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Era de esperarse

Autor:

Brenda Loyola Peña

El periplo multilateral del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que abarcó países de Europa, Asia y África, ya fue analizado y calificado por la Casa Blanca.

Durante la gira, iniciada el 14 de octubre, el líder bolivariano dialogó con sus homólogos sobre diversos temas de interés geopolítico y firmó 69 convenios de índole energética, industrial, constructiva, agrícola y comercial.

Pero fue el acuerdo rubricado entre Venezuela y Rusia para la construcción de una termonuclear en la nación sudamericana con fines pacíficos, el que llamó la atención de los grandes medios de comunicación y produjo escozor sobre todo en Washington.

En rueda de prensa realizada el pasado jueves, el portavoz del Departamento de Estado, Philip Crowley, expresó que «no está claro que Venezuela esté jugando un papel constructivo en asuntos globales» y agregó que el mandatario de la nación sudamericana tiene «responsabilidades que cumplir».

Incluso, el presidente estadounidense, Barack Obama, reconoció el derecho de erigir la instalación, pero no dejó de aludir a «las obligaciones adquiridas al hacerlo», lo que suena a una advertencia que raya en la amenaza.

Fue nuevamente puesta en evidencia la vieja costumbre de la Casa Blanca de querer imponer sus reglas —a otros— en lo que a estrategias y políticas nucleares se refiere.

La respuesta de Caracas a la habitual postura injerencista de Washington quedó clara: «Venezuela no obedece a imperio alguno, obedece los mandatos de su propio pueblo», señaló enfáticamente Chávez, quien ratificó que su país edificará su primer reactor de energía nuclear.

«La estructura internacional hegemónica, impuesta por los países capitalistas, debe desaparecer y dar paso a la construcción de un mundo multipolar, donde todas las  naciones puedan desarrollarse libremente, sin imposiciones de los más dominantes», enfatizó.

Otro motivo de «preocupación» para la Casa Blanca es la creciente relación bilateral entre Venezuela e Irán, nación sujeta a constantes amenazas de invasión militar por parte del Gobierno estadounidense, y sometida ya a sanciones económicas e industriales.

Jugando su atribuido papel de gendarme, el Departamento de Estado, apresuró: «Miraremos primero si alguno de estos acuerdos resulta en algo y, si prosperan, si constituyen una violación de resoluciones del Consejo de Seguridad y de las sanciones contra Irán».

El canciller venezolano, Nicolás Maduro, quien acompañó a Chávez en su recorrido, inmediatamente calificó de insolentes los comentarios de la administración norteña y recordó oportunamente que Estados Unidos es la única nación del mundo que ha utilizado la energía nuclear como arma de guerra, cuando lanzó las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. «Ellos son los que poseen miles de ojivas nucleares» remarcó Maduro.

Lo cierto es que Chávez había explicado antes de partir a Rusia los objetivos que perseguía con el recorrido internacional y entre ellos despuntaba la necesidad de desarrollar nuevas esferas económicas para salir de la dependencia petrolera.

El mandatario venezolano también había advertido de la previsible reacción de sectores opositores dentro de su país, en su permanente intento de socavar los esfuerzos que realiza el gobierno para buscar otras fuentes de energía e impulsar las nuevas tecnologías.

Pero esta vez, además de la obstinación de la ultraderecha doméstica de Venezuela, los círculos de poder en Estados Unidos también se han quitado la máscara para declarar sin tapujos, que solo ellos tienen «el derecho» de emplear la energía nuclear o determinar quiénes pueden utilizarla.

Una posición que era de esperarse.

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