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Racismo, xenofobia y «cero Waka-waka»

Autor:

José Luis López

En ámbitos meramente futbolísticos, no albergo duda alguna de que la más precisa conjugación del verbo «padecer» puede aplicarse a los talentosos jugadores latinoamericanos que recalan en clubes de Europa.

Las vicisitudes y tropiezos que sufren los futbolistas de nuestro continente como objeto de racismo y xenofobia, lejos de reducirse, empeoran cada día en las diversas ligas del Viejo Continente. E incluso, hasta un sentimiento tan bello y noble como el amor, también ha tomado «velas en este entierro».

Hace muy poco tiempo, el habilidoso lateral izquierdo brasileño Roberto Carlos ingresó en la nómina del equipo ruso Anzhi Makhachkala. Entrenó fuerte y comenzó a adaptarse a las gélidas temperaturas de la localidad. Pero sus primeros toques a la esférica no pudieron ser más lúgubres. Antes de que el árbitro pitara el inicio del partido contra el local Zenit, los hinchas de este último, dando rienda suelta a sus tradicionales impulsos racistas, le mostraron un plátano —vaya feo uso para tan sabrosa fruta—, en clara alusión a un primate.

El destacado zaguero ya había sufrido insultos similares en 2005, cuando defendía la camiseta del Real Madrid español y fue hostigado por fanáticos del Deportivo la Coruña.

Aún más grotescos son los hechos acaecidos el 16 de abril en el estadio Santiago Bernabéu, de la capital española. Allí, el club local Real Madrid movía el balón contra el Barcelona, su eterno antagonista, en un partido de Liga, cuyo resultado final fue empate 1-1.

Que en la cancha exista rivalidad sin límites entre dos equipos, es un aderezo para los 90 minutos de juego. Pero esa pugna no tiene por qué tener eco en el graderío. Por eso, son inadmisibles los insultos de «p... enano hormonado» dirigidos al delantero argentino Lionel Messi, mejor jugador del mundo y bujía impulsora del Barcelona. Esta fue una brutal burla hacia el pequeño ariete, quien de joven recibió un tratamiento hormonal para mitigar su déficit de crecimiento.

Haciendo caso omiso a los injuriosos cánticos, «La Pulga» se dirigió inmutable hacia el manchón de penal para marcar el gol de su equipo ante el cuadro merengue. Además, a la hora de patear el balón, el argentino recibió punteros láser que le dieron a su rostro un tono verdoso (también los sufrió, unos días después, en la final de la Copa del Rey). Pero no falló en su intento y burló al arquero mundialista Iker Casillas. Además, Messi consiguió así su primer gol ante un equipo dirigido por el portugués José Mourinho.

No obstante, que todas estas querellas sucedan en una cancha o tribuna, son casi propias de este deporte. Y las hinchadas siempre se rendirán a los pies de jugadores como Messi y el madridista Cristiano Ronaldo.

Lo inconcebible es que esas discordias apunten también contra una relación amorosa, como la que por estos días defienden la cantante colombiana Shakira y el jugador español Gerard Piqué, defensa central del Barcelona.

Sucede que el insolente «fanatismo competitivo» ha conducido a los dirigentes del Real Madrid a tomar una descabellada actitud: eliminar las canciones de la bella joven de la lista de temas musicales con la que ameniza los partidos en su feudo del Santiago Bernabéu. Ella y su afamado Waka-waka (tema musical de la Copa del Mundo Sudáfrica 2010), ya no se podrán escuchar más en el preámbulo, descanso y final de los partidos.

Igualmente, la federación española de fútbol decidió que en el juego entre ambos equipos por la gran final de la Copa del Rey (con sede en el estadio Mestalla, de Valencia, donde se impuso el Real Madrid por 1-0), solo se escuchara música de Huecco, Seguridad Social, Celtas Cortos y Dover… pero no de Shakira. ¿Será que ni el amor puede triunfar sobre los insultos y la sinrazón?

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