Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De la imagen y su textura…

Autor:

Liurka Rodríguez Barrios
Andaba con una franela, como se suele decir en América del Sur, por una lejana capital asiática. Con la jovialidad distinguida de sus pobladores, alguien me preguntó a quién pertenecía ese rostro, trazado en blanco sobre el tejido de algodón oscuro y desplegado en mi pecho. Es Julio Antonio Mella. Y agregué en lengua local: historia, valor, Patria...  

Luego recordé que me traje la camiseta del más reciente Congreso de los Jóvenes Comunistas Cubanos, hace ya tres años. Hubo también con la imagen del Che y Camilo. Todos íbamos y veníamos por los pasillos del cónclave, unidos por los tres combatientes, agrupados en esa juventud tan aguerrida como soñada.

Hoy sigue Mella devolviéndome recuerdos, de cuando en clases los maestros contaban los pasajes de su etapa de líder estudiantil y podíamos revivir aquella huelga de hambre en contra del régimen dictatorial, cuyo cabecilla fue bautizado por Rubén Martínez Villena como un soberano «Asno con garras».

Los libros de historia nos entregaron fotos del hecho: aparece con una palidez desmentida en el acto por las propias ideas que defendió el tenaz luchador, impulsor de la Liga Antiimperialista y fundador del primer Partido Comunista de Cuba. Entonces, estaba Mella ahí, tendido en la cama sin probar bocado. Porque no se come ni se duerme tranquilo cuando se sabe despreciado y ofendido el suelo que se ama.

Pero Mella también auguró que todo tiempo futuro tenía que ser mejor. Será siempre de ese modo. Entregó sus ímpetus para cambiar las cosas. Cimentó, a su paso, lo que es hoy la Federación Estudiantil Universitaria, combativa, intransigente e imprescindible en la edificación de la obra renovadora, socialista.

Más fotografías nos acercaron al hombre gallardo y atlético, amante de los deportes, al intelectual, al poeta y enamorado. A veces me sorprendo imaginando la tinta y la nota deprisa a su amada: «Te dejé una flor en mi lugar», tanto, como su pasión incansable.

Y todo esto traté de explicarle en tres palabras al amigo interesado por el rostro en mi pulóver. Porque no solo se anda ahora con las marcas reconocidas y veneradas que se hacen grabar en las telas ya sean verdaderas o falsas, símbolos de opulencia, modernidad y quién sabe si algo de buen gusto. Cosas de la moda, que no desapruebo en absoluto, salvo que se conviertan en desequilibradas aspiraciones, o en obsesiones de jadeo mediático.

Pero la pregunta es si podremos siempre saber el significado de lo que llevamos puesto, más allá del importe o de la similitud con lo acabado de ver en la última vidriera. Si podremos hablar con orgullo, amor y fe de lo que representan nuestros atributos, tejidos muchos a punta de combate, con el acabado valiente de sacrificios ilimitados. Si traspasarán nuestras pieles las efigies en que se inspiren nuestros actos cotidianos y las honraremos; si en todo momento de definiciones, defenderemos —hasta el último resuello— cada idea legada.

Entre tanto, sigo mi marcha con el rostro de Mella incrustado en mi postura y su mirada erguida, refulgente...

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