Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ella y su «papi»

Autor:

Luis Luque Álvarez

«El papi que ella mantiene…»: curiosa frase que adorna como estrellita de lata centelleante una canción de esas que se pegan en la radio y en los «dividís», hasta que el tiempo les pasa feliz guadaña…

Ella «mantiene», o sea, le envía billetes verdes a su «papi». No al que la engendró, no. El papi es otro: el fogoso amante que dejó atrás; el «Latin lover», como diría Virulo; el «castigador» de un son de los años 30. Ella, la pobre, es incapaz de desatar ese lazo fatal que la encadena sentimentalmente a su tierra, pero no a la «tierra tierra», sino a una quimera de «fiesta y pachanga» eterna, sin responsabilidad para con nadie, como no sea —claro—  con su «tipo duro», que del lado de acá espera la mesada…

Este es el señor listo. Sinónimo de éxito, dos o tres querrían imitarlo…

Eso es lo que se oye hoy, lo que hace mover cinturas a pura convulsión. Y lo que escandaliza es, precisamente, ¡que no escandaliza! Al revés, es un  modelito atractivo: no hay que mover un dedo para transformar la propia vida y hacerse útil a sí mismo y a los demás, sino solo ser lo bastante astuto para lograr que alguna ingenua se largue bien lejos y nos haga llegar la plata. Mientras, el que aquí se queda, aguarda puro, casto y virgen el retorno de la amada, ¡snif! (risita maliciosa tras el telón).

¡Hombre!, pero qué poco divertido es este periodista; si es solo una canción para desconectar… Parece que se tragó una cebolla y la bajó con vinagre.

Pues es verdad. ¡No, no lo de la cebolla!, sino lo de que la frasecita desconecta: le quita el «pló» a la vergüenza y da por bueno medrar a costa del otro, aunque sea una mujer. Así, se cae en el otro extremo: del machista «las mujeres son para la casa y el que trabaja soy yo», descendemos al «que trabaje ella, mientras yo me quedo vacilando y con el pico abierto como el pichón».

Luego viene la repercusión social de aquello que creímos era únicamente una metáfora bailable. Sí, porque paradójicamente —¡oh, humana tendencia!— lo negativo tiene una increíble facilidad para pegar. Recuerdo un dibujo animado: dos ratas con facha de antisociales entran de noche a un huerto para dejarlo como Troya, y unos soldaditos de juguete tratan de impedirlo. Probablemente casi nadie recuerde qué rayos dicen los simpáticos muñequitos, ¡pero lo que dicen las ratas está anclado en la memoria!, con aquello de «bamo a estrozal er güelto», «yo vine embalcao, gualdia».

De igual modo pasa con ciertos mensajes decadentes. Mientras más provocadores y malsonantes, más calan, y entonces empujan a plagiar conductas que, por norma, pretenden saciar un apetito material desbocado. Las otras personas se convierten, de un pase de varita mágica, en peldaños para alcanzar ese propósito.

No importa nada más, como tampoco les importa a los elefantes cuando atraviesan un campo sembrado. Van a lo suyo. «Después de mí, el diluvio», dijo aquel Luis de Francia, o en clave de supermercado: «Lo mío primero».

Claro, que «lo mío» no es lo que me gano con trabajo e inteligencia, sino exclusivamente lo que me proporciona ella, la de la canción. Para eso soy su «papi», ¿no?

 

 

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