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Noticias que no consuelan...

Autor:

Juventud Rebelde

Vamos tras las noticias como sedientos en busca del agua. El mundo cobra forma todos los días a partir de lo que leemos, escuchamos, descubrimos en el aluvión de sucesos que se nos vuelve un tormentoso pajar del cual estamos obligados a extraer, con fina y profunda habilidad, la agujita de la verdad.

Aunque casi siempre lo verdadero suele llegar sesgado, trocado, y hasta puesto de revés, hay hechos inobjetables que nos hacen pensar en serio sobre el destino de nuestra especie. A nadie se le ocurriría negar, por ejemplo, que se ha desprendido un enorme pedazo de hielo de uno de los polos terrestres, o que una parte del océano Pacífico se ha convertido en una sopa de desechos plásticos cada vez más diminutos por los rayos del sol. Basura que el Hombre no alcanza a procesar en tierra firme, imposible de ser eliminada mientras la civilización siga fabricando objetos plásticos. Porquería que los peces devoran para desgracia de la vida en el mar y de nosotros mismos.

Hay otro hechos con los que una se da de bruces, cuyas consecuencias para la especie no serán tan obvias como los desastres ecológicos pero igualmente entrañan amenazas severas. Todavía es fresca, por ejemplo, esa noticia según la cual un estudiante del Instituto de Arte de San Francisco, Jonathan Yegge, de 24 años, cometió «actos indecibles» —según lo calificó un semanario de ese estado— contra otro estudiante, y con ello se ha hecho famoso, al menos por 15 minutos.

Uno de los profesores del Instituto había pedido al aula de Jonathan la preparación de una «obra» que «empujara los límites del arte». Antes de acometer su propuesta creativa el joven alumno se agenció un voluntario al cual le hizo firmar un documento en el cual aceptaba participar en actos que podían incluir manifestaciones sexuales o de violencia. El resultado, con título «Art Piece No.1», fue descrito por su «creador» Yegge:

El muchacho que había firmado el papel estaba atado, con una mordaza y una venda en los ojos. Podía ver y hablar a través de ellas; y podía mover su pelvis. Yegge le practicó sexo oral y el voluntario a él. Después ambos hicieron cosas, si no torturantes para ellos, sí torturantes a la vista ajena... Ante la inusitada escena estaba presente un vigilante de seguridad, y un instructor de la escuela. Todo se grabó en video. Y la pieza de «arte» se dio por terminada.

El «artista» declaró después haber tenido la aprobación de su profesor. La respuesta de la institución, que atrajo a una parte de la prensa norteamericana, fue emitir un comunicado prohibiendo que se usen «fluidos corporales» en los performances. El alumno se mantiene inscrito y no le ha sido retirada la beca con la cual costea sus estudios. Su lema, según él mismo confiesa, es: «Quedar bien haciendo muy poco».

Otra historia procede de la Universidad de Yale, donde la estudiante de Artes Aliza Schvarts retó al consejo directivo con una instalación que presentaría a finales de este mes. El contenido: «resultados documentados» de nueve meses durante los cuales utilizó esperma de varios donantes para quedar embarazada y seguidamente utilizar fármacos abortivos. Una portavoz de la institución universitaria declaró que la joven estaba enfrascada en una «ficción creativa diseñada para llamar la atención sobre las ambigüedades del cuerpo femenino», y que lo de los abortos era incierto. La vocera también afirmó que la alumna era una artista con derecho a expresarse a través del performance.

Los medios de comunicación también se han hecho eco de un presunto artista que en otro punto del planeta dejó morir de inanición a un perro callejero. El animalito era parte de su «instalación».

La opinión pública ha desatado protestas ante estas manifestaciones aberrantes que son defendidas como arte y libertad de expresión en algunas universidades, galerías y museos. Algunos teóricos han expresado que en las universidades norteamericanas se ha instaurado un «relativismo moral» que ha permitido a los profesores asumir que nada es bueno ni malo dentro del campo del saber, lo cual extravía a los estudiantes en el instante de definir dónde terminan el arte y la curiosidad intelectual, para dejar espacio a lo pornográfico, lo escatológico y hasta lo delincuencial.

¿Qué hubieran dicho Leonardo da Vinci, o Miguel Ángel Buonarroti, o Van Gogh, o Miguel de Cervantes y Saavedra si hubieran conocido las propuestas «artísticas» aquí mencionadas? Ellos, que amaban las ecuaciones, las líneas bien trazadas, los colores, el modo preciso de la expresión... ¿Dónde habrían podido colocar sus conceptos de lo bello y lo noble? No estaremos hablando del desprendimiento de los hielos, pero sí de cómo se desgaja un promontorio espiritual en una nación que amamanta la psicopatía, y en la cual, para sobresalir, puede apelarse a la bestialidad, ya sea desafiando con la propuesta más descabellada, o vaciando un peine de balas contra los compañeros de aula.

¿Serán esos los futuros hombres inteligentes que le darán paz al planeta, que buscarán las soluciones para prolongar el milagro de que existamos, de que podamos seguir gravitando, aunque solitos, en esa masa oscura e indescifrable de la infinidad? Las noticias que uno encuentra raras veces consuelan...

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