Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El dogma establecido

Autor:

Juventud Rebelde

La expresión nos aparece, como un fantasma, en incontables lugares. Y se nos vuelve, de vez en vez, una espada que decapita deseos o sonrisas.

Nos la han inyectado tanto en los oídos desde hace décadas que acaso el enfado original al escucharla se ha trastrocado ya en resignación afianzada por el poderío de la costumbre.

Me estoy refiriendo a: «Eso es lo que está establecido», una locución entroncada frecuentemente con el absurdo, el obstáculo, la terquedad, la prohibición, el automatismo...

No hablo solo del desatino de una frase trillada, sino de toda la filosofía diabólica que, como norma, se encierra en estas seis palabras, especialmente cuando son pronunciadas con saña o con hipos de superioridad.

Tampoco pretendo arremeter contra las legislaciones, tan necesarias en la vida de las naciones. Ni hacer un panegírico al libertinaje.

Hay «establecidos» irracionales que descienden, como cohetes, desde la mesa de un burócrata; ese que por cabalgar por los nimbos no puede, aunque lo intente, interpretar la realidad terrenal y legisla barbaridades que solo afectan o mortifican «al de abajo».

Pero hay «establecidos», que resultan interpretaciones propias de individuos o leyes manigüeras impuestas a ciegas en determinadas entidades.

La vida está preñada de ejemplos. Sin embargo, esta semana, al oír de soslayo la oración a la entrada de una escuela politécnica, me llegaron como ráfagas estas líneas. Sucedió que cierto custodio prohibía pasar a un muchacho ajeno al centro porque su «aspecto» (cabello largo, un tatuaje enorme, bermudas), iba «contra lo establecido». Y cuando el joven, asombrado, preguntó: ¿Entonces, qué hago? el vigilante replicó: «No sé, pícate el pelo».

Y así, mientras me reía y me pasmaba por el episodio, me llegaron a la mente decenas de imágenes anteriores, en las que lo absurdamente estipulado (palabra sustituta) triunfó sobre cualquier lógica. Recordé la noche en que, en una de las cafeterías de la terminal número 1 del Aeropuerto Internacional José Martí, en la capital cubana, un gastronómico le contestó a un cliente, que deseaba dos paquetes de una golosina: «Es uno solo por persona». Al inquirir el usuario: ¿Por qué? ¿Y los paquetes de todos los que han pasado por aquí y no han comprado?, el dependiente formuló el enunciado mágico: «Eso es lo que está establecido, socio».

Recapitulé, también, la tarde en que un viajero iba en un ómnibus interprovincial semivacío y veía adolorido los ademanes impacientes de los pasajeros apostados con cansancio en las paradas ordinarias, señas ante las cuales los choferes ni se inmutaban. Cuando alguien les interpeló: ¿Por qué no recogen a esa gente?, los conductores respondieron: «No podemos recoger en las paradas, solo en las terminales; eso es lo que está establecido».

Me acordé, asimismo, del servicentro donde quedó establecido, sagradamente, que no puedes echar dos veces combustible el mismo día (no importa la cantidad, sino las veces). O de la autoridad que, en pleno ciclón, no dejaba pasar a nadie por su puesto de barricada, pero decía: «Si quieren den la vuelta, yo tengo establecido que por aquí no».

Recordé, en conclusión, tantas regulaciones disparatadas de cada día, establecidas en códigos, manuales, leyes generales. Y, de paso, evoqué la paradoja enjaulada dentro de ese problema: muchas veces incumplimos las regulaciones más juiciosas y maduras.

Mi consuelo, al final, es que todavía nadie ha establecido apagar los lirios, las orquídeas o desterrar la poesía o la virtud que nos quedan todavía en la tierra.

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