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El último tijeretazo

Autor:

Juventud Rebelde

No más hay que mirar en plena rampa habanera las sayitas de las jovencitas (y otras que no lo son tanto) para percatarnos de que este verano se anuncia un poquito más caliente que el pasado. Algunos centímetros de menos, y el sol les colorea parejito el cuerpo sin tener que ir a la playa.

Otra vez las calles se abarrotan. La gente sale a refrescar la rutina, a chocar con algo que le mueva el piso —y si le mueve poco el bolsillo, mejor—, porque seis meses de trabajo o de estudio merecen un premio. Y todavía le queda media cuesta a este 2013.

Aún faltan unos días para que «rompa» julio y ya hay quien le ha dado una vueltecita al control de volumen del equipo de música. Para que se sepa que estamos en verano, supongo. Si por eso fuera, Cuba podría arrancarle los demás meses al calendario, porque los decibeles andan todo el tiempo como si la fiesta fuera en las nubes.

En las guaguas, los fines de semana, sobre todo, comparten espacio los que vienen de las playas y los que van a los teatros, los cines, los conciertos… El vestuario los distingue, y en no pocas ocasiones el aliento etílico, causante de «roces» desagradables.

Algunos jugadores de dominó, casi siempre con una botellita al lado, instalan las mesas en las aceras o calles, sin que se inmuten por entorpecer el paso de los peatones y vehículos.

Las mismas calles que se convierten en estadios de fútbol, baloncesto, pelota… y los choferes han de andar a media marcha, pues de cualquier esquina le sale un gol de Messi o CR7, y se incrusta en el parabrisas como si esta fuera la portería. ¡Y qué decir de un batazo a lo Pito Abreu, a lo Yasmani Tomás o a lo Alfredo Despaigne! ¡Ahí no queda cristal sano!

Los períodos estivales se parecen. Cuando los estudiantes regresan en septiembre a las aulas, suelen contar lo mismo. Basta con leer las narraciones que les orientan los maestros para aburrirnos con historias que parecen original y mil copias.

Las historias buenas, y las malas. Porque desgraciadamente hay muchos (y muchas) que se ponchan con «eso a mí no me sucede». Y el destino, que a veces es irónico, les cobra el doble por las imprudencias, los excesos, los amores sin apellidos.

Después, cuando abren el librito en la página «aquella», leerla al revés —o al derecho, para ser justos— solo sirve para cerrar los ojos, apretar las mandíbulas y querer que otro aprenda la lección por cabeza ajena. Y ya lo dice el refrán: nadie escarmienta…

Parece el cuento de la buena pipa. Una y otra vez. Pero, una y otra vez, se suceden errores, ingenuidades, indisciplinas sociales, excesos que no son de precaución ni de alegrías.

El tijeretazo a las sayitas de las jovencitas (y las que las imitan) para que el dobladillo les haga cosquillas en los glúteos y los rayos del sol se den el mismo banquete de muchos ojos, anuncia otro verano. Otro montón de historias, que ojalá sean buenas. Felices y originales. Pero eso depende de ti, de todos.

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