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El deber de Cuba en América

Autor:

Juventud Rebelde

El 17 de abril de 1894 apareció en Patria el artículo «El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución y el deber de Cuba en América» (O.C. T. 3 pp. 138-143). Tal vez nunca antes el Apóstol, de forma pública y tan explícitamente, proclamaba la clara comprensión que tenía de la indisoluble relación entre el quehacer interno del PRC en la preparación y desarrollo de la guerra necesaria y el contexto internacional en la que esta tendría lugar y los propósitos estratégicos que la animaban.

Pocas veces habían quedado expresadas de forma tan nítida las concepciones martianas acerca del papel y lugar de la Revolución Cubana en el ámbito continental e internacional. Estas concepciones revisten hoy una vigencia impresionante para los revolucionarios cubanos.

En este artículo, después de abordar profundamente aspectos trascendentes de la problemática interna que debía enfrentar el PRC, el Delegado señaló que poco valdría entender los problemas internos del país si no se tomaba conciencia de «la misión, aun mayor, a que lo obliga la época en que nace y su posición en el crucero universal» y para lo que se hacía necesario, por parte de los revolucionarios, «tener el valor de la grandeza y estar a sus deberes».

Martí establece claramente que «no son meramente dos islas floridas (...) lo que vamos a sacar a la luz, sino a salvarlas y servirlas (...) frente a la codicia posible de un vecino fuerte y desigual».

Esta idea sería completada con la que, según mi opinión, es una de sus más magistrales valoraciones, verdadera demostración de su genio previsor y de su arte de hacer política, cuando afirmó, con palabras que trascienden el tiempo y que nunca deben ser olvidadas: «En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, —mero fortín de la Roma americana—; y si libres, —y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora— serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada, y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio —por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles—, hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo».

Rotundo será en su afirmación: «...Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar».

Se traslucen ya en estas líneas las ideas contenidas en las confesiones que poco más de un año después haría en carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado.

Tal convicción le lleva a declarar: «Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos», pensamiento este que bien puede presidir el diario accionar de los cubanos de hoy.

«Tarea de grandes» llamó Martí a esta que debía enfrentar Cuba en cumplimiento de su deber en América.

Ese mandato ha devenido en principio irrenunciable de nuestro pueblo. Quiso el azar que 67 años después de publicado en Patria el artículo que hemos reseñado, el

17 de abril de 1961, los cubanos dieran una de las más significativas muestras de su fidelidad al compromiso de cumplir su deber en América, cuando rubricaran con su sangre en las arenas de Playa Girón, la decisión de defender la Revolución Socialista al precio que fuera necesario.

Múltiples han sido y son las formas en que se ha expresado, se expresa y puede expresarse el ser consecuente con este vital legado martiano, del que son ejemplos elocuentes la presencia solidaria de nuestros médicos, maestros y especialistas en países del área; la presencia de miles de estudiantes latinoamericanos y caribeños en nuestro país, la creciente cooperación e intercambio, las acciones solidarias en diversos campos.

En el hecho de demostrar que sí es posible desafiar al vecino poderoso, que es posible avanzar en la construcción de una sociedad cada vez más justa y participativa, en la que el hombre no sea el lobo del hombre, en la que no prevalezca el libre arbitrio de las leyes ciegas del mercado, en la que el desarrollo no necesariamente tiene que ir en detrimento del medio ambiente, entre otros aspectos, es que radica fundamentalmente el valor de Cuba revolucionaria, y de ahí el odio del imperialismo norteamericano y sus acólitos.

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