio en las caravanas de hace una semana, cuando los movimientos populares derechistas casi «se dieron la mano» con las marchas de los sectores de izquierda.

Veremos si se siguen aprovechando las coincidencias sobre las divergencias en medio de la debacle. Antes que la derecha moderada, esa es una tarea que primero deben asumir los sectores progresistas y de izquierda.

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