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Después del NO irlandés, ¿qué?

Autor:

Luis Luque Álvarez
La pregunta del titular se la están haciendo ahora mismito los líderes de la Unión Europea. El Tratado de Reforma de ese bloque de 27 países, firmado en Lisboa en diciembre pasado por las autoridades nacionales de cada uno de ellos, vuelve a quedar colgado de la brocha por el NO que le estamparon los ciudadanos irlandeses (53,4 contra 46,6 por ciento de los votos) el pasado 12 de junio.

Uno de los titulares que leí aquel mismo día en un diario europeo, señalaba: «Los irlandeses dan la espalda a la UE». Suena a ingratitud y agravio, ¿no? A fin de cuentas, muy abundantes fueron los fondos aportados por Bruselas para hacer de Irlanda uno de los países con mejores índices de inversión, empleo y renta por habitante de toda la UE. «¿Y ahora nos pagan así?».

Creo más bien que el titular debió ser: «Los países de la UE dan la espalda a sus pueblos», pues de los 27, solo uno, Irlanda, permitió que sus ciudadanos se pronunciaran sobre el texto. Los demás gobiernos (18 ya lo ratificaron), se contentaron con presentarlo únicamente en el cómodo ambiente de sus Parlamentos.

Simpatizantes del No celebran en el Castillo de Dublín. Foto: Reuters «¡Pero es que para eso están los Parlamentos!». Claro. Solo que también existen las consultas públicas, y ya se ve cuán diferente pueden pensar los electores y los elegidos. Así, no hay por qué señalar con el índice a los tres millones de votantes irlandeses, cuando otras decenas de millones de europeos, de tener la oportunidad, harían lo mismo.

Y lo harían quizá por las mismas causas, por la percepción de que Bruselas le arrebatará al país poder de decisión en varias materias. El Tratado, por una parte, crea la figura de presidente del Consejo Europeo y refuerza la del Alto Representante de Política Exterior, otorga a los Parlamentos nacionales la posibilidad de recurrir disposiciones comunitarias, y a los ciudadanos la de presentar iniciativas, si lo hace un millón de personas.

Sin embargo, por otra, los irlandeses percibieron que pierden el derecho automático a un puesto en la Comisión Europea (el Tratado reduce el número de comisionados), y que aumenta el número de asuntos en que se decide no por unanimidad, sino por mayoría (algo que, con uno de los más pequeños índices poblacionales, les resta capacidad de influencia). Asimismo, la perspectiva de que haya que aumentar los impuestos a las empresas para llevarlos al promedio europeo, hizo creer que uno de los principales motores del despegue económico del país sería ahuyentado.

Desde la izquierda, el partido Sinn Fein también alertó sobre la erosión de los derechos laborales. Lo ilustró con el fallo del Tribunal de Justicia de la UE a favor de una empresa letona asentada en Suecia, que pagaba sueldos inferiores a los suecos a empleados traídos desde Letonia. Además de competencia desleal, se trataba de un caso de explotación sin disfraces nobles, que perjudicaba tanto a los obreros suecos como a los letones. ¡Y la UE lo santificó! Mal ejemplo para los irlandeses. «Si eso es Europa, paren la guagua, que me apeo...».

Ahora se baraja la opción de convocar una segunda consulta. Presentar la compota nuevamente, para ver si el niño se la traga, como en 2001, cuando los irlandeses rechazaron el Tratado de Niza, y un año después, en otro referéndum, lo aprobaron. Esta vez se podría repetir la fórmula. Pero hay quienes dicen que, si franceses y holandeses no fueron vueltos a consultar después de su NO al proyecto de Constitución Europea, en 2005, ¿por qué habrían de serlo los irlandeses? Y si repiten el mismo resultado, ¿cuánta mayor humillación no será para la UE?

Otros políticos, los más, hablan de seguir la ratificación (faltan Gran Bretaña, República Checa, Suecia, Chipre, Italia, España, Holanda y Bélgica), y de buscar exenciones para Irlanda respecto a los impuestos a las empresas y a la tradicional neutralidad militar del país. Bien, pero si cada uno va buscando salvedades, el Tratado de Lisboa parecerá un queso adornado de huecos. Ya para firmarlo, británicos y polacos pusieron como condición que no se les aplique la Carta de Derechos Fundamentales que tiene anexo el documento. Si ahora es Irlanda la que se para en sus trece, ¿de qué clase de Tratado hablamos, en el que unos lo cumplen todo y otros cumplen a medias? ¿Dónde quedaría la credibilidad política internacional de ese gigante económico de 27 brazos?

Creámoslo: en Bruselas, varios se están halando los pelos. Otros aparentan serenidad, como el Alto Representante de Política Exterior, Javier Solana: «Vamos a resolver este problema. No sé cómo desde el punto de vista práctico, pero lo vamos a resolver».

Si él lo dice...

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