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¡Bendita la cadera de mi abuela!

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Mi abuela se fracturó la cadera hace poco, y aunque no he comprendido muy bien si fue consecuencia de la caída o si, como explican algunos médicos, se cayó porque ya la fractura había ocurrido —debido a la osteoporosis propia de la edad y otras razones—, lo cierto es que toda la familia a estas alturas respira con alivio.

Mi amigo Jabier, intensivista ya graduado, dio en el clavo, y llegamos entonces al Hospital Ortopédico Fructuoso Rodríguez, en la mañana de un día que comenzaba «bien cargadito». En el Cuerpo de Guardia no había asientos vacíos, pero mi abuela estaba acostada en una camilla, recién llegada, y no tuvo que esperar. La placa de Rayos X estuvo al instante, aun cuando el técnico nos explicó que para él todos los pacientes eran de urgencia, que no se desesperara. Ante el diagnóstico seguro de un joven doctor egresado de la ELAM, los exámenes y complementarios se le hicieron poco antes del mediodía, y mi abuela ocupó la cama de su ingreso en la sala D de Geriatría.

Fue entonces cuando bendije la cadera de mi abuela, porque gracias a ella pudimos constatar la profesionalidad y excelencia del trato del personal de salud que trabaja allí. No es que me alegre del trágico acontecimiento que protagonizó Mima, pero ahora que ya está operada y todo marcha bien, puedo agradecer en voz alta a todo el que contribuyó a ello.

¿Que no debemos elogiar aquello que es un deber? Algunos pueden pensarlo, pero aunque los médicos, enfermeros, camilleros y técnicos tengan el deber para con su profesión y con las personas, insisto en que lo bien hecho debe loarse en todo momento.

No son pocas las personas que conozco que no siempre han tenido experiencias positivas en una institución hospitalaria. No se quejan de la competencia del médico, pero tal vez sí de la forma en la que se expresa, o de algún miembro del personal de enfermería que se alejó de su puesto, o al que hubo que recordarle los horarios de la medicación del paciente. En ocasiones, alaban el buen trato, pero lamentan que se les nuble ante un pasillo o un baño sucio, una comida mal elaborada o unas sábanas ausentes.

Por fortuna, en este hospital que recibió a Mima y a toda la familia no hay un asterisco que deba utilizarse para señalar algo negativo. Es digna de destacar la paciencia con la que los enfermeros Mileydis, Yamila, Marvelis, Anabel, Yadira, Yasmany, Yenia, Jesús y Elier atienden a los pacientes y acuden ante el llamado de cada acompañante. No solo revisan el suero, inyectan el anticoagulante y entregan las pastillas, sino que además explican y responden cualquier pregunta que se justifica por el desconocimiento.

La destreza de Gilberto Jarrín, «Chiquitico», —cuyo apodo es una ironía ante su estatura y corpulencia—, se ha puesto a prueba en más de una ocasión. Él está ahí, dispuesto a cualquier hora, con buen carácter y ánimo, para sentar y acostar «a todas las abuelas y abuelos de mi sala», y ayudar en lo que haga falta. Otros camilleros como él se muestran atentos y serviciales.

Agradecemos las atenciones de la geriatra María Antonia Martínez, quien sigue a diario la evolución de sus pacientes; las explicaciones en detalle del doctor Ignacio Frade y, por supuesto, la excelencia del doctor Arturo Vega, en cuyas manos estuvo la vida de Mima en el salón de operaciones.

El ingreso de mi abuela en esta sala nos permitió ver la dedicación del personal de limpieza, a quienes les place tener los pisos cual espejos y los baños pulcros. Comprobamos además, y sobre todo yo, que la comida es variada y muy bien elaborada, que las bandejas brillan, que no falta la leche, calientica y dulce, en los horarios establecidos.

Sabemos que el sistema de salud cubano padece numerosas limitaciones por el bloqueo de Estados Unidos y que garantizar todas las atenciones no es cosa de coser y cantar —y no es discurso barato—, pero aunque contáramos con las condiciones materiales necesarias, lo espiritual, el buen hacer, no debería perderse.

¡Bendita entonces la cadera de mi abuela! Por ella mi familia conoció a Juanita, su compañera de cuarto de casi 95 años, a quien pronto le corregirán su fractura de fémur. Supimos incluso que solo media cuadra separa nuestras casas y, sin embargo, nunca antes nos habíamos visto. Pero no solo ganamos la amistad con su familia… La recuperación será muy lenta porque la hemiplejia de mi abuela así lo condicionará, sin embargo, gracias a la fractura de su cadera pusimos a prueba la bondad que debe primar en el ámbito asistencial y de salud. Ella lo agradece mucho, y nosotros también.

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