Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Silvio se atreve

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Si fuera diez años más viejo, aún qué descamisado sería el tono de decir de Silvio Rodríguez, a despecho de sus nostalgias de irreverencias tempranas; y de quienes, desde un extremo y el otro de la intolerancia, nunca lo han comprendido.

Con Segunda Cita, su reciente disco, ese inagotable surtidor que es Silvio desafía el esmeril del tiempo y el acomodamiento, la venia que disfruta el consagrado, para mostrarnos que en este ya «antiguo trovador» pervive aquel irreverente muchacho: ese duende de la amorosa inconformidad que debería acompañar siempre a la Revolución, para alumbrarla y fecundarla una y otra vez.

Hacia lo íntimo del alma cubana y sus enigmas, es muy fuerte esta cita del poeta; quien nos guiña con añejados, cuasi sánscritos versos, la verdad que ha sostenido su larga creación como un ancla: la lealtad y el compromiso revolucionarios, asumidos como un arrobamiento hasta la «necedad», no comulgan con la holgada complacencia del sumiso amanuense, sino con el explorador de ese pelotón de vanguardia que detecta las minas en el camino. Dicho más directo, el amor piensa y no baja la cerviz.

Puede parecer un contrasentido para algún dogmático el hecho de que, en medio de una campaña mediática internacional contra Cuba, de quienes nunca han arrostrado la suerte de sobrevivir acosados y dar traspiés apenas repartiendo lo poco, Silvio nos cite con estas canciones que nos defienden, y a la vez tejen juicios sinceros sobre atavismos de la sociedad cubana, desde Martí y Che Guevara.

En las tonadas, un sexagenario Silvio sigue inmune al planfeto, por poeta. Y permanece preguntándose cosas como un niño. El trovador clama por «restaurar lo decrépito que veo», por hacer libre lo que fue deber, por los albedríos y amplitudes. «Cuando las alas se vuelven herrajes, es hora de volver a hacer el viaje a la semilla de José Martí». Y llama a superar la erre de la Revolución, a transformarla para que siga siendo eso: Revolución.

Hacia afuera del país, en los emporios de la información veleidosamente hegemónica, las insurgentes canciones de Silvio desde la incondicionalidad, y sus palabras en la presentación del disco, generaron no pocas conjeturas y manipulaciones, al punto de que ya suponían su abandono del compromiso. Cuánta simpleza…

Pero Silvio se manda. Y con la misma agudeza que desata canciones cual cometas eternos surcando nuestras certezas y sueños, le respondió a los mercaderes del ostracismo, a quienes hacen causa contra una sociedad urgida de cambios e imperfecta, pero esencialmente humana, digna y no aparencial. Con coraje de gladiador, le dijo: «atrévete» a cierto agorero del desplome. Y antes había proclamado que «sigo teniendo muchas más razones para creer en la Revolución que para creer en sus detractores».

Es curioso, Silvio: Quienes conciben una dicotomía insalvable entre el compromiso revolucionario y la visión crítica de nuestros defectos: ya adentro, o parapetados desde el cómodo afuera, en las atalayas contra Cuba, al final convergen en la peligrosa inmovilidad. Y eso, de no atajarse, puede concluir en «un testaferro del traidor de los aplausos», en «un servidor de pasado en copa nueva», como bien tú alertaste hace tiempo.

Pero, aún con las miopías que puedan aparecer por nuestros caminos, y demasiadas confabulaciones desde los perennes objetores de la Revolución Cubana, Silvio nos vindica cuando defiende una pequeña luz para soñar y «la vida como único extremismo».

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