Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pensar para hacer

Autor:

Graziella Pogolotti

A veces, el pensamiento se lanza por la pradera fértil como caballo desbocado. La casualidad propone encuentros inesperados y favorece la lectura, coincidente en el tiempo, de distintas fuentes de conocimiento.

Entonces, del fondo de la memoria emergen recuerdos y se establecen asociaciones libres entre las vivencias personales y las lecturas recientes.

Acaba de llegar a mis manos, motivado por una reseña publicada en Juventud Rebelde, un libro póstumo de Juan Nuiry, Tradición y combate, una década en la memoria, recopilación de textos que, a pesar de su carácter heterogéneo, asegura coherencia a través de hilos conductores fundamentales.

Hay un muchachón, nacido en Santiago de Cuba, que cuenta en primera persona su iniciación en la vida. Es el principio de una historia que hubiera podido coincidir con la de tantos otros: el juego de pelota, la adaptación a la ciudad capital, el tránsito escolar, hasta el ingreso en la Universidad. El madrugonazo de Batista le cambiará la vida. Una llamada telefónica lo conduce a la Colina, desde ese momento se sumerge en la lucha mayor por la patria. Dirigente de la FEU, estará junto a José Antonio Echeverría. Protagonizará la audaz acción de quienes se lanzaron en pleno juego de pelota al terreno para desafiar ante las cámaras al tirano. Estará luego entre los conjurados de Radio Reloj un 13 de marzo de 1957. Obligado a exiliarse, regresa en una avioneta cargada de armas para incorporarse al Ejército Rebelde. Integra la Caravana de la Victoria y, en el histórico acto de Columbia, toma la palabra para ratificar, en nombre de la FEU, la indestructible unidad de la Revolución.

Esta apasionante narración se complementa con un pensamiento que reivindica el papel de la Universidad en el proceso formador de la nación. Al referirse a José Antonio, subraya lo muchas veces olvidado: el papel que el dirigente estudiantil concedió a la cultura. Se ha evocado el respaldo al Ballet Alicia Alonso en el estadio universitario. No fue un hecho aislado. Atendió los programas de cine de J.M. Valdés Rodríguez, impulsó la música sinfónica y el canto coral. El brillante estudiante de arquitectura no descuidaba las artes visuales.

Abrió el espacio de la Colina a los artistas que se opusieron a la Bienal convocada por las dictaduras de Batista y Franco, experiencia que, como la de otras exposiciones, me tocó compartir.

En la práctica, durante muchos años, el ámbito de la entonces Plaza Cadena (hoy Agramonte) se constituyó en área de intenso aprendizaje extracurricular. Era la continuidad del mítico Patio de los Laureles de tiempos de Mella. El intercambio informal con profesores como Raúl Roa y entre alumnos de todas las facultades era fragua y hervidero de ideas. En ese amplio foro se debatía política, se salvaba  la memoria histórica y se abordaban temas de actualidad de diversas índoles. Se reafirmaba de ese modo la vocación de nuestra cultura nacional, asentada en la indestructible articulación de ciencia y conciencia. Nuiry reconoce la validez de la fórmula de Varona y de Fernando Ortiz. Responde a una corriente esencial del pensar en cubano.

Por afortunada intervención del azar concurrente, el Instituto Juan Marinello acaba de presentar Cuba, iniciativas, proyectos y políticas de cultura, una recopilación de ponencias sobre la República Neocolonial. Sin haber tenido tiempo para leer el conjunto de los trabajos, una primera mirada me sugiere posibles discrepancias, lo que resulta estimulante. No estamos en una labor de catequesis doctrinaria, sino ante el reto de edificar un cuerpo de ideas ajustado a una realidad cambiante. Para lograrlo, la visión retrospectiva actúa en función del presente. En esa circunstancia, requerimos un obrar entre todos, nutrido del diálogo afirmativo y profundo, entreverado de los peros y sin embargo, con añadidura del quizá. Así se comporta una auténtica dialéctica del pensar. Con las reservas antes dichas, recomiendo con entusiasmo la lectura analítica del prólogo del historiador Eduardo Torres Cuevas. Es el resultado del acarreo y decantación de años de estudio, de docencia y de investigación.

Ajeno a tentaciones descriptivistas y a la acostumbrada secuencia cronológica de nuestros maestros en el ejercicio práctico del pensar, el conocido investigador cubano subraya la necesidad de estudios trans e interdisciplinarios y de un recuento del pasado volcado hacia el presente. Su lectura de la secuencia Caballero-Varela-Luz es aleccionador. Desde una perspectiva de filosofía electiva equivalente a la libre selección no mimética, fundada en una realidad concreta, proyectaron sus ideas hacia la acción por venir. Así llegaron a la manigua  los discípulos de Luz y Caballero. Así mismo, Torres Cuevas reivindica el concepto de transculturación según Fernando Ortiz. Pero insiste con tino en que el autor de El engaño de las razas llegó a esa definición imprescindible al cabo de un intenso proceso de estudio y de revisión crítica de sus propias ideas. Para Ortiz, la transculturación era un fenómeno viviente, complementado por la necesidad de culturar. Para ello, la contribución del pensar debe convertirse en una apropiación creativa y socializada en el cuerpo palpitante de la nación. En síntesis, desde los maestros fundadores, hemos pensado para hacer. Entonces, ciencia y conciencia van de la mano.

En el fragor del combate, José Antonio hizo converger en la Universidad el enfrentamiento frontal a la tiranía y al imperio. Para construir un país, concedió igual importancia al estudio del arte y la cultura. En un ámbito académico, inscrito inevitablemente en el batallar decisivo de la hora, Torres Cuevas destaca con pasión la necesidad de estudiar, de recuperar el pasado para hacer el presente y el futuro. Las claves de nuestro origen están en muchos papeles por rastrear. Pero hay que trascender la mera hechología. En el sustrato de nuestros conflictos de ayer y de hoy perduran los remanentes de una impronta colonial y neocolonial. Está en nosotros y en la América Latina desgarrada. Para formular un aparato conceptual adecuado, se impone reacomodar la perspectiva que alentó la filosofía electiva, nunca ecléctica. La raíz está en Varela y Luz, tanto como en el «nuestromericanismo» de José Martí y, más atrás, en el llamado a inventar de Simón Rodríguez. Ajusticiemos definitivamente al aldeano vanidoso. Pongamos nuestros recursos en función de un pensar para hacer.

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