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Dormir tranquilos en la Edad de Piedra

Autor:

Nyliam Vázquez García

Las prisas de la vida moderna, la lucha por la supervivencia, la contaminación del planeta, las guerras, la crisis, son preocupaciones de nuestra raza, o de una parte de ella, en este siglo XXI. Claro, también es cierto que un reducido grupo solo se desvela por no poder cambiar el automóvil cinco veces al año, el celular dos veces al mes, o por los millones perdidos en la Bolsa gracias a la crisis (aunque no mucho, porque luego vino el gobierno y tiró un «salve»).

Pero en este tiempo, aunque viven como nuestros antepasados, a los miembros de la tribu de los jarawas en la isla india de Andaman (en el golfo de Bengala), les urge conservar su espacio, lejos del desarrollo y la modernidad. Mantienen sus costumbres inamovibles desde la Edad de Piedra, y podrían extinguirse.

Los jarawas, con sus escasos 300 miembros, viven de la recolección, la caza y la pesca, y solo en 1998 tuvieron el primer contacto con nuestro mundo, que también es el suyo. Desde entonces han vivido una década intensa, especialmente porque los inescrupulosos, que por desgracia abundan, intentan aprovechar el filón turístico para inflar vanidades. Hasta 500 turistas diarios son trasladados a la zona con el único interés de llevarse un recuerdo a casa, y luego presumir en su docto y moderno círculo social.

Primero fue una carretera que atraviesa el territorio de los indígenas. Y aunque la Corte Suprema india mandó retirarla, quienes tenían que hacerlo no se dieron por enterados. Contrario a lo que debía suceder, lo que ha ocurrido es un aumento del tráfico en la zona. Luego fueron los hoteles, las empresas madereras que exterminan los bosques y, paralelamente, la posibilidad de contagio de muchas enfermedades para las que este grupo humano no está preparado, la reducción de sus espacios vitales, e incluso algunas organizaciones han denunciado violaciones a sus mujeres.

Sin embargo, esta semana el gobierno indio anunció la prohibición de todo intento de interacción turística a menos de cinco kilómetros de las áreas habitadas por los jarawas. Según reportó el diario The Times of India, citado por PL, el Fiscal General, G. E. Vahanvati, se encargó de informar a la Corte Suprema del país sudasiático de la decisión del ejecutivo. Aunque no queda claro cuán efectiva será la medida. A fin de cuentas, cinco kilómetros no es mucho y una de las mayores amenazas para la tribu son los cazadores furtivos —quienes aniquilan a los animales con los que sobreviven en el bosque— además de su misma cercanía, entendida como peligrosa por la falta de preparación inmunológica de los aborígenes.

Aun así, si los jarawas supieran que son noticia, tal vez se sentirían aliviados. Ellos, que basan su subsistencia en alimentos como el cerdo salvaje, las tortugas, la miel y los peces, deberán ver un aumento de la zona boscosa y marina para que no les falten estos manjares, según el nuevo dictamen protector. Con esto deberán sobrevivir, pero no es suficiente.

Por lo menos la buena nueva es combate ganado en medio de una lucha que dura más de una década. Sin embargo, quienes vieron con entusiasmo la primera medida de las autoridades, y luego vivieron el modo en que se incumplió, esta vez no lanzan voladores. Demasiados intereses en juego. Bolsillos llenos, gracias a que no pocos pagan solo por llegar hasta lo «desconocido» y fotografiar a algún «espécimen» de estos a los que tal vez consideren locos, porque se niegan al desarrollo.

Un ser humano distinto se vuelve atracción, sin importar el modo en que la curiosidad o sentimientos menos sanos dañen su existencia. Allí están, no sufren por las exigencias de la moda, les basta su arco y sus flechas, que de paso les evitan el mercado y sus congelados; no necesitan un auto, y mucho menos hacer turismo.

¡Miren qué atraso!, exclamarán los visitantes. Pero de seguro, esa gente que vive en grupos de 40 a 50 personas es mucho más feliz que cada uno de los héroes de ocasión. Duermen en paz todo lo que los dejan; son capaces de subsistir a catástrofes como el gran tsunami de 2004, gracias a conocimientos ancestrales de la naturaleza, y además no sufren las prisas de la modernidad. Son vulnerables, pero por lo menos no pesa sobre sus conciencias la responsabilidad de la extinción de otro grupo humano. Es bastante, ¿no?

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