Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cultura del debate, cubanos

Autor:

Rufo Caballero

Una lluvia de opiniones ha caído sobre el periódico desde la publicación de mi artículo Suena cubano. Todas, las positivas y las negativas, me han hecho meditar profundamente, y me sigue maravillando la vehemencia del cubano al discutir asuntos que le son caros.

Aunque he recibido en mi buzón electrónico sesudas cartas de personalidades del teatro, de la música cubana, etcétera, ninguna me llamó tanto la atención como esta que, desde la más franca y sabia humildad, escribió el compañero Reynaldo Companioni: «No soy un intelectual, sino un simple jefe de mantenimiento de la fábrica de conservas de Florencia, municipio de Ciego de Ávila, pero por lo que parece el compañero que te critica no vive en este país, porque según mi criterio no cometiste ninguna chabacanería. Eres un simple cubano, viviendo los momentos en que estamos, y si alguien está escapao, lo está, y todos lo entienden, desde el más pequeño hasta el más grande. Si lo dice un locutor o animador extranjero, lo ven gracioso...». En la otra acera, Guillermo Ramírez aprecia cómo incluso «la caricatura que ilustra el artículo es de mal gusto, y el sonido cubano no puede ser el de la mediocridad. Además, el reguetón y similares, importados, han sido creaciones de marginales, mediocres para mediocres marginales».

Candela viva la de esta polémica, donde también han intervenido personas cuyos mensajes aparecen llenos de emoción y de paz espiritual. Es el caso del compañero Francisco, quien así, sin más, firmó un correo donde me envía sugerencias: «...queda bien contigo, que te aseguro será quedar bien con el pueblo, que te admira y aprende de ti... No creo que te hayan tratado de criticar, mucho menos de lastimar...». El mensaje de Francisco me ha emocionado profundamente; se trata, es obvio, de un compañero de energía positiva y afán de contribución. Pero, incluso a él, me gustaría preguntarle: Y si me trataron de criticar, ¿qué? ¿Qué problema habría en que el compañero de la Televisión (por cierto, una persona seria, muy conocedora de su oficio) me tratara de criticar, o me criticara abiertamente? Si yo ejerzo la crítica semana tras semana en este país, y por varios medios, ¿por qué el compañero de la Televisión, y quien no es el compañero de la Televisión, no pueden criticarme, expresar sus criterios en favor o en contra?

¿Yo sí puedo criticar, y los demás no? Independientemente de la licencia del periódico para publicar todos los juicios que lleguen a él de forma transparente y directa, en cuanto conocí de la polémica, pedí que en la sección dedicada a ello, se publicara todo, con absoluta franqueza. ¿Por qué insisto en esto?, —y el gentil Francisco tendrá que perdonarme—, porque a veces siento que la cultura del debate entre nosotros no contempla la posibilidad de la crítica a uno mismo, a sus errores, a sus flaquezas o equívocos.

A mí por lo menos que me proteja Dios de la perfección; mientras tanto, yo voy viviendo. No hay nada peor que el ademán de perfección: el error es una de las bases del aprendizaje, y del crecimiento humano. Los demás pueden hacernos ver decenas de aspectos en los que podemos mejorar nuestro trabajo. Ahora me acuerdo de una compañera que, siempre que yo criticara a los demás, yo era genial, culto, riguroso, inteligente. Criticando a los demás, yo era Thomas Mann. Pero el día que entendí debí criticarla a ella, por un trabajo deficiente, echó a correr la siguiente voz: «Rufo no es riguroso; Rufo es habilidoso». Claro, el mito de la habilidad me desacreditaba, y así, ella quedaba exenta de mi visión crítica. Así, es muy cómodo hablar de la crítica, de sus valores, de su importancia. La deshonestidad tiende a ser la madre de todas las vilezas.

Tendríamos que crear un seminario nacional acerca de ¿Por qué la crítica? El otro día, desde estas mismas páginas, Joel del Río anticipaba las «malas caras» y el desdén de que sería objeto por su comentario sobre la telenovela. Entiendo a Joel: por muy argumentado y contundente que resulte el análisis (y era el caso de aquel artículo), inmediatamente irrumpen los fantasmas personales contra el crítico; las presuntas razones enconadas que tendría el especialista para «atacar», pues crítica y batalla campal se consideran muchas veces sinónimos.

Enfrentamos un tema que no compete solo a la crítica sobre la cultura artística. También en días pasados, este periódico publicó un brillante comentario de Pepe Alejandro alrededor de las interpretaciones más pertinentes que podemos y debemos hacer en relación con el discurso de Raúl el pasado 26 de Julio. Allí, el periodista colegía que el juicio crítico, ejercido con honestidad, diafanidad, franqueza, puede salvar a un país. Debe salvarlo; debe levantarlo. Porque la crítica juiciosa contribuye, mejora, enaltece, oxigena. En cambio, la mentira acerca de que todo está bien, que vivimos el mejor de los mundos posibles, el «sinflictivismo», eso puede hundir a un país. Los modelos y los ideales por un lado, y la realidad por el otro. Afortunadamente, el espíritu de estos días es otro, y el periodista supo leerlo en las palabras de Raúl. Con espíritu crítico, estamos logrando cosas importantes.

Este es un momento para que todos los cubanos nos escuchemos con respeto. Sin la triste sacadera de trapos sucios, sin golpes bajos. Si alguien que ayer se equivocó, decide participar del debate, y lo hace con energía saludable e ideas interesantes, ¿por qué no? ¿Quién que mire al pasado no encuentra un error propio? ¿Quién es el inmaculado que está totalmente libre de pecado? Entre todos, contribuir con lucidez, para cambiar todo lo cambiable (los vestigios de autoritarismo, el exceso de verticalismo, el ordeno y mando, etcétera), como también para impedir que los cambios nos conduzcan a sacrificar logros determinantes, o a que este país se convierta de nuevo en un lupanar insular. Saber polemizar; no discutir. Polemizar entre todos, para que la dignidad siga siendo la primera palabra de los cubanos. Para que, como me decía unos días atrás Amaury Pérez en un sereno intercambio de correos que sostuvimos, «nuestra amada patria» pueda abrazar lo mejor de nosotros, y no padecer el exceso de los Otros.

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