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Con Juan o sin Juan

Autor:

Juventud Rebelde

No ocurrió en la capital, sino en plena Sierra Maestra.

Ellos, dos peregrinos que habían descendido de las nubes situadas en los ojos del Turquino, miraron aquella guagua moderna parqueada en la pendiente y, como los errantes que observan el espejismo del oasis en el desierto, fueron corriendo hasta la puerta.

Sin embargo, los recibió el chofer con cara de pocos amigos y, petulante, les congeló los deseos: «Sí, voy para abajo, pero aquí no montan nacionales».

Quizá el hombre hasta cumplía a su modo y gana una de esas disposiciones inflexibles que construimos nosotros mismos, a veces caprichosa o ciegamente.

Mas el absurdo de aquel acto residía, en esencia, en las maneras «semipoderosas» del empleado, en su desdén abierto a dos compatriotas «sin licencia» para refrigerarse en vehículos de aquel tipo, en su tono de sol que ilumina y se traga el mundo con los rayos.

El absurdo radicaba y radica en que aquel conductor —de cuyo nombre sí quiero acordarme— no ha sido el único a lo largo del país que, malinterpretando su función social o los privilegios de pertenecer al llamado sector emergente, ha maltratado sin tapujos a un coterráneo.

No es la primera vez y presumiblemente tampoco será la última en que el tema se filtra en esta columna reflexiva de domingo. Hace más de un año, en el comentario «Tin no tiene, pero vale», JR analizaba cómo aquel Juan con Todo, emblema de versos de antaño, había cedido terreno en varios aspectos de su vida social y a veces llegó a verse marginado o vilipendiado, sobre todo cuando «surgió la dicotomía de tratarlo a él al mismo tiempo que a un nombrado “yuma”».

También fue célebre en estas páginas el caso de los empleados de una poderosa empresa de transportación que en plena noche negaron a una mujer —aún pagando en CUC— sus servicios profesionales.

Hay más ejemplos, llueven aquí o allá, algunos son francamente impublicables.

Y he aquí la gran encrucijada del futuro que va más allá de la adoración a los ídolos de chicle y a las figuras de oropel. He aquí la encrucijada tremenda que se nos abre, como la boca de un volcán indeciso entre vomitar su lava o tragársela completa:

¿Recuperará Juan con Todo, ante los ojos de sus propios compatriotas, los kilómetros perdidos en su maratónica carrera de existir sin lentejuelas, pero con necesarios bienes materiales? ¿O se convertirá, por traer pulóver «todos tenemos» y los bolsillos agujereados, en una caricatura menospreciada por los que ostentan (o aspiran a llegar a) la Dolce Vita?

La segunda variante, dolorosa, nos lanzaría abajo uno de esos sueños acariciados por aquellos patricios fundadores que echaron sus corazones en los montes; o por quienes los siguieron años después, precisamente en la Sierra Maestra, no lejos de aquella pendiente donde se posaba la guagua del comienzo.

Pese a las asechanzas violentas de este tiempo, los golpes tan fuertes de la vida, los retrocesos y los vaivenes de la sociedad que edificamos... habrá que seguir soñando, sin muchos manuales ni recitales de barricada, con el primer camino, el que tiende un guiño cariñoso a Juan con Todo... y lo hace andar.

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