Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tenía ganas de dar un soberano «teque»

Autor:

Juventud Rebelde

Este lunes, 3 de septiembre, a las ocho y cuarto de la mañana, entré al aula donde mi hijo comienza su segundo grado. Antes fue el acto de inicio de curso en el patio central con un enjambre de padres. Lo primero fue izar la bandera y entonar el himno; el director presentó al claustro de profesores y al consejo de padrinos de la escuela (compuesto por representantes de las organizaciones de masas e instituciones vecinas al centro escolar) y leyó un extenso y detallado informe sobre los logros y dificultades del curso anterior, más los propósitos para estos meses venideros. Realmente estaba fuerte para que los niños prestaran atención (incluso algunos padres), no obstante, ese ejercicio de rendirnos cuentas del trabajo en ese centro es un gesto de honradez y de compromiso, tanto de ese colectivo hacia nosotros los padres, como de nosotros hacia ellos, lo cual nos implica más a todos en la esencia del fenómeno que son los pequeños estudiantes.

Tras el alegato llegó el momento de entrar a las aulas. Los niños hicieron gala de alboroto (alegría compartida por los padres) al encontrar en sus pupitres: tres libretas, dos lápices, una caja de colores, una tempera, un juego de crayolas, una acuarela, un puñado de papeles de colores para hacer trabajos manuales, goma de borrar y de pegar, y cuatro libros de texto. Así cada alumno de su escuela y en cada escuela de cada rincón del país. (Un dato: se imprimieron en esta Cuba socialista, bloqueada y tercermundista, 24 millones de ejemplares de libros escolares para este día. ¡Veinticuatro millones de libros en un país de una población total de 11 millones de habitantes!). Gracias a lo cual cada estudiante recibió gratuitamente el material de estudio —en una nación donde todo niño en edad de enseñanza primaria, secundaria y preuniversitaria, asiste a la escuela y ninguno hasta la mayoría de edad puede laborar (y no solo porque exista el decreto sino, sobre todo, porque se cumple).

Y nada más, solo quería escribir este «tequecito» por los ojos de José Julián, que no cabían en su alborozo mostrándome, como un trofeo, sus instrumentos de estudio en la plenitud de una sonrisa algo nerviosa. Quería escribirlo, pues pensaba que solo esa mirada de mi hijo ya vale una Revolución.

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