Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No moleste

Autor:

Enriquito Núñez

No recuerdo si el profesor Calviño trató este tema alguna vez en su programa, aunque es casi seguro que sí, tomando en cuenta los años que lleva hablándonos de lo humano y lo divino. De cualquier manera, si lo tocó, vale la pena que reflexionemos una vez más acerca de una de esas cosas que incomodan tanto y que son tan fáciles de evitar. Porque estoy seguro que más de una vez usted se ha encontrado ante esa frase descortés y agria, el incordio que da título a esta crónica, y cuyo uso se ha extendido como una plaga. Veamos algunos ejemplos, desde los más comunes, tanto que ya casi no incomodan, hasta los más absurdos y agresivos.

Usted necesita realizar un trámite y consigue, después de tremenda coba, que su jefe lo deje salir 45 minutos antes. La oficina está a ocho cuadras de donde tiene que hacer la gestión, y usted piensa que a esa hora ya no debe haber tanto público. Efectivamente: llega a las 4 y 20 y se alegra de encontrar el vestíbulo vacío, sinónimo de que tiene el uno, piensa usted. Disciplinadamente se sienta a esperar que lo llamen, y pasan dos, cinco, nueve minutos, al cabo de los cuales usted comienza a ponerse incómodo. Solo entonces es que advierte, pegado por detrás del cristal de la puerta, un papelito primorosamente escrito en Word e impreso a tres colores: ESTAMOS REUNIDOS. NO MOLESTE.

Usted instintivamente siente la tentación de tocar a la puerta, pero su yo racional le dice que eso es normal, que pasa siempre, y al final va a tener que volver el sábado por la mañana…

Ese es tal vez el ejemplo más conocido ¿no? Luego hay otros tan cotidianos como en la shopping cerrada en horario de atender al público y el cartelito en la puerta: ESTAMOS HACIENDO INVENTARIO. NO MOLESTE

O en el laboratorio del policlínico: MUESTRAS HASTA LAS 8. DESPUÉS DE ESA HORA NO MOLESTE.

Y a esa hora (8 y 25) usted no sabe qué hacer con los pomitos de la caca y el pipi de la niña.

Hay que estar en la calle para ver decenas de cartelitos similares, en los que a veces el mensaje, lejos de incomodar, da risa.

Como aquel, de un taller cerrado: NO TRABAJAMOS LOS LUNES. NO MOLESTE.

¿Es que no atienden o que no están, y si no están a quién voy a molestar?

En el balcón del primer piso de un edificio de una microbrigada: NO ABRO LA PUERTA DEL EDIFICIO. NO MOLESTE.

En el mismo edificio, en la puerta de la casa de un gerente: NO COMPRO NADA. NO MOLESTE.

Y en la ponchera: NO PRESTO HERRAMIENTAS. NO MOLESTE.

Al día siguiente, en la misma ponchera, desafiando la física y la meteorología: SE ACABÓ EL AIRE. NO MOLESTE.

Antes de los grupos electrógenos, en la sacristía de una iglesia: NO SE REGALAN VELAS. NO MOLESTE (y que Dios lo acompañe)

Uno realmente cruel, en la cerca de una casa, en la cola del M6: NO DOY AGUA. NO MOLESTE.

Y el increíble epitafio en un panteón del cementerio de Colón: NO MOLESTE.

Vuelve a mi mente el profesor Calviño, quien para terminar su programa diría algo como: ¿No sería más humano y edificante, forjador de mejores relaciones entre miembros de una misma sociedad, que pensemos en el otro como si fuésemos nosotros mismos? ¿No sería más bonito y educado intercalar —para siempre— en el medio de esa frasecilla hiriente el simple y brevísimo vocablo SE? Créanme que vale la pena.

Observen qué diferente y amable se vería: NO SE MOLESTE.

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