Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La filosofía del hueco

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Desde un simple hueco pueden observarse lamentables profundidades. Sobre todo, cuando el orificio revela más por su contorno moral que por su deformación física.

A alguien pudiera parecerle exagerado sacar tantas derivaciones filosóficas de un hoyo en el medio de la calle, pero resulta que a veces el camino sobre el que surgen está asfaltado sobre las peores inconsecuencias. El orificio real no está sobre el pavimento.

En ello meditaba mientras veía aparecer alguno de estos, precisamente sobre una de las calles recién asfaltadas de la capital. En alguna de esas arterias que debieron esperar tiempos galácticos para ver desaparecer los cráteres provocados por los años de constricciones económicas que aún intentamos sobrepasar.

Casi semeja una profanación ver aparecer este ejemplar —que según un amigo parece tener personalidad— tan solo unos 15 días después de que la arteria alcanzara la ansiada imagen de lozanía.

Es triste que hechos en apariencia aislados e insignificantes, dibujen extraños abismos, esquirlas de fragmentación institucional que brotan en una sociedad como esta, contrariamente soñada y concebida para la comunión y la convergencia en el superior propósito colectivo de mejorar.

No son escasas las oportunidades en Cuba en que aquello que algunos restablecen, rescatan o embellecen, es mancillado en muy corto tiempo por otros; lo mismo por ciudadanos indolentes, en algunos de los cuales nuestras deformaciones impidieron cimentar un sentido recto de la propiedad o el respeto al bien común, o por instituciones desconectadas las unas de las otras, o hacia dentro de sí mismas.

En algunos casos, es como si queriendo cumplir cada uno por su lado las funciones o el propósito social de su incumbencia, crearan una triste cadena de «arregla tú que después “acabo” yo»; y no precisamente el acabado que completa las finuras, delicadeza o exquisitez de cualquier buena obra.

Semejantes desaguisados pueden observarse incluso en una misma faena donde —por mencionar casos— se pintan primero hermosamente las paredes sin terminar los detalles del techo o las ventanas, o se ponen las losas del piso antes de concluir el repello, acabando todo en un desagradable y sucio diluvio de salpicaduras, en mundanos vendavales de chapucería.

No siempre hemos asimilado que parte esencial de la suerte del socialismo como ideal de justicia, bienestar y libertad, que algunos ubican a veces —no sin razón— en volcánicas transformaciones estructurales, se pudiera estar decidiendo en los detalles, en los simples, comunes y sensibles detalles; en esos montículos minúsculos aunque inmensos de sensibilidad, sin los cuales ninguna meta mayúscula alcanza sus verdaderas dimensiones sociales y humanas.

El socialismo tiene que ser ante todo un camino hacia la belleza moral, pero sin descuidar la plenitud, la galanura y la elegancia física y sentimental.

Cuando se revisan las causas de la decadencia de los modelos esteuropeo y soviético, no pueden olvidarse los deslumbramientos hacia las vidrieras y otros espacios vecinos. Sectores de aquellas sociedades terminaron por sentir vergüenza de sí mismas, por considerarse miembros de una constelación de lo opaco, lo rudimentario, lo feo.

La colega Alina Perera, en su libro Buscándote, Julio,  nos revela, seducida, la preciosa sintonía entre la suavidad y delicadeza de las formas morales, y el primor de los gustos comunes de ese joven patriota y comunista que fue Mella, paradigma de una hombría y arresto temerarios. No había dicotomía alguna entre la prestancia del traje y la pasión por la justicia.

Ella, especialmente sensitiva, aprecia una lección simbólica para todos los soñadores del socialismo en esa combinación fascinante ocurrida en el fundador de la FEU y del Primer Partido Comunista en nuestro país. Una lección con la que está todavía en deuda el que levantamos en Cuba.

Lo alertan esos agujeros que ya hemos denunciado y que, como puede verse, pueden alcanzar más de una cuarta dimensión.

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