Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El viejo sismo de Haití

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Entre escombros, una niña remueve el cadáver de su madre e intenta despertarla con sollozos, en un Puerto Príncipe trucidado por las revanchas de la Madre Tierra. De aquí para allá, los sobrevivientes al sismo del pasado 12 de enero vagan sin sentido, y buscan esquirlas de vida como zombies. Rastrean a sus familiares desaparecidos bajo montañas de sufrimientos. La lista de los muertos aumenta por minutos: Ya son decenas de miles y quién sabe hasta dónde llegarán los despojos de quienes hoy son apenas guarismos de la mala suerte.

Haití se desplomó, condenado a su sempiterna calamidad una vez más. Y arranca lágrimas la cámara sensible de Antonio Gómez, «El Loquillo», enviado especial de la Televisión Cubana. En la butaca muelle frente al televisor, uno se avergüenza de tanto resguardo, y quisiera estar allí para compartir la tragedia de los desheredados de siempre, esos frágiles cometas de las asimetrías.

Hace cinco días que Haití hierve en mis arterias, que lo llevo clavado en el corazón, como si aquel esclavo insumiso llamado Mackandal ni con los sortilegios del vudú pudiera conjurar las fuerzas del mal que siempre acechan a ese pueblo, desde su nacimiento.

Las cámaras indiscretas de ciertos mercaderes de la noticia —que no «El Loquillo»— se solazan en las pústulas de la tragedia, y hacen mórbidos zoom para venderla a acomodados telespectadores del domingo somnoliento y abrigado. Los solemnes poderosos y ejecutivos —que no los leales médicos cubanos de siempre—, con un tic de conmiseración envían ayudas y fuerzas especializadas, como si quisieran lavar las culpas de siglos sobre un Haití desangrado.

La nación de Toussaint Louverture, la primera en independizarse en el continente, y paradójicamente la más dependiente y mísera hoy, es blanco de la atención mundial, después de tantos siglos de olvidos. Ahora resulta que muchos se conmueven con la sangre y los amasijos. Rezan y ruegan por esos niños sin rumbo ni hogar definitivo.

Quizá vengándose de tantas crueldades y agresiones de los mortales, la Madre Tierra estalló en el sitio más vulnerable del reino de este mundo. Sí, Mackandal, algunos se preguntan qué determinismo geográfico o histórico habrá para el sufrimiento en aquello que los teóricos llaman el eslabón más débil. Como si fuera poco…

Pero lo que esconden los sorprendidos poderosos, lo que no quieren ver, es el silencioso sismo, a cuentagotas de días, años y siglos, que disloca a Haití y la mantiene atenazada en la soledad y en el límite de la sobrevida. Apenas un paso tormentoso y volátil por este mundo de seres que no llegan a ser ni a dejar nada entre los vivos. Gente que se desdibuja a diario, sin que nadie se asombre y llegue hasta allí, con las indiscretas cámaras que violan la sagrada miseria.

Haití llora por sus venas abiertas. Quién sabe si este latigazo de las entrañas de la Tierra obre para acercar el corazón de la Humanidad y abrir sus ojos, más allá del encandilamiento ganancioso que genera la tragedia. Quizá, algún día, esa niña que solloza sobre el cadáver de su madre pueda explicarse la génesis de tanto dolor. Sí, Mackandal… No desesperes.

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